Yo no vi las cenizas de Fidel frente a mis ojos. No se me fue el corazón para el estómago ni para ninguna otra parte. No puedo decir que lo imagino, porque estaría mintiendo. Pero estuve en Santiago de Cuba aquel sábado que recordaré para siempre.
No fue un premio. Digamos solo que estuve. Que alcancé por un pelo la caravana guantanamera, tan larga que se zambullía en el horizonte desde donde miraras, y que el viaje fue en silencio, un silencio en el que se escuchaba solo el sonido del viento desordenando las banderas que se asomaban por las ventanillas.
Yo no vi la urna de cedro, pero estaba. Detrás de la calle, tras las escaleras, el montículo de tierra santiaguera, la estatua ecuestre del Titán de Bronce moldeada por Alberto Lescay, tras los vitrales, abrazado al calor de la llama eterna.
Y nosotros con ella, en todo caso, por ella. Siempre con él, por Él. Unas 500 almas de la provincia más oriental de Cuba en aquella plaza, donde además asistieron representaciones del resto de Oriente y Camagüey.
Éramos cientos, miles. La Avenida de las Américas como si fuera una extensión natural de la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, hombres y mujeres de pie hasta donde daba la vista…, más allá del estadio Guillermón Moncada, más allá..., apretados en espera del segundo acto masivo para honrar al Líder de la Revolución Cubana, unas horas antes de que su cuerpo, de que las cenizas de lo que fue su cuerpo descansarán finalmente en el cementerio Santa Ifigenia.
Cada cual, en los días de duelo, tuvo su particular, su íntima manera de honrarlo. Pero Santiago de Cuba esa noche del 3 de diciembre fue una declaración pública, es un acto de fe, de compromiso, de voz alzada.
Hay mucha bandera en los regazos. Mucha imagen de Fidel, incluidas algunas que nunca he visto. Un anciano sostiene un recorte de periódico antiguo con un Fidel absorto, ungido aún por la juventud. Hay consignas entintadas con sus trazos mecánicos, pero la mayoría son carteles hechos en casa, con las crayolas de la escuela, con un poco de pintura sobrante, de esos que nadie manda.
Alguien que no logró ver levanta un asta con la imagen de un caballo. Caballo, dice, es igual a Fidel. Y encima, donde no llega la tela, corona una bandera cubana, y la rojinegra del 26 de Julio.
Si no alcanzó el papel, lienzo fue el cuerpo. Una guantanamera se escribió con carmín encendido Yo soy Fidel, al centro del pecho, el mismo que le planta a la vida, el que abrazó al hijo, que le dio calor, consuelo. Allí, va su Fidel, y lo lleva orgullosa.
La voz de Guantánamo se siente. ¡Yo soy Fidel!, corea la plaza, desde temprano y luego, cuando empiezan a llegar los presidentes, las personalidades, los invitados, cuando las cámaras se preparan y, a las siete en punto, cuando comienza el acto de homenaje póstumo.
Es un acto de compromiso. Pasan por la tribuna los líderes de las principales organizaciones del país, la de los campesinos, los combatientes, las federadas, los estudiantes universitarios, los trabajadores, los cederistas, la Unión de Jóvenes Comunistas, los artistas.
Todos dicen, emocionados, que en el seno de sus organizaciones habrá Fidel por mucho tiempo, y que el cumplimiento de sus tareas específicas será la guía para honrarlo, para ser él, efectivamente, de labios, de corazón adentro.
Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, enuncia una de las frases más bellas de la noche. “Fidel le devolvió a la política lo que ella es en su esencia: un arte para llevar felicidad a los seres humanos”. Y me abrazo a ellas.
Se levanta Raúl, presidente y hermano. Habla, con una voz ronca, como si en cualquier momento fuera a estallar en mil pedazos esa voz suya, y con ella quienes lo escuchamos con el corazón en la boca, aguantándonos las ganas de darle, también nosotros, un abrazo.
Recuerda. Es hora de recuerdos. Explica que las cenizas de Fidel descansarán en Santa Ifigenia al lado de grandes hombres y mujeres, Martí, Carlos Manuel de Céspedes, la Madre de los Maceo “y de todos los cubanos”, de sus compañeros del Moncada, de la Sierra, de la clandestinidad.
Aclara, además, que por voluntad de Fidel ninguna calle, plaza, institución podrá llevar su nombre y que tampoco se levantarán bustos, monumentos o estatuas, y que será letra firme, o deberá serlo en unos meses. Hay gente que llora.
Una de las sentencias que llega es fuego, llamarada. “Es ese el Fidel invicto, que nos convoca con su ejemplo y con la demostración de que sí se pudo, sí se puede y sí se podrá superar cualquier obstáculo, amenaza o turbulencia en nuestro firme empeño de construir el socialismo en Cuba o lo que es lo mismo, garantizar la independencia y la soberanía de la patria”. Y prende. Fidel vive.
Compromiso latente
Enrique Eduardo Vásquez Navarro, campesino de La Máquina, Maisí
“Fidel es lo más grande que le pasó a Cuba y a Maisí. Por eso estoy muy orgulloso de representar en el homenaje a los campesinos de mi municipio, un pueblo de gente honesta, sencilla y muy revolucionaria.
“En lo personal, le agradezco mi finca, que recibió mi abuelo por la Reforma Agraria al comienzo de la Revolución, pero también haberme formado. Gracias a Fidel, he pasado cuatro veces por la educación superior, y ahora mismo, que tuve que dejar mi profesión para trabajar la tierra que heredé de mi padre, estudio Ingeniería Agrónoma.
“Tengo otro orgullo. En 1993, mientras estudiaba actuación en Granma, estuve en Las Coloradas y ahí me escogieron para representar a Fidel, así que, una vez al menos, yo fui Fidel. Y hoy, de nuevo, soy Fidel, pero desde adentro”.
Anselma Betancourt Pulsán, profesora de Ciencias Médicas de Guantánamo
“Traje mis medallas, no para ostentar, sino como una declaración. Somos un pueblo fidelista, y yo soy martiana, por eso creo que la cosa no es decir consignas en un momento coyuntural, sino actuar, como dijo Martí, “La mejor manera de decir es hacer”. Por eso vine así, para decir Fidel, estoy aquí, sigo siendo tu hija, tu discípula, estas medallas no son mías, son tuyas.
“Veo personas gritando Yo soy Fidel, pero hay que creérselo. Yo siempre digo que resistimos Girón, la Crisis de los misiles, la caída del muro de Berlín, más de 50 años de bloqueo, y aquí estamos, porque Fidel nos deja el legado más importante, el ser dignos, no tener miedo a nada y saber que quien no sea optimista, más les vale renunciar de antemano a todo propósito.
“Fidel es tan grande para mí, además, porque lo conocí siendo adolescente y luego, cuando la muerte de Blas Roca, fui a la plaza a escucharlo. Habló durante cinco horas y nadie se fue, como tampoco nos moveremos hoy de la Plaza los guantanameros”.
Idaliena Díaz Casamayor, diputada y presidenta del Consejo Popular Sur-Hospital
“Fue un impacto muy grande la desaparición física de nuestro Comandante, un dolor que se le veía a la gente en el semblante. En cuanto en mi Consejo se dijo de hacer un mitin, la gente como nunca acudió en muestra de cariño y admiración.
“Cuando se supo que yo venía a Santiago, le gente me dijo que le asegurara al Comandante que conmigo estaban presentes, que seguiremos adelante y lo quieren mucho. Sé que la gran mayoría del pueblo quería estar aquí. Muchos en la calle se me acercaron para decirme que si había un espacio le avisaran, porque también querían estar en Santiago de Cuba.
“Estar aquí es un alto honor, un gran compromiso con el Comandante y la Revolución, porque no vinimos a decirle adiós, ya que su obra va a estar siempre presente en nuestro día a día”.
Iván Gutiérrez Calderón, de Guantánamo, Licenciado en Enfermería
“Todo lo que soy se lo debo al Comandante y a la Revolución. Soy de una familia pobre y, a pesar de eso, me crecí, estudié enfermería y hoy trabajo en el Hospital Agostinho Neto, y por eso cuando me preguntaron si estaba dispuesto a venir a Santiago, como parte del personal de apoyo para la caravana, junto al SIUM, los bomberos, acepté enseguida.
“Muchas personas no pudieron estar aquí hoy, pero los que vinieron y los que se quedaron comparten el hecho de ser un pueblo que lo ha dado todo y lo seguirá dando por la Revolución.
“Además, en el Día de la Medicina Latinoamericana, vale recordar cuánto hizo Fidel por nuestra profesión, no solo en Cuba, sino en todos los países a los que mandó médicos, enfermeros… Estar aquí, por eso, es también agradecer”.