A París sin el río Sena –o Seine como le dicen los franceses- le faltaría la columna vertebral. Esa es la sensación que causa recorrer ese caudaloso afluente que atraviesa la llamada Ciudad de la Luz y le da “vida” a buena parte de sus 16 distritos.
El Sena abrigó el surgimiento de esa conocida urbe –según algunos historiadores los primeros habitantes se establecieron en la Isla de la Ciudad (Île de la Cité)-, y atesora alrededor de sus orillas a una parte importante de los grandes atractivos de París.
Entre esos tesoros citadinos que se pueden apreciar desde sus aguas profundas y oscuras destacan: la Torre Eiffel, la catedral de Notre Dame, la sede de la Asamblea Nacional, el Hotel de Los Inválidos (donde descansan los restos de Napoleón), los museos del Louvre, de Picasso, de los Carnavales, del Hombre, Nacional de Arte Moderno, del Ejército, del Orsay y de Rodin, el Barrio Latino (que acoge la Universidad de La Sorbona y los Jardines de Luxemburgo), el Ayuntamiento, el Arco del Triunfo, los campos Eliseos y los de Marte, el Jardín de las Tullerías, la biblioteca Francois Mitterrand, la Maison Víctor Hugo, las plazas de la Concordia y de Trocadero, y los palacios Grand y Petit, por solo mencionar algunos.
Pero si no fuera poco, alrededor de 35 puentes de los más variados estilos permiten cruzar los 13 kilómetros parisinos del Sena. Entre ellos algunos sobresalen por sus belleza o la historia que custodian, como el Alejandro III (entre la explanada de Los Inválidos y el Petit Palais y el Grand Palais), Del Alma (en sus túnel perdió la vida Lady Di en un accidente automovilístico), Nuevo (el más antiguo y largo, con 411 años de existencia y 232 metros de largo), El Carrusel (pintado por Van Gogh) y el de la Concordia (erguido con piedras procedentes de la destruida Bastilla).
La magia de este popular río se completan con los cientos de embarcaciones turísticas o que sirven de hogar a muchos franceses, que durante casi todo el día van y vienen por su cauce o reposan atados a improvisados muelles; los senderos que le bordean y por donde lugareños y visitantes desandan sin temor al calor del verano o el crudo frío invernal; las viejas edificaciones que sobresalen en el paisaje; los tantos músicos y pintores que en sus cercanías buscan inspiración y tratan de ganarse el pan de cada día con su arte; y los comerciantes que en kioscos o acechando a los caminantes tratan de vender souvenirs, prendas de vestir y calzar o bebidas y alimentos.
Todo lo anterior descrito, se funde en perfecta armonía y es lo que hace que las orillas del Sena desde el año 1991 se encuentren en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura, una confirmación de lo excepcional de este río que al irrumpir en París, determina los contornos citadinos y expone sin secretos la historia y desarrollo de una de las urbes más cotizadas y hermosas del mundo.
