Quién lo diría, pero en la Cuba contemporánea muchos hombres van relegando el enérgico y tradicional estrechón de manos a un segundo plano y se saludan, naturalmente, con un sonoro beso.
En términos socio-evolutivos, el acto de saludarse piquito con piquito, o mejor dicho: cachete con cachete, continúa siendo tema poco indagado. A nuestros días llegó la costumbre tan “automatizada” que uno la asume sin siquiera curiosear en posibles orígenes o significados.
No en balde andamos por ahí, presas del hábito social, plantando en prójimas mejillas —incluso en las de personas que acabamos de conocer— el íntimo y efusivo saludo. Y quien dice efusivo, habla de lo “pegajoso” que puede ser un beso criollo, no solo por el cariño con que se da, sino por el “calor” que portan las transpiradas pieles de un país en eterno verano.
El beso, según cuentan, se extendió en Europa como forma de expresar el amor interpersonal. Incluso, desde entonces hasta hoy no ha quedado ajeno a censuras, así en plena Revolución Industrial estuvo restringido al ámbito privado.
Si bien algunas naciones asiáticas todavía se rigen por similar canon, muchos ósculos han llovido —en más de medio mundo— desde aquel “seco” decreto que negaba a la gente poder mimarse a su albedrío. Está claro que el beso llegó para quedarse pues, más allá de su acápite erótico-romántico, es socialmente aceptado como signo de simpatía, respeto y amistad.
A pesar de ello, en algunas circunstancias de la vida, particularmente en círculos corporativos y formales, besar “a troche y moche” puede resultar inapropiado. Entonces, ¿qué decir, como ya se advertía al inicio de este escrito, del auge que viene tomando el beso “inter-varonil”?
En dependencia de la cultura local, el beso en la cara se considera correcto o no, entre un hombre y una mujer, un padre y un hijo, o entre congéneres.
También se sabe que la reverencia besos mediante es usual en Rusia, Francia, Italia, Medio Oriente y algunos países sudamericanos como Argentina, Chile y Uruguay.
Ya es lo más normal del mundo ver por televisión o internet a futbolistas o cantantes —por solo citar par de ejemplos universales— bien reconocidos como iconos masculinos, que se besan con sus colegas en gestos de saludo o celebración. Quizás semejantes cuadros, más allá de provocar espantos de infarto, pueden estar marcando patrones.
En el ámbito nacional, no deja de ser llamativo que una sociedad peculiarmente tenida como machista, desde hace algún tiempo atrás haya venido asumiendo esa costumbre.
Como los cubanos pertenecemos al feudo terrícola y no al de Marte —tan en boga por estos tiempos— no obstante ser considerados “machotes”, muchos se han dejado flechar por las modernidades de la familia mundial; ya sea por “estar a la última moda”, como práctica cultural motivada por influencias foráneas, o tal vez contagiados por el “virus del besuqueo”.
Parecen no importar edades, parentescos, razas, tamaños, número de tatuajes, flaquencias ni musculaturas de brazos: muchos varones de tiempos nuevos —demasiado modernos para los gustos más chapados a la antigua y que reivindican el “antibeso” masculino— se saludan sin ton ni son, en plena calle, a puro beso.
Obviamente, no pretende el cronista trastocar la famosa cuestión shakesperiana en un nuevo dilema de “besar o no besar”. De hecho, no niego la práctica en el estrecho marco familiar o con unos pocos amigos tenidos como hermanos.
Pero del amplio debate dos moralejas —otros sacarán las suyas— resalto: aquel que no le agrade habrá de andarse supersónico, cual diestro púgil, para esquivar la “manía” cuando se la vengan a estampar en el rostro, o simplemente deberá asumirlo como algo cotidiano, resignado.
Todo parece indicar que el beso “alegre” se ha vuelto cosa de machos. ¿Será, a juzgar por esos actuales protocolos sociales, que aquí también somos un poco europeos?
Tomado de Cubahora