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Lourdes Torres es de esos seres a los que costará mucho imaginarla fuera de este mundo. No se va del todo porque deja en quienes lo habitan el recuerdo de su voz exaltada, transmitiendo con todo su cuerpo la emoción viva que la poseyó cada vez que puso melodía en las letras que ya le pertenecían.

Lourdes vistió de temperamento todo lo que cantó, como si de cada historia defendida, cada revelación, cada reclamo –casi nunca una queja– fuera siempre protagonista y fue tal su modo de interpretarlas que sus canciones atizaron  a muchos que no la estaban pasando bien. Sus energías, emanadas de una sonrisa fascinante y segura,  ayudaron a levantar muchos ánimos cuando  los desencuentros y el desamor se alojaron en otros seres, y fue salvadora, tal vez sin saberlo, de pesares e incertidumbres.  

Fue de la mano del compositor Ernesto Lecuona que subió al escenario esta mujer,  que estudió solfeo, piano, ballet y canto en el Conservatorio Municipal de la calle Rastro, en Centro Habana. Tras escucharla en 1955, e impresionado con su «timbre privilegiado en su tono aterciopelado» el Maestro le informó que para el próximo concierto la jovencita le estrenaría la obra Sin encontrarte, cuya partitura conservó como un trofeo Lourdes Torres hasta este miércoles infausto en que falleció a los 77 años víctima de una insuficiencia renal.

Cuando los cuartetos cubanos tuvieron su época de oro, Lourdes Torres sería estrella en Los Modernistas, el que integraría al salir de él Yolanda Brito. La agrupación, que duraría 33 años y se disolviera en 1993, fue una de las grandes realizaciones de la célebre cantautora que nunca dejó de lamentar la ruptura de un proyecto como ese.

A partir de ahí desarrolló su carrera como solista sin tener el debido convencimiento de cuánto podía dar también de ese modo.  

Nacida en Guanabacoa en 1940, Lourdes Torres compuso canciones que son parte de las alegrías del pueblo que ella amó y lejos del cual siempre le faltó algo.  Fue así que te olvidé; Tendría que ser contigo más que amante; Como cualquiera… serán entonadas por muchas generaciones de cubanos porque pocas veces la mujer quedó tan bien parada desde el mensaje cantado, pocas veces se unieron en una misma realidad la firmeza, la pasión, la mesura y la entereza para sostener un punto de vista, para preservarse a sí misma.  

Para la Torres la dicha completa no era posible si no estaba en Cuba. De eso dejó constancia en su entrevista televisiva Con Dos que se quieran..., una magnífica oportunidad en la que millones de cubanos gozaron de su natural desenfado y jovial carácter.

«He estado en tantos lugares, y es (…) como que afuera, ni los zapaticos me aprietan. No puedo, no puedo. Es una cosa que no me siento en mi salsa, en mi aceite.

«Una vez leí, en una revista Selecciones, que tener el nombrecito de extranjero, era lo peor que le podía pasar a alguien. Y fuera de aquí soy extranjera dondequiera. El último plato de comida que haya, no es para mí, es para ellos. Como el último plato de comida que yo tenga aquí, es para los míos, no es para los de afuera, te lo digo con toda honestidad. Entonces, he visto países que tienen cosas hermosísimas, pero esos atardeceres en el Malecón, vaya, no tienen precio. Ese, bajas la escalera de tu casa, y que la gente de enfrente te diga: “Lourdes, cómo sigues”. “Aquí, mi santo, bien gracias”. Bárbaro. ¿Dónde? Aquí».

¿Cuántos no respondimos con sus creaciones –aunque jamás nos paráramos en un escenario- ante la necesidad de reencontrarnos? ¿Quién no quiso un día, tanto las niñas que la vimos en todas las fases de su hermosura, como las mujeres a las que nos tocó alguna vez vivir sus decepciones ser Lourdes Torres? La respuesta  se sabe y es la garantía para quedarse de algún modo para siempre.