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salvador mesa discursoEl vicepresidente cubano Salvador Valdés Mesa, honró a José Martí en el sitio exacto de su caída en combate, junto a los héroes Ramón Labañino y René González. Fotos: Dilbert Reyes Rodríguez

Discurso pronunciado por Salvador Valdés Mesa, miembro del Buró Po­lítico y vicepresidente del Con­sejo de Estado, en el acto central por el aniversario 120 de la caída en combate de nuestro apóstol José Martí el 19 de mayo de 1895, efectuado en Dos Ríos.

Compañeros de la presidencia,

Compañeras y compañeros:

Han trascurrido 120 años desde aquel fatídico 19 de mayo de 1895 cuando nuestro apóstol, José Martí, fue alcanzado por balas enemigas y la muerte le abría las puertas de la inmortalidad. Murió un hombre y nació un símbolo para los cubanos de todos los tiempos.

Como sabemos, aquella decisión de entrar en combate no fue un acto suicida, como algunos han especulado; por el contrario, fue la determinación de un hombre cuya vida estuvo caracterizada por la coherencia entre el decir y el hacer.

Ya él se lo había escrito a su amigo y hermano mexicano Manuel Mercado, en su inolvidable carta inconclusa del día anterior, redactada precisamente en este lugar “…Sé desaparecer, pero no desaparecerá mi pensamiento...”.

Esta concepción integral, indivisible, expresión de un hombre imposible de desligar de su ejemplar conducta ha sido y es, desde en­tonces, guía, aliento y referente de cuantos han luchado por una Cuba mejor en diferentes momentos de nuestra historia.

Nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, líder histórico de la Revolución cubana, en ocasión del XX aniversario del 26 de julio dijo:

“… Martí nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y el decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo. En su prédica revolucionaria estaba el fundamento moral y la legitimidad de nuestra acción armada. Por eso dijimos que él fue el autor intelectual del 26 de julio…”.

Y en otra oportunidad, afirmó:

“…Lo que soy y lo que siento, se lo debo más que a nadie a Martí. Por él me convertí en revolucionario y su enorme influencia en mí durará hasta el último aliento de mi vida…”. Fin de la cita.

Cuarenta y dos años antes de aquel 1895 nacía de padre y madre españoles, en hogar humilde y atenazado por necesidades económicas, donde la pobreza no fue nunca un pretexto para no vivir sin apego a la decencia, al respeto, hacer el bien y al cumplimiento del deber y en el cual, el ejemplo moral de sus padres, le marcaría los rumbos de su comportamiento ante la vida.

Lo primero que causa admiración en la vida de José Martí, nacido en una sociedad esclavista y en un momento histórico de auge en Cuba de la tendencia política anexionista, es su temprana capacidad para saltar por encima de tantas condicionantes sociales e ideológicas y abrazar, desde la adolescencia, lo que para su época y su medio, constituía un pensamiento sumamente avanzado: el rechazo a la esclavitud y a la discriminación racial, la condena a la injusticia social, la defensa de la igualdad de todos los hombres, la conciencia de la nacionalidad cubana y las ideas de la independencia de su Patria contra el dominio colonial.

Así, veremos al estudiante de bachillerato escribiendo con talento y sentimiento su poema dramático Abdala; el artículo O Yara o Madrid publicado en el Diablo Co­juelo o el soneto 10 de Octubre —expresiones todas de que este joven ya ha asumido una clara, valiente y, por supuesto, riesgosa posición ante la Patria—; textos que evidencian su temprana posición independentista.

Es la aplicación consecuente de estas ideas la razón por la cual es condenado, con solo 16 años, a cumplir seis años de trabajo forzado en el cruel presidio político caracterizado por el abuso cotidiano, los golpes y atropellos que no respetaban ni a niños ni ancianos, en inhumanas jornadas en las canteras de San Lázaro.

Por la incansable gestión de sus padres, le es conmutada la condena por la deportación a España para la cual partió sin odios, pero con profundas laceraciones en sus pies, producidas por los grilletes y cadenas de preso, a la vez que había profundizado más su pensamiento independentista y an­tiesclavista.

Años después, su padre le mandó a hacer una sortija con el hierro de aquellos grilletes la cual llevaba grabado el nombre de Cuba.

Su estancia en España entre 1871 y 1874 fue provechosa en todos los sentidos: terminará sus estudios de bachillerato y de dos carreras universitarias: licenciatura en derecho civil y en Filosofía y Letras. Allí participa activamente en diversas manifestaciones de la vida cultural española y publica su memorable folleto El presidio Político en Cuba.

Su salida clandestina de España y su reencuentro con sus padres y hermanas en Mé­xico abrirá un nuevo y aportador camino en su trayectoria revolucionaria y formación cultural y política.

En México residió durante dos años en los cuales se destacó como periodista, escribió teatro y fue un profundo analista de la sociedad mexicana, a la vez que comienza a co­nocer otra cultura que iría abriendo el camino a lo que él llamaría posteriormente Nues­tra América.

Luego, se radicaría en Guatemala donde ejerció la docencia en la Escuela Normal de Maestros y en la Universidad y continuó investigando y conociendo los elementos culturales que distinguían a los pueblos de esta parte del mundo.

Su estancia en México, Guatemala y Ve­ne­zuela le permitió el conocimiento de los problemas que quedaron pendientes después de la independencia política de España: el drama del indio y de los pobres, los peligros del caudillismo, elemento muy importante para el desarrollo de su pensamiento político y la concepción de la dirección de la Revo­lución.

En Guatemala conoce del final de la Guerra de los Diez Años y el Pacto del Zan­jón, hechos que nutrirían los análisis que haría después para los destinos de la Revo­lución, incluyendo la lección moral, patriótica y política que dieron Antonio Maceo y sus compañeros, cuando en la Protesta de Ba­raguá no aceptaron aquel Pacto que proponía una paz que no garantizaba ni la independencia de Cuba ni la abolición de la es­clavitud, los dos sagrados objetivos por los que se había luchado y derramado sangre durante diez años.

acto aniversario muerte martiCubanos de todas las generaciones acudieron al homenaje en Dos Ríos.

Para los cubanos de hoy aquellos acontecimientos de 1878 constituyen una permanente enseñanza. El Pacto del Zanjón nos enseñó que una Revolución, aun cuando pueda contar con la valentía de sus hombres y mu­jeres, con la incorporación de sus jóvenes, con el sacrificio de su pueblo, si pierde la unidad, corre el riesgo de derrumbarse.

Como paradoja de la historia y la política seguida por España derivada del Pacto del Zanjón, le permite a Martí regresar a Cuba en agosto de 1878.

Aquí trabajaría como profesor y como pa­sante en bufetes de abogados. Cautivó a to­dos con su brillante oratoria en la cual el tema patriótico está presente en todas sus exposiciones públicas porque la Patria y la necesidad de su independencia vibran en él. De eso se dio cuenta el Capitán General de la Isla, quien al escucharlo en el homenaje que se ofrecía al violinista cubano Rafael Díaz Albertini, lo calificó de “loco peligroso” y, efectivamente, ya Martí conspiraba clandestinamente en la preparación de la Guerra Chiquita en Occidente.

Descubierto por las autoridades en 1879, fue arrestado y deportado por segunda ocasión a España de donde logra salir hacia Francia y de ahí viajar a New York a la cual llega a principios de enero de 1880, incorporándose de inmediato a las labores del Co­mité Revolucionario que dirigía la Guerra Chiquita bajo la presidencia del Mayor Ge­neral Calixto García.

En este lugar Martí le habla por primera vez a los patriotas de la emigración como di­rigente político, en un discurso memorable en el cual valora los errores cometidos en la Guerra de los Diez Años y señala los complejos problemas a enfrentar en el futuro, entre ellos, la situación social, las relaciones entre blancos y negros, el concepto de que es el pueblo el verdadero jefe de la Revolución y el rechazo a la falta de unidad que tanto daño había causado.

Concluyó el discurso de manera vibrante expresando con profunda convicción: “¡An­tes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la Patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte y nacerá una serpiente de un huevo de águila!”
Luego volveremos a ver a Martí en Ve­nezuela en 1881, en una estancia caracterizada por hechos significativos como la es­critura del Ismaelillo, la fundación de la Revista Venezolana y la carta de despedida de Venezuela publicada en el periódico La Opinión Nacional en la que formula ideas muy entrañables y actuales para todos los cubanos como: “De América soy hijo; a ella me debo (…) Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación me consagro, esta es la cuna (...). Déme Venezuela en qué servirla; ella tiene en mí un hijo”.

A partir de finales del año 1881 y hasta 1895 radicaría en New York por más de 14 años, etapa decisiva para la lucha por la independencia y para conocer mejor los complejos problemas de las dos Américas. Aquí laboraría incansablemente en los aspectos organizativos e ideológicos para preparar la Revolución y desde el periodismo como trinchera, escribió con inigualable estilo para importantes publicaciones de los Es­tados Unidos y de otras diez naciones de América Latina.

A aunar voluntades, a concientizar, dedicaría estos duros años con ejemplar consagración. La pluma, la tribuna, la palabra convincente y fervorosa, el no dejarse abatir nunca por adversas que fueran las circunstancias, fueron sus armas culturales, ideológicas y morales.

En el centro de todos estos esfuerzos estuvo la lucha por lograr la unidad, porque la desunión había sido hasta ese momento una regularidad contra el logro de los objetivos revolucionarios. Esta brillante labor de José Martí sería coronada por su obra cumbre: el Partido Revolucionario Cubano, fruto de su experiencia, talento político y organizativo, así como de un largo proceso de maduración que llevó años.

El Partido Revolucionario Cubano fue el primer partido político nacido sin fines electorales, para organizar y dirigir una guerra de independencia, como vía de una revolución popular que llevara en sus entrañas la constitución de una república democrática. Su proyección comprendía, además, auxiliar la independencia de Puerto Rico.

Mucho le debemos a José Martí las sucesivas generaciones de cubanos a quienes ha correspondido luchar por conseguir el triunfo de la Revolución, perfeccionarla y defenderla cada día.

De Martí recibimos los revolucionarios de esta tierra el amor desbordado al hombre y a la patria, la pasión por la li­bertad y la justicia, la firme determinación de preservar por encima de todo la identidad y la soberanía de la nación. De Martí heredamos su culto a la dignidad y el decoro del hombre, su confianza ilimitada en el pueblo. De Martí aprendimos el rechazo a las tiranías y a las injerencias.

De Martí obtuvimos la clara visión del peligro imperialista, y la conciencia aguda de la guerra necesaria, la convicción de que “la libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”.

En Martí bebimos la savia de nuestra identidad latinoamericana, la afirmación de que es una nuestra América “en el origen, en la esperanza y en el peligro”, y de que es uno su destino. Fue Martí quien nos advirtió que “peleamos en Cu­ba para asegurar, con la nuestra, la independencia hispa­noame­ricana” y quien, al decirnos que patria es humanidad, avivó nuestro sentimiento internacionalista.

De la acción martiana sacamos las lecciones de la vital importancia de la unión nacional y la unidad de las fuerzas, del papel que corresponde a una organización política es­tructurada en función de la lucha revolucionaria y llamada a convertirse en vanguardia combatiente de esa lucha. Por él apreciamos el valor efectivo de la solidaridad latinoame­ricana y de otros países americanos.

En estos momentos cruciales y hermosos de la historia de nuestra Patria, vale recordar lo expresado por el General de Ejército Raúl Castro, Primer Secretario del Comité Central de nuestro Partido en la VII Cumbre Pre­sidencial, efectuada en el mes de abril pasado en Panamá y cito:

“(…) Luego de largas luchas que se frustraron, José Martí organizó la guerra necesaria de 1895 (…) y creó el Partido Revo­lucionario Cubano para conducirla y fundar una Repú­blica ‘con todos y para el bien de todos’ que se propuso alcanzar ‘la dignidad plena del hombre’.”

“Al definir con certeza y anticipación los rasgos de su época, Martí se consagra al deber de ‘Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América’.” Fin de la cita.

Nuestro mejor homenaje a Martí en el aniversario 120 de su caída en combate será ser siempre fieles a su legado, ser fieles continuadores de la Revolución y firmes defensores del So­cialismo.

Concluyo con las palabras finales de Raúl en la citada VII Cumbre Presidencial de Pa­na­má:

“Gracias a Fidel y al heroico pueblo cubano, hemos venido a esta Cumbre, a cumplir el mandato de Martí con la Libertad conquistada con nuestras propias manos, ‘orgullosos de nuestra América, para servirla y honrarla con la determinación y la capacidad de contribuir a que se le respete por sus sacrificios’, como señaló Martí”.

Gloria eterna a José Martí
Vivan los héroes de la Patria
Vivan Fidel y Raúl
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!