demajagua 2015

El 10 de octubre de 1868, en el ingenio la Demajagua, un cubano viril, pleitista y decidido: Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, declaró la independencia de su Patria, de Cuba, secundado por cientos de parciales en la región de Manzanillo, perteneciente a la hoy provincia de Granma.

Los 376 años de cadenas, látigos, y afrentas por parte del colonialismo español que le habían precedido y la coyuntura en que se produjo la rebelión separatista dieron lugar a que el hecho fuera seguido con atención por todos los contemporáneos, siendo conceptuado por muchos como el más luminoso, sublime, y fundamental de la historia cubana.

Ahora a pesar de la distancia histórica, se aprecia de la misma manera.

Es que para los patriotas de entonces como para los patriotas de hoy, el Grito de Independencia es símbolo de sacrificio e intransigencia revolucionaria.

Sin dudas, es el hecho que permite hablar de una nacionalidad con mayúscula, cuyos sectores constitutivos fueron capaces de hacer causa común bajo las divisas de unidad, libertad, justicia e igualdad. De este modo la nación para sí, cuajaría con deberes y derechos para todos por igual: blancos, y negros, libres y esclavos.

Todos estos factores explican la masividad y entusiasmo con que fue acogida la revuelta, así como su profundo carácter democrático y popular.

I

En una junta revolucionaria entre orientales y camagüeyanos celebrada el 4 de agosto de 1868 en San Miguel del Rompe, Las Tunas, Carlos Manuel de Céspedes en las palabras introductorias proclamó que "El poder de España estaba carcomido y caduco" y que si aun parecía grande y poderoso era a consecuencia de que "por más de tres siglos lo contemplamos de rodillas". Y concluyó demandando el gesto clave que debían protagonizar todos los oprimidos: "¡Levantémonos!

Carlos Manuel y sus partidarios en Manzanillo, Bayamo, Jiguaní, Holguín y Las Tunas estaban dispuestos a jugarse el todo por el todo en pos de la independencia. La tesis de la falta de armas la vulneraba diciendo: "¡Debemos quitárselas al enemigo!"

Los diversos grupos conspirativos no se ponían de acuerdo acerca de la fecha del alzamiento pues la mira de los más cautelosos estaba puesta en el acopio de recursos militares y extender los trabajos subversivos a otras regiones, entre ellas la de occidente, por eso el momento más probable sería después de concluida la zafra azucarera de 1869, la que daría el dinero suficiente para comprar pertrechos bélicos en el exterior.

Sin embargo el espíritu radical de Céspedes y del grupo manzanillero indujeron a escoger el 24 de diciembre de 1868 para el estallido. Este mismo foco a inicios de octubre planteó el 14 de ese mismo mes, con lo que se tuviera a mano. Esta resolución encontró eco en líderes impacientes reunidos en El Mijial, Holguín, el día 4, entre ellos: Donato Mármol, Luis Figueredo, Calixto garcía, Julio Grave de Peralta y Vicente García.

Dos días después, en el ingenio El Rosario, los manzanilleros emprendieron la organización de la lucha en un plano más concreto: eligieron a Céspedes General en jefe y Encargado del Gobierno provisional revolucionario, diseñaron una bandera y comenzaron a preparar condiciones para un ataque a la ciudad de Manzanillo, que sería inmediato al levantamiento. Horas antes, Céspedes había compuesto La Marcha de Manzanillo, el himno que inflamaría los corazones patrióticos de la región.

La conspiración ya iba para cuatro años, y Céspedes no dejaba de alertar sobre los peligros de una delación. No le faltó razón: el 7 de octubre llegó al Telégrafo de Bayamo un mensaje del Capitán General de la isla ordenando la prisión de Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera, Perucho Figueredo, Francisco Javier de Céspedes, Bartolomé Masó y Francisco Maceo Osorio, entre otros conocidos desafectos a la Corona española en la comarca.

Afortunadamente el texto cifrado pasó primeramente por las manos de Ismael de Céspedes, hijo de Francisco Javier y sobrino de Carlos Manuel, el cual detuvo el documento por algunas horas y puso sobre aviso a los implicados.

La noticia la recibió Céspedes en horas de la noche en su ingenio La Demajagua. En el acto apreció que la situación era excepcionalmente compleja y mortalmente peligrosa, pues casi no había armas y de ser capturados podrían ser sometidos a juicios sumarísimos. En poco tiempo caería el edificio de todo lo levantado durante años. Hombre de temple, Céspedes no permitiría que el enemigo jurado le tomara la iniciativa.

Este es el mérito histórico de Céspedes: mientras que otros mostraban indecisión sobre la oportunidad del alzamiento y se ponían a resguardo en espera de la ola de los hechos, él tomó en sus manos el cetro de Libertador. Era la acometida donde se salvaba el honor mancillado de los cubanos amantes de la libertad y la democracia.

Desde aquella misma noche envió emisarios en todas direcciones para provocar una concentración en La Demajagua y, ¡por fin! Proclamar la independencia. Los bravos manzanilleros acudieron en gran número armados de machetes, carabinas, trabucos e incluso lanzas de madera. Muy pocos tenían buenas armas, pues Céspedes sólo contó 38 de buen calibre.

II


El simbolismo de La Demajagua comenzaba a entretejerse en aquella alfombra de oro, con la presencia de más de 500 patriotas de las más diversas clases y estamentos sociales: hacendados, terratenientes, intelectuales, campesinos, sitieros, artesanos...

En traje de campaña y revólver Randefeux a la cintura, Céspedes ordenó el toque de la campana de bronce y reunió a todos, incluyendo a los negros esclavos del ingenio. Emocionado señaló hacia el sol naciente por las laderas del Pico Turquino y manifestó que aquellos rayos anunciaban el Primer día de la libertad.

En su concepción estratégica configuró al naciente Ejército Libertador con la misión de extender la llama libertaria de oriente a occidente, cuyos caballos aplacarían la sed en las riberas del río Almendares, en la Habana, y echar fuera del último rincón al colonialismo.

Después procedió a darle la libertad a sus esclavos a quienes dignificó con la condición de "ciudadanos" y los invitó a participar en la lucha emancipadora. Así quedaban sentadas las bases para la definitiva integración étnica cubana.

Seguidamente fue presentada la bandera tricolor de la libertad cosida por las manos amorosas de Candelaria Acosta. A la sombra del pabellón juraron vencer o morir antes que volver a ver el suelo de la Patria pisoteado por cualquier tiranía. Juraron vengare todos los agravios que recibiera la nación.

Juraron vencer en la contienda antes que retroceder en la demanda.
Céspedes por su parte igualmente juró acompañarlos hasta el fin de su vida, y si tenía la gloria de sucumbir antes que muchos de ellos, saldría de la tumba a recordarles sus deberes patrios.

En esta ocasión hizo público un manifiesto en nombre de una Junta Revolucionaria Cubana, en la cual explicaba las causas fundamentales de la rebelión: el despotismo de los gobernantes españoles, los excesivos impuestos, el bloqueo al natural proceso comercial, la privación de todo tipo de libertades incluida la de pensar.

El documento postulaba la absoluta independencia de Cuba, el establecimiento de un gobierno republicano y democrático, la abolición de la esclavitud, el sufragio universal y la igualdad de todos los cubanos.

No omitió el señalamiento cimero que será una constante en el proceso ascendente de la conciencia nacional: la solidaridad y el internacionalismo. En tal sentido postuló: "Cuba aspira a ser una nación libre y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a los demás pueblos..."

Para el pronto derrocamiento del régimen colonial y con carácter transitorio se trazaron varias medidas: el mando único y centralizado, la creación de una junta consultiva, encargada de los asunto políticos, civiles y jurídicos, entre otros, el cobro de un impuesto del cinco por ciento sobre la renta como ofrenda patriótica para los gastos de la guerra y la observancia de la legislación española en todos los negocios, pero interpretándola en sentido liberal, revolucionario.

Como jurista brillante, concebía el factor social como el definitorio de la interpretación y aplicación de las leyes, sin ceñirse acrítica y dogmáticamente al conjunto de regulaciones plasmadas en un papel y mucho menos a la nueva mentalidad y orden de cosas de un pueblo en pie de lucha por su libertad.

Tal vez estemos en presencia de un gran aporte al pensamiento jurídico cubano, cuando no al mismo nacimiento de una concepción autóctona de la jurisprudencia.

Lo más importante por el momento no era hacer un nuevo código, labor que requeriría el concurso de muchas ideas, sino la obtención rápida de la independencia. Además, la ley es una expresión de la voluntad de todos, del pueblo. Por eso Céspedes proponía que el cambio profundo, humano tendría lugar cuando el pueblo libre pudiera expresar su voluntad.

Ese primer día Céspedes decretó la abolición de todos los derechos y privilegios de España en Cuba, de las contribuciones e impuestos con los que agotaba la economía y la vida nacional, así como otras exacciones que cobraba bajo cualquier pretexto.

En un día Céspedes se despojó de todo bien material para ofrendarse por entero al bien de la patria. Hombre disciplinado y demócrata, en todo momento fue consecuente con los principios e ideas que forjó el primer día de la libertad. Lo demostraron Bayamo, Guáimaro, Bijagual y San Lorenzo.

III

Demajagua era el nombre primigenio de la zona donde en 1851 el catalán José Pla instaló un trapiche azucarero, a 13 kilómetros de la ciudad de Manzanillo. El nombre hacía franca alusión a la abundante presencia en el lugar de la majagua, un magnífico ejemplar de la flora cubana.

José Pla quebró en el crack bancario del 57 y adquirió la finca compuesta por 18 caballerías de tierra y el trapiche, en una junta de acreedores, Francisco Javier de Céspedes. El comprador contrajo una deuda hipotecaria con la casa José Venecia y Cía. Por una valor de 10 mil 800 pesos, que sería usado para comprar una máquina de vapor y aumentar la dotación de esclavos.

En esta época estuvo escrita la propiedad como Demajagua, sin la partícula La que muchos le suelen anteponer.

En marzo de 1866 Carlos Manuel de Céspedes compró a su hermano el ingenio con todas sus dependencias y esclavos por un precio de poco más de 81 mil 500 pesos. El pago lo cubrió la asociación usuaria Venecia, Rodríguez y Cía. El que sería repuesto con intereses del seis por ciento y a plazos amplios.

Céspedes emprendió la reorganización de sus propiedades agrarias y de la masa esclava que sumaba unos 50. En la Demajagua sembró unas 10 caballerías de caña con 20 esclavos y otra parte la dedicó a la ganadería.

El ingenio no sólo producía azúcar, sino también mieles, productos que embarcaba hacia el puerto de Manzanillo por un pequeño embarcadero situado a un kilómetro.

Céspedes, abanderado del trabajo libre asalariado, a partir de 1867 hizo las zafras mediante contrato con trabajadores libres, los que reportaban mayor rendimiento. Además, molía la caña de colonos colindantes como Manuel de Jesús Calvar e Isaías Masó.

Los periódicos de la época, entre ellos El Comercio (Manzanillo) y El Siglo (La Habana) ponderaban la alta calidad y el grosor de las cañas producidas en La Demajagua, incluso atrajeron la atención del químico y agrotécnico Alvaro Reynoso.

Es a partir de las referencias en la prensa que indistintamente se nombra finca o ingenio Demajagua y La Demajagua, y el mismo Céspedes utiliza las dos formas.

El 17 de octubre de 1868, a una semana de proclamada la independencia, el barco de guerra español Neptuno en represalia por el ademán heroico de Céspedes, bombardeó el ingenio y demás instalaciones del lugar convirtiéndolos en escombros.

Pero no conforme con la desolación desembarcó un grupo de hombres los cuales prendieron fuego a toda el área, castigando despiadadamente el símbolo.

Sin embargo, la fiel naturaleza ofreció un jagüey para que, como Centinela Eterno, preservara el espacio mágico, vital y sagrado del nacimiento de una nación en el concierto de los pueblos libres.

El jagüey abraza en su fibroso tronco los restos de la máquina de vapor evitando en mística conjugación que pudiera ser depredada la huella indeleble del señorío revolucionario expandido aquella luminosa mañana.

IV

El viril y austero gesto de Céspedes en La Demajagua inauguró en Cuba una nueva época: la lucha por la independencia, que perduró durante 30 años, y la tradición humana, solidaria y bravía del pueblo.

La chispa desencadenó un voraz incendio, una llamarada inextinguible que iluminó toda la isla. Ciertamente, Céspedes reveló los códigos secretos de la forja de una nación.

Desde entonces los ideales de la independencia, y la democracia se mantuvieron enhiestos a pesar de los embates autonomistas y anexionistas, recogidos en el documento rector manifiesto de La Demajagua cuya alma se consagró en la Constitución de Guáimaro.

De hecho el 10 de octubre de 1868 marcó una ruptura con la historia anterior. No sólo acabó con la siesta colonial, sino que la vida nacional entró en la dinámica fase de la creación de una nación libre y soberana. En otro sentido puso sobre el tapete problemas nuevos como la justicia, igualdad, sufragio universal y las libertades del individuo.

A partir del Grito de La Demajagua el pueblo tomó conciencia de su fuerza, de la necesaria unidad y el patriotismo fue más tangible.

La semilla germinó en la Guerra Chiquita, en la Guerra de Martí. Podada la planta por el imperialismo norteamericano, retoñó en la revolución del 1933 y se hizo robusto árbol en la Generación del centenario encabezada por Fidel Castro.

Finalmente echó dorados frutos con el triunfo del primero de enero de 1959, en que el pueblo cubano dueño de su destino de igualdad y justicia para todos, ha expresado su conciencia más clara, profunda y acabada. 

Nota: Esta artículo fue publicado en el sitio web del periódico La Demajagua, de la provincia Granma: http://www.lademajagua.co.cu/index.php/iquienes-somos/96-resena-historica-de-la-demajagua

 

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