50450-fotografia-mNo debemos dejar el pasado sin testigos —o al menos sin testimonios—. Estamos obligados «personalmente» a escribir, a nombre de nuestro pueblo, unas palabras de recuerdo por Giustino Di Celmo, que este 24 de diciembre cumpliría 95 años de nacido, en 1920, en el sur italiano de Salerno, frente a las aguas del Mar Tirreno.

Decimos «personalmente», con toda intención, pues escuchamos por un instante el consejo martiano de que no se debe ser demasiado personal, pero... ¿sin ser personal cómo ser poeta?».

Dicho esto, me atrevo sin temor a recordar a mi Amigo Giustino, así, con letra inicial mayúscula. Lo conocí en el año 2002, cuando en el Museo dirigido por Víctor Hugo Parés Lores en el municipio capitalino de Playa, él fue al cumpleaños 80 del biólogo argentino entonces residente en Cuba (ya fallecido) Alberto Granado, quien en 1951-52 viajó en moto por América con Ernesto Guevara de la Serna.

Por cierto, aunque ya lo admiraba como la mayoría de nuestro pueblo, por su actitud ante el asesinato de su hijo Fabio, un colega de la prensa me pidió lo que llamó «un pacto de caballeros», que no dijéramos nada de la presencia de Giustino en aquel cumpleaños, y, al otro día, descubrí lo insólito del "pacto": el único ingenuo que no lo dijo de todos los periodistas presentes allí, fui yo en las páginas de este diario, porque él sí lo puso en su órgano de prensa.

Claro, que muy pronto pensé: «¡Ah, al que no quiere caldo, tres tazas!». En realidad nunca supe el motivo de aquello, pero a partir de ahí me convertí en uno de los periodistas cubanos que más trabajos publicaba sobre el padre de Fabio.

Y no me quedé ahí: inventé hacer un libro sobre su vida, él lo aceptó con alegría, y dialogamos sobre su trayectoria humana, su quehacer como veterano de la II Guerra Mundial, luchador antifascista, hombre de paz, comerciante impenitente por el mundo y hasta sus veinte amores de juventud en el libro La butaca de mimbre, con el subtítulo de Veinte dilemas de amor y una canción multiplicada, parafraseando lo escrito por el eterno Pablo Neruda, que Giustino admiró tanto.

Ese libro, publicado en La Habana en 2004 y reeditado en Buenos Aires, Roma, el Distrito Federal de México, Madrid y Washington, encierra en verdad varias grandes historias en una sola: su participación en los frentes francés, yugoslavo, griego-albanés y en África Septentrional, en la II Guerra Mundial; las andanzas de un comerciante vendedor de joyas de oro en el más destartalado y averiado auto que recorría Sicilia para evadir a la mafia de la «cosa nostra»; sus veinte aventuras amorosas juveniles y sus diez años de estancia en la Argentina, una buena parte navegando en la barca La Fortuna, que los indios Tobas denominaron La Ligera, en busca del tan cotizado pez Surubí Atigrado, sin una sola espina.

Por cierto, ningún crítico ha dicho una sola palabra, ni en bien, ni en mal, por esa novela testimonio que es La butaca de mimbre sobre la vida tormentosa de Giustino antes de llegar a Cuba con su querido Fabio.

Se habla en el texto también de cómo conoció a Alicia Alonso en un teatro de Buenos Aires en los años 1950 y de cómo conversó en 1978 con el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, al que, sin embargo, no le compró un cuadro porque en ese momento en Quito no supo valorar su pintura.

Pido disculpas por personalizar demasiado estas líneas al evocar a Giustino. Pero con él estuve en Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Tunas, Villa Clara y Granma en distintas actividades y siempre al darnos la mano, nos decíamos, amigablemente: "¡Mucho gusto!".

En la Universidad matancera, por ejemplo, estuve muchas veces, cuando él inauguraba o clausuraba el fútbol-sala que llevaba el nombre de su hijo. Y en la propia Atenas de Cuba estuve con él en la casa de Tirry 81, cuando la poetisa Carilda Oliver Labra cumplía 90 años. Y siempre me llamaba cuando un corresponsal extranjero iba a hacerle una entrevista. Y lo acompañé también varios años al acto del Hotel Copacabana para rendir homenaje a su hijo asesinado el 4 de septiembre de 1997. También me llamó cuando el estadounidense Maikel Moore estuvo almorzando con él en la pizzería-restorán Fabio, en J y 17.

Y termino agradeciéndole —más que haberme dictado el generoso prólogo de mi segundo libro, El Ingenioso Hidalgo Don Giustino Di Celmo, aún inédito— lo que dijo de mí a una de las tres enfermeras (Moraima, Maireny y Zenia), que se alternaron con los médicos para cuidarlo en sus últimos días. «—Giustino, lo llamó por teléfono Luisito. ¿Se recuerda de él?». Y le contestó: « ¡Cómo podré olvidarlo!». Pero yo hoy le digo: «Giustino, amigo, ¡El pueblo de Cuba no podrá jamás olvidarse de su solidaridad con la Revolución, Elián González y nuestros Cinco Héroes».

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