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La prolongada polémica sobre el Decreto 349 empieza a tener puntos de contacto con lo que algunos economistas llamaron a fines de los 70 “tragedia de los comunes”. Enlazada al discurso de un nuevo marco de relaciones sociales en el país, está rebasando, intencionadamente y desde hace un buen tiempo, las demarcaciones de lo técnico-jurídico y lo artístico-literario. Abre un universo considerablemente complejo y amplio donde el binomio libertad–responsabilidad se adhiere al núcleo de la trama social.

La prolongada polémica sobre el Decreto 349 empieza a tener puntos de contacto con lo que algunos
economistas llamaron a fines de los 70 “tragedia de los comunes”. Foto: Internet

 

Deliberadamente se desplazó hacia temas más politizados y funcionales, a una maniobra de neutralización y desmontaje de la institucionalidad revolucionaria que es cada vez más evidente. La lucha entre beneficios individuales, bienes públicos y espacios colectivos está pretendiendo resolverse en pos de una rehabilitación del capitalismo, y aprovecha como un factor clave, en la desintegración cultural que le precedería, el “atractivo” andamiaje que poseen estas categorías. 

Como en tantos otros campos y problemas se sitúan dos aspectos diferentes. El primero, bastante perceptible, embiste públicamente y sin tregua a la gestión cultural proveniente del Estado. Cuestiona públicamente la validez de sus principios. El otro, en mi opinión más peligroso, recurre con tino corrosivo a las interrogantes bizantinas, las resignificaciones forzosas y al entrecruzamiento de nociones diversas que mantiene a todos entretenidos en tanto sucede el verdadero corrimiento ideológico. Ambos complementan el efecto ilusionista. Utilizan el acumulado de las corrientes culturales contemporáneas mientras conquistan posiciones para guillotinar luego al modelo socialista.

Junto al armazón crítico que castiga el contenido público, «común», de la política estatal, se están sincronizando situaciones de su propio ámbito, y otras que le son ajenas totalmente. En medio del calor tropical los pastores voluntariamente se están convirtiendo en el rebaño. Se trata de un comportamiento desarmante que utiliza el crispado campo cultural para ahondar la ya visible conservatización en algunos estamentos de nuestra sociedad.

Insisto en este particular en varios trabajos publicados en los últimos dos años. No pretendo repetirme. Es interesante, sin embargo, valorar cómo gana espacio ese deslizamiento y vigoriza su aro triunfal. A juzgar por los hechos, está logrando subvertir el marco referencial mediante el cual contemplamos objetivamente lo que nos rodea. Es decir, los territorios sociales que nos determinan, los consumos materiales e ideales, los proyectos de vida y también las representaciones que el Estado adopta y, lógicamente, el lugar de todos nosotros respecto a ellas.

El nuevo poder que armoniza el determinismo económico tiene que apelar de forma obligada, para confirmarse, a la regresión calculada del socialismo en Cuba, de sus consensos, proyectos y aspiraciones populares. Una hegemonía que a primera vista solo parece rearticular el contenido de la base técnico-material y certificar el lenguaje de la prosperidad, pero que en paralelo ataca la médula intangible de la sociedad.  

No es un juicio paranoico. Los ámbitos del consumo, los esquemas de propiedad, los nuevos circuitos de comercialización, actúan, únicamente, como rostro visible, sensacionalista, prescindible si se quiere, del cuerpo real de la transformación. Así se abre paso la contrarrevolución en los imaginarios. Es importantísimo sujetar ese elemento. El rejuego comunicacional típico del Soft Power y la Guerra Cultural opera exclusivamente para correr los límites del ecosistema simbólico, probar por aproximación una correlación de fuerzas que le sea favorable y demoler las estructuras colectivas contrarias.

Los enemigos se juegan una carta fuerte dentro de la estrategia general de ablandamiento prevista para el país. La misma se discutió mucho durante el período presidencial de Barak Obama. Una memoria de ciclo corto nos impide ahora retornar a ella cuando espigan sus primeras consecuencias. No es difícil entonces sospechar que el mundo normativo de las políticas estatales concurra, solo, como el principio del desenlace programado.

En medio de dilemas y alternativas diferentes, la propuesta camuflada, la única por cierto, es la del regreso paulatino al capitalismo. Se desacredita al sistema en su conjunto amplificando las incoherencias de una de sus partes. La maniobra se apoya en la misma pluralidad social que fuera un recurso capital en la construcción política de la Cuba de los últimos sesenta años, y que se encuentran obligados a remontar a su favor. A la sazón, el asunto es si la ofensiva revolucionaria la estamos promoviendo en los contextos correctos, con fines unificadores exactos y a partir de instrumentales adecuados.

La otra vuelta al Decreto 349 está desarrollándose cuando “la polémica” parecía desinflarse, agotadas las zonas de conflicto tras ignorar el amplísimo intercambio con creadores de todo el país y de diversas familias estéticas e ideológicas. Promovidos oficialmente decenas de textos y abundante contenido crítico generado desde todas las partes contendientes. Confirmado el gesto de honestidad política del presidente Díaz-Canel en la clausura de la Asamblea Nacional el pasado mes de diciembre y tras concluir una fase participativa en la elaboración de las normas complementarias sin las cuales el Decreto no tendrá ningún valor práctico, sería objetivo cuestionarnos cuál es el horizonte del nuevo alboroto mediático.

Las orillas del debate son, como pensamos muchos desde sus inicios, el alimento de otras corrientes turbulentas. Lo que estuvo en construcción todo este tiempo fue el proscenio de la inadaptabilidad de las instituciones de gobierno, su discapacidad para el diálogo con los escenarios actuales y la consiguiente justificación para extinguirlas. La victimización del creador independiente, el fantasma de la censura, la construcción social de un funcionariado dogmático y excluyente que distingue bajo signo político entre buenos y malos artistas, la supuesta prohibición de géneros y expresiones artísticas altamente populares nunca explicitadas en el Decreto, fueron apenas grandes curvas en la desembocadura de este río.

Con precisión quirúrgica se utilizaron todas las sensibilidades. Desde un prisma cronológico no es accidental que la acción en redes confluyera con el análisis de la Constitución y pretendiera identificar puntos de contacto. Tampoco que, en medio de una transición generacional que se compromete con un diseño oxigenado de la política nacional, sean instalados reiteradamente los balances del pasado, se rehabiliten sospechas y se exorcicen los espíritus de la vida cultural de los sesenta y los setenta que, como otras tantas narrativas históricas muy significativas, tenemos que aprender cuando es serio utilizarla.

Algo no anda bien y está ensayando universalizarse. No estamos alcanzando a discernir, en medio de la tempestad que se avecina, el altercado decisivo de la riña de salón. Está siendo determinada en pos de la sujeción progresiva a la cultura capitalista la desmovilización de los recursos intelectuales de la Nación. La reunión de sentimientos colectivos, la amplificación de incomodidades gremiales y la desmoralización de los enclaves institucionales resultan sus nutrientes. En medio de tanta agresividad es impostergable convocar al reagrupamiento urgente y a que nos hagamos las preguntas verdaderas.

Una polémica siempre legítima. Esa legitimidad es insuficiente a los planes de desestabilización, si no logra lacerar definitivamente la credibilidad del contendiente. El terreno cultural está manifestando como nunca su alcance polémico y sus resonancias. La ausencia de un entrenamiento útil, crítico, ajustable para el manejo y el debate de ideas es realmente lo más grave. En un teatro de esta naturaleza no pueden hacerse concesiones al criterio generalmente falaz de la tolerancia ideológica. Como decía Mariátegui, diferenciar entre ideas buenas y malas, es elemental.

Un empobrecimiento intelectual y posicionamiento político de alcance gigantesco se hace manifiesto en la carta enviada por un grupo de artistas al presidente Díaz-Canel hace apenas unos meses. Al afirmar “la cultura y el arte, pueden existir sin un Ministerio” confirman la maquinaria puesta en movimiento. Sorprende la “deshistorización” con la que se proyecta al contexto nacional el discurso fuerte típico del lenguaje neoliberal.

“No hay cosa más difícil para una nueva generación que toparse con que la precedente ha capitulado” escribe el joven Virgilio Piñera a Jorge Mañach en una misiva memorable en 1942. En el mensaje extraordinario, publicado hace algunos años, el escritor esclarece los deberes sociales del intelectual y muestra el cuadro de desamparo en que subsistía la cultura desatendida por republicanismo neocolonial. Merecería la pena su relectura. Junto a la carta reenviará el dinero que Mañach le ofrece para apoyar su oficio de editor.  

Los alrededores del Decreto 349 se están utilizando para derramar con todo esfuerzo y con carácter permanente la “flexibilización extrema” en nuestra realidad. Expone los rasgos de un darwinismo social que enmascara en la lucha por la “libertad humana” todo lo que es funcional y no agrede al eje de la dominación. Un intento diseñado a partir de la enorme capacidad de consenso y movilidad ideológica que emplea la prensa digital y destruye las medidas políticas, para luego avanzar sobre el conjunto de la producción cultural.

Asimilamos el error de los campesinos ingleses o no habrá tiempo para la rectificación. El desafío principal de la transición socialista en Cuba descansa y se proyecta, al menos en el futuro inmediato, en su capacidad para el despliegue de enclaves prácticos que resguarden sus patrimonios colectivos, incluyendo sus empalmes ideológicos. No es en el sentido estricto una tarea simple. Dependerá de múltiples variables, de la conducta que reproduzcamos las fuerzas sociales revolucionarias, del instrumental crítico que portemos y de la elasticidad del diálogo con independencia de la adversidad de las circunstancias. En ese esquema de adaptación-supervivencia, renunciar al marco institucional no puede ser un tema negociable.

El mundo existente es bastante desigual a la ficción que nos presenta el pensamiento dominante. Es imprescindible comprenderlo. Si permitimos que la vida cotidiana sea concebida desde las leyes del capitalismo, ello implicará cada vez más que la vida ciudadana, los proyectos populares y el orden político tiendan a reproducir esas concepciones.

El epílogo de todo el despliegue argumental que ha provocado el Decreto 349, para poseer utilidad tiene que colocarnos ante este asunto principal. El lenguaje empleado y la polarización de las ideas nos insertan en la multifacética naturaleza de los conceptos cual si fueran una ley universal. Algo en extremo peligroso, porque puede adquirir el poder, glosando a Bourdieu, de hacer advenir las realidades que describe, según el principio de la profecía autocumplida.

Esta lucha tendrá que ser realmente cultural, o no será. En los terrenos blandos de la crítica posrevolucionaria se están construyendo las nuevas argumentaciones. Lo visto en la prensa digital, las televisoras extranjeras y algunas declaraciones políticas, complementan el metarrelato. Libertad y neoliberalismo pudieran estar trabajando como señales análogas en la interpretación de unos pocos que buscan expandirse cuando son realmente contrarios antagónicos. Hay que combatir las superficies y su consiguiente falta de profundidad. Recordar el episodio en que la Alicia de Lewis Carroll conversa con uno de los personajes que encuentra en su camino e insiste en el hecho de que se utilicen palabras que significan tantas cosas diferentes. La respuesta del folklórico interlocutor sigue siendo aleccionadora: la cuestión es saber quién es el que manda…, eso es todo lo importante.