Imprimir

Como parte de las celebraciones por el 145 cumpleaños de la Villa, el pianista Frank Fernández regala dos conciertos (ayer y hoy) a la ciudad de Guantánamo 

concierto frank fernandezFotos: Lorenzo Crespo Silveira

La carga de emociones y sensaciones que vivimos quienes escuchábamos tocar a Frank Fernández es indescriptible. No alcanzarán nunca los aplausos de los que asistimos a la sala de conciertos Antonia Luisa Cabal (Tootsie), en la ciudad de Guantánamo, para agradecer al Maestro tan emocionante actuación, aunque fuese él quien diera a los guantanameros las gracias por la invitación, al iniciar el primero de los conciertos que ofrece en esta visita.

Los Ave María de Schubert y Bach, dedicados a nuestra Tootsie, abrieron la velada que, no sin contratiempos, transcurrió entre sinceras conversaciones con el público y la interpretación de más de una decena de piezas musicales, entre las que destacan la sonata Claro de Luna, de Beethoven, maravillosa en tanto canto de soledad, miedo y efusividad; cuatro danzas de Lecuona –tres suites españolas y la Comparsa- y las canciones trovadorescas La ausencia, de Jaime Prat, y Perla Marina, de Sindo Garay.

Era como si no hubiese nada más fuera de aquella sala, como si cada uno de nosotros conociese a profundidad el instrumento, y esa música fuese también nuestra. Frank Fernández vivía, al decir de su rostro, la historia contada en cada acorde y -como gran artista al fin- estremecía con sus movimientos. Los pianistas y maestros de música del patio, lo seguían con sus dedos. A lo lejos, se escuchaba un toque de tambores que sin querer, añadía nuevos matices al espectáculo.

concierto frank fernandez2Fotos: Lorenzo Crespo Silveira

El premio mayor de la noche fue, sin dudas, la interpretación de cinco danzas de su propia autoría. Son, Bolero, Vals joropo, la Conga del Mediodía, una Habanera de cuna y Zapateo por derecho, componen la Suite a dos pianos de Frank Fernández, una compleja fusión entre la música popular cubana, la conga santiaguera y otros ritmos latinoamericanos.

Pararon entonces los tambores, el silencio absoluto siguió a la ovación cerrada y para terminar, sin previo aviso, sin ensayo; el maestro invitaba a Waldo Mendoza a cantar Longina, de Manuel Corona, interpretación sobre la cual el propio pianista comentó: lo de Waldo fue cosa intensa, de gran placer estético, porque él es un cantante de una flexibilidad y un talento extraordinario. A mí me gusta como canta él y a él le gusta como toco el piano.

Faltan palabras para describir la fusión lograda entre aquella voz pasmosa del cantante guantanamero y Frank Fernández, virtuosismo al piano hecho persona.