elaida valdes manuel tamesElaida Valdés Ramos, de 77 años, sobrevivió a la crecida del Río Seco en Manuel Tames. Subida primero a la horqueta de árbol de mamoncillo y luego a una talanquera (portillo) con el agua al pecho, pasó las intensas lluvias durante unas seis horas.

Elaida Valdés Ramos no había derramado ni una lágrima desde aquella fatídica noche del ocho de septiembre.

 

La embestida del río Seco, embravecido y “mojado” por las lluvias asociadas al huracán Irma, arrasó con su vivienda ubicada a unos 80 metros del caudal, en el consejo popular de Manuel Tames.

Pero ella, quizás por su firmeza o porque no lo había asimilado, seguía sin expresar llanto alguno. Hasta hoy.

 

“Sin nada…sin nada, acabó con la casa completa”, fueron sus primeras palabras, un rato después de iniciado el diálogo en el cual, al principio, se negó a intervenir. A su lado, Roberto Momblán Valdés, hijo y “brazo poderoso”, como le dice cariñosamente, uno de los que le acompañaba durante la peor tragedia vivida a sus 77 años.

 

“En la casa, antes ubicada en la calle Camilo Cienfuegos número 172, nos habíamos preparado como en otras ocasiones: encaramamos todo, recogí mi ropa y estaba lista para irme a donde vive mi nieta, cuando Roberto regresó de buscar el pan ya el riachuelo estaba creciendo”, rememora.

 

Pero de momento “aquello reventó como si hubiesen soltado una presa. Quedé atascada en el cuarto de mi hija, el fango y el agua me daban por el pecho, la presión no me dejaba salir. Grité ¡Estoy atorada! Mis hijos forcejearon para auxiliarme. Al fin salimos nadando por la parte trasera de la casa”.  

 

“Al instante –cuenta- sentimos el estruendo provocado al desmoronarse la construcción. ¡Por nada nos cae encima!

 

“Uno de mis hijos dijo: ¡mamá, ahora sí se acabó todo!”, pero no era tiempo de resignación y con la ayuda y el empuje de ambos, en medio de una creciente cada vez mayor, llegamos al árbol de mamoncillo.

 

“Me subieron en la horqueta que formaban dos ramas, me aguanté muy fuerte y ahí pasé un tiempo, mientras veía cómo el río se llevaba todo cuando la noche se iluminaba con los relámpagos… es muy triste.

 

Temerosos porque la fuerza del agua “ya se había zumbado tremendo árbol”, y notando que la crecida continuaba, los hijos bajaron de ahí a Elaida y la llevaron a un tamarindo. Sorteando ramas y residuos arrastrados por la corriente, nadaron casi hundidos por completo para mantenerla en la superficie.

 

“Me subieron a la talanquera que lo atravesaba, y me agarré fuerte de una rama. Estaba descalza y llena de fango. Así pasé casi seis horas de fuertes lluvias y descargas eléctricas”.

 

Días después, aún sin sosiego, lleva sus arrugadas y blancas manos a la cabeza y casi sin aliento, repite la plegaria que aquella noche, como si alguien pudiese oírlo, uno de sus hijos exclamó a los cuatro vientos: “¿Por qué no paras? ¡Se ahoga mi mamá!”

elaida valdes hijoElaida y su hijo Roberto, recuerdan la tragedia vivida.

A esas horas no bastaban las habilidades en el nado adquiridas en su infancia en las márgenes del río Cauto, en Palma Soriano; y el temor de su artrosis generalizada, hipertensión y cardiopatía le hacían dudar.

 

“¡Me va a dar una cosa!, me dije. Los mismos muchachos pensaron que no iba a aguantar el aguacero tanto rato. No tenía miedo, pero sí desesperación. En esos instantes pensé en mis hijos, en cómo salvarlos”.

 

Cuando el río permitió el paso, “chapaleé como pude y una vez más, con la ayuda de Roberto y Alberto, atravesamos todo aquello.

 

“Venciendo obstáculos y después de subir una loma casi a rastras, llegamos hasta casa de un vecino donde me pude bañar y quitar de encima las hormigas y el fango.  

 

“¡Aquello fue muy grande! -exclama.

 

“La casa estaba llena de niños, madres llorando…, lo nunca visto en tantos años, ni con el ciclón Flora.

 

“Dice el vecino que si yo veo lo que traspasé no me lo creo -sentencia.

 

Esta señora no ha vuelto a las ruinas de lo que fue un día su morada.

 

Ahora, tras permanecer evacuada en la Escuela Especial 4 de Abril, acomoda poco a poco lo que será, durante un tiempo, su vivienda, una antigua oficina del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación, habilitada con un baño pequeñito, una meseta y el refrigerador, que logró rescatar.

 

Eso, hasta que reciba los beneficios del subsidio que ya le fue aprobado, para emprender la construcción de una nueva residencia.

 

“Se lo llevó todo, pero estamos aquí, ya usted ve…”, dijo mientras dibujaba su rostro un gesto de perseverancia, y todavía le quedaba una sonrisa para regalar.

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