Imprimir

foto primera adentro

Magia de mamá

Las mamás parecen creadas por arte de magia, y actúan como los personajes de los cuentos.

Hay algunas que son como hadas, capaces de hacer milagros y resolver problemas de solo tocarlos, porque su varita mágica está hecha de amor.

Esas son las que con un gesto, mirada o regaño, convierten en enseñanzas las tristezas, en carruajes las calabazas y en caricias los apretones.

También hay madres que son princesas, delicadas y dulces, pacientes y a la vez aventureras. Las hay blancas como la nieve, otras capaces de cruzar los siete mares para ir al encuentro de sus hijos, atravesar desiertos montadas en alfombras, hacer brillar la luna…Y aun con toda esa ternura, si el peligro acecha, las madres se vuelven como leonas: velan el sueño de los suyos, observan, advierten, y de ser preciso, atacan.

Existen también mamás súper heroínas – o súpermadres, en todo caso- y tienen poder para hacer muchas cosas al mismo tiempo: lavar, planchar, cocinar, hablar por teléfono, arreglar el desorden, atender a los niños…

Solo ellas saben lo que es llegar a casa, después de un día de trabajo, para entonces asumir las labores domésticas…

Esas mamás esconden alguna fuerza sobrenatural (o baterías recargables, porque no se cansan nunca) y llenan de vitalidad lo que les rodea. Tal vez es que “funcionan” con energía renovable: se cargan con el sol, el agua, el viento…

Y al final del día, pese al agotamiento, están dispuestas a ser nuestro público cuando aprendemos a cantar, a convertirse en curadoras de nuestras exposiciones de dibujo, brindarnos el mejor aplauso a los (malos) chistes, representarnos en nuestros proyectos, y por qué no, emitir la crítica precisa y constructiva.

En los libros de cuentos y las películas, casi siempre son hombres los vencedores, los que salvan al mundo del mal. Claro; si el mundo “se moviera” con amor de madre, no hubiese tantos problemas.

¡Hace falta un ejército de madres para forjar la paz!

Se incluyen las abuelas, por supuesto, que calman y redimen desde la sabiduría de los años vividos, y sus armas están hechas de ternura y ocurrencias.

Además, las abuelas son como las almohadas, dispuestas para recostar en ellas la cabeza aun en medio de la tempestad, frente aliado en cualquier batalla. ¿Qué sería del mundo sin abuelas (y de nosotros los nietos)?

Quizás no siempre entendamos sus razones, sus órdenes, sus consejos. Dicen que no se sabe lo que se siente hasta que te empieza a crecer la panza, y luego llegan los bebés.

Pero lo que sí sabemos es que las mamás son eternas, no se van nunca. Los hijos somos en parte nosotros mismos, y en parte ellas.

Por la vida, por existir, por estar siempre… ¡Gracias mamá!

Yindra

Por partida doble

 

A Yindra Vinent Pérez la noticia de su embarazo le llegó de improviso, y fue bien recibida. Sin embargo, no fue hasta el día del primer marcador genético que recibiría la mayor sorpresa: traía gemelos.

 

Con poco más de un metro y medio de estatura, la joven de 26 años se estrenó como madre el 31 de marzo, tras nueve meses de cargar en su vientre con fortaleza, cuidado y mucho amor a los pequeñitos, quienes la llevaron a pesar hasta 82 kilos y apenas poder moverse.

 

Sin embargo –relata con ternura- para ella lo más importante siempre fue el bienestar de sus hijos.

 

“Me creció mucho la barriga, engordé y me hinché bastante, pero siempre traté de que mi embarazo fuera lo más seguro posible. El trabajo de parto empezó sobre las siete de la noche, media hora después nació el primero y a los 5 minutos el segundo.

 

“Por suerte fue un alumbramiento natural, sin complicaciones. Desde entonces me dedico por entero al cuidado de los niños, que no es nada fácil, pues son dos por el precio de uno, pero su papá y la abuela siempre están ahí para los bebés”, comenta.

 

Aunque estuvo hospitalizada alrededor de cinco meses, asegura que todo el sacrificio y las dificultades son poco ante la sonrisa de Enmanuel Oreste y Eulices Manuel, los pequeños gemelos, quienes conocieron el hogar hace apenas unos días, y aunque todavía no pueden regalar postales, ya hacen que este domingo sea diferente para

 

Yindra, mamá por partida doble.

ella

Ella

No quiso revelar su nombre, pero su historia es la de muchas madres que llevan en sus hombros el peso de una casa y la crianza de los hijos. En medio de una cultura patriarcal que favorece a la figura masculina, la tercera parte de los hogares en Cuba están encabezados por mujeres.

Ella –así la llamaremos - no es de las resignadas que temen al divorcio, más bien milita en las filas de las luchadoras, que emprende con valentía los roles familiares como resultado de la ruptura conyugal.

“La separación fue la solución para un conflicto de pareja cada vez más insostenible -narra- quedé al frente de la casa con dos niñas pequeñas. Aunque el padre daba la manutención, apenas alcanzaba para gastos básicos como la comida, electricidad, transporte…pero esa cuenta no daba para pasar el mes por mucho que calculaba.

“Aunque no soy buena en los negocios, convertí un bolso de mercancías en una de mis extremidades. Las vendutas, le llamaba, porque no había productos fijos ni en grandes cantidades, sino que iba al campo cuando me avisaban y regresaba cargada”. Así lo narra ahora, desenfadadamente; pero aquellos momentos fueron duros.

Ella vela por la educación de sus “retoños”, como llama cariñosamente a sus siempre niñas, aunque ya crecieron. Realiza las tareas domésticas y de su trabajo, que exige consagración. Unido a ello –como casi todas las cubanas- batalla contra las adversidades cotidianas, las limitaciones económicas y prejuicios de los que aún son víctimas las mujeres divorciadas.

Su tarea es titánica, no descansa. “Mis hijas son mi inspiración para luchar y a ellas me consagro –dice-, así que pido a Dios mucha salud para encaminarlas en la vida y fuerzas para seguir ayudándolas”.

vale la pena

Vale la pena

Brianis López De los Reyes tiene 50 años, 21 de ellos consagrados a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Su puesto, aunque no es militar, sino de Técnico B en Gestión de Recursos Humanos y Laborales, demanda tanto sacrificio como a cualquier soldado.

Pero ella ha logrado crecerse y repartir el tiempo, pues le ha tocado simultanear el trabajo con la crianza de dos hijos: “un varón, ya mayor, que trabaja en el Hospital, y una hembra que cursa el séptimo grado”.

Su voz se llena de orgullo cuando habla de ellos, porque al verlos comprende que cuanto ha hecho, vale la pena.

“No siempre trabajé en las FAR, mi primer hijo lo tuve a los 21 años mientras laboraba en la Dirección provincial de Campismo. Al principio tuve miedo, pero por suerte estaba casada y tenía a mi madre, Briseida, que cuidaba y cuida a los niños igual o mejor que yo. Además el ingreso al círculo infantil fue un alivio para mí como madre trabajadora”, rememora.

“La vida militar le roba mucho tiempo a la maternidad”, describe.

“Cada vez que hay movilizaciones o ejercicios de preparación para verificar la disposición combativa, tenemos que quedarnos a apoyar y asegurar cada acción. Entonces llego al hogar casi de noche, veo cómo están todos, si la niña hizo las tareas; juego con mi nieta y me pongo a ayudar en la casa.

“Al final uno no tiene descanso, porque hasta los fines de semana se hace algo, en el hogar o en la oficina”.

“Pero al menos existen momentos como el día de la mujer y ahora el de las madres, en que descansamos algo, y todos alrededor nos reconocen y llenan de amor, que es lo que muchas veces hace la vida más fácil”.

canas

Amor con blancas canas

A mis 26 años, aún vacilo en responder cuando me preguntan qué siento hacia mis abuelas. Mis pensamientos van desde la primera muestra de cariño de la que fui consciente, hasta los más fuertes regaños.

Cecilia y Aracelis, créanme, son excelentes estrategas, perfectas mediadoras, leales cómplices, las mejores consejeras y excepcionales madres. Solo ellas, sin dudas ni consultas previas, levantan un castigo, dan permiso y consienten el más absurdo capricho.

Mis abuelas son así, pequeños ángeles de la guarda que están pendientes del mínimo detalle, de las alegrías y tristezas que experimento en el trayecto de la vida.

Con sus arrugadas pero delicadas manos, me brindan las más cálidas caricias, dan sus hombros para desahogar alguna pena o sostienen con esfuerzo sus temblorosos brazos abiertos para luego estrecharme contra su pecho.

Con dulces voces y tonos cadentes, propio de sus ochenta años, coinciden en que a los nietos se les profesa tanto amor como a los hijos, pero a la vez que la ternura por los primeros es desmedida.

La explicación a tanto amor es sencilla.

No hay fórmulas para aprender a querer a un hijo y mucho más a los nietos, quienes llegamos cuando acumulan más experiencias y disponen de tiempo para asumir nuevamente el rol de madre: cambiar pañales, preparar meriendas, revisar las tareas, dar el visto bueno al novio, estar en la boda y como si no bastara, pedir ansiosas los biznietos…

Son Cecilia y Aracelis el alma de la casa, las que con blancas canas y pasos lentos me reciben a la puerta, me llevan hasta el balance y meciéndose suave, como detectives, preguntan sobre cómo fue el día.

A mis 26 años, aún vacilo cuando me preguntan qué siento por mis abuelas. Son muchos demasiados los recuerdos, las palabras y las muestras de cariño que quiero expresarles a diario y se me anudan en la garganta… no sé cómo agradecerles por ser también ser mis mamás.