policarpo pineda

Con fingida serenidad, la “mujer” irrumpe desde el interior del cuartucho, se detiene en la sala, y realiza un gesto que adquirirá dimensión de leyenda. Encubre su encrucijada con el vestuario y una sonrisa, mientras el militar español, recién llegado al inmueble, escudriña los rostros presentes en el guateque changüisero que reúne en Tiguabos a decenas de lugareños, en un atardecer ya perdido en el calendario de 1867.

“Ella” lo invita a bailar. Él rechaza la invitación. Quizás le parece impropia de una mujer hacia un caballero, o le desagradan la piel cobriza, el pelo “crespo –aunque suave–, el rostro atezado y la espalda ancha[1] de la excéntrica ‘dama’”.

 

Una “coqueta” desaliñada, huérfana de atractivos, y con notables rarezas: “largo el cuerpo y cortas las piernas sin abundancia de carnes, pero sobrada de nervios y tendones”[2] no será quien atrase la diligencia de un sargento español, inmerso en incierta, peligrosa y apremiante misión.

 

Los ojos del oficial no perciben otras facetas de la desafiante “mujer”: su “mirada viva, la boca sonriente, que en su conjunto expresan agilidad, valor e inteligencia natural. ¡Un brillante en bruto!”[3].

 

No. El sargento no anda de fiesta. Anda de caza. Y un apetitoso ajiaco sonoro conocido como changüí, le pudiera servir de carnada. ¿Quién se resiste a los encantos de esa descarga rítmica que hace vibrar a Tiguabos cuando se juntan maracas, marimba, guayo, tres y bongó?

 

“Si Rustán está aquí, lo pesco y gano un ascenso”, acaso piensa el perseguidor que llega de súbito a la cumbancha, en busca de José Policarpo Pineda, alias Polilla, o Rustan: una sombra perturbadora del sueño ibérico en la región.

 

Opuesto al poder colonial, en 1867 ya el Polilla tejía su leyenda frente a la (in)justicia peninsular, empeñaba en vengar con sangre la osadía del indio de 28 años, nacido en El Corojo, un sitio intrincado del hoy municipio de Manuel Tames.

Miradas indiscretas lo han visto incursionar por Tiguabos; una lengua servil lo delata. La gendarmería registra el asentamiento y la periferia. Y nada, el “pillo insurrecto” desaparece otra vez.

 

¿De dónde viene la rebeldía?

 

José Sánchez Guerra y Wilfredo Campo señalan al mil 860 como año de inicio de la insurgencia de Policarpo. Mas, indio el Polilla, indios sus padres, es probable que el sentimiento de odio y venganza contra la dominación extranjera haya incubado antes.

 

Reminiscencia de una raza extinguida por el maltrato y la explotación, pudo ser desde su niñez, en el conuco del padre, donde oyera hablar por primera vez de castigos, trabajo forzado, ejecuciones y otros horrores.

 

Pareciera que su rebeldía nació mucho antes que él, cuando en la isla desembarcaron tres “maldiciones”: La Niña, La Pinta y La Santamaría; allí empezó el drama de sus ancestros.

 

Afrentas, réplicas y castigos

 

En su libro Los Ecos de La Demajagua, Sánchez Guerra y Wilfredo refieren que un domingo de 1860, uniformados del régimen le profirieron groserías a la novia de Policarpo, quien de inmediato embistió al más imprudente de todos. Los otros huyeron y el corajudo rebelde sufrió prisión, aunque breve.

 

Tres años después, sin sospecharlo, el comerciante español Benito Mariné y su compatriota don Luis Macías, teniente gobernador de la Villa, forzaron el inicio de la leyenda de Policarpo.

 

A una ofensa del primero el indio ripostó con un bofetón soberano, por lo que, ante la vista pública, y atado a una columna, tuvo que soportar veinticinco azotes, pues así lo había ordenado el gobernador.

 

Y al pasar de los días…

 

Es domingo. La música encanta; la noche seduce como una doncella. El ir y venir continuo distingue al encuentro habitual, repleto de aristocracia: señoritas, galanes, mujeres de fino vestir y joyas abundantes, damas y caballeros de alcurnia se han dado cita en la Plaza de Armas, animada por la banda militar.

Inmerso en el espectáculo, desde la calle Crombet, esquina a Calixto García, don Luis Macías no percibe al jinete que baja de su caballo, entra al recinto comercial, compra una pieza alargada, fina y flexible y se dirige al gobernador. Se rompe el encanto: silbidos repetitivos cortan el aire hasta rebotar en el cuerpo del distraído, que reacciona como si bailara una danza.

 

Lo que el “desconocido” adquirió en el establecimiento era un fuete. “Soy Policarpo, ya estamos en paz”, pregona el jinete, mientras sube de nuevo al caballo y desaparece. Después de estrenar a don Luis como “bailador”, Rustán emprendía su leyenda.

 

Clandestino                                                                                            

 

Perseguido con saña, Policarpo Pineda se internó en lo intrincado del lomerío, entre Yateras y Baracoa, localidad esta última, donde fue capturado tres años más tarde, y remitido a Guantánamo. No llegó a su destino.

Durante el traslado, el Polilla, con las manos atadas, se lanzó al precipicio en la zona de Veguitas. Era su final, creyeron quienes lo conducían. Se olvidaron de él. Pero al año siguiente el “difunto” resucitó por Sagua de Tánamo, y volvieron a perseguirlo.

 

Advertido de que el ejército le sigue los pasos, el Polilla se encamina a Tiguabos, donde poco después el sargento español irrumpe sigiloso en compañía de sus hombres, y sondea cada rostro masculino presente en la reunión changüisera; entonces no sospecha la historia que escribiría su audaz y escurridizo enemigo.

                                                          

   ****                                                                                            

Dos años más tarde, a mediados de agosto de 1869, Policarpo, que llevaba seis años en rebelión contra España, se incorpora al bando insurrecto y forma parte de la División Cuba, primero bajo el mando del Mayor General Donato Mármol, y luego de Máximo Gómez . Así empezaba otra fase de su leyenda guerrera.

Dicen que su arrojo en cada acción asombraba a todos. José Miró Argenter, en sus crónicas de la guerra, describe la estampa insólita de un guerrero a caballo, descalzo y con grados de coronel. Lleva los pantalones a las rodillas, y al cuello un pañuelo rojo. Era Policarpo; tan raro como valiente.

 

Su temperamento lo involucró en conflictos personales frecuentes. En una época de enraizados prejuicios –raciales y de otros tipos, herencia del coloniaje–, hubo quien encontró asideros en la terquedad de Rustán, para desvirtuar su legendaria figura.

 

Como jefe de la vanguardia de Gómez, lideró los combates de Ti Arriba, Palmarejo, Tempú y muchos otros, siempre a la cabeza de su columna. Esa costumbre lo hizo blanco de la bala que traspasó sus piernas y lo dejó inválido en el combate de Mayán, el 16 de noviembre de 1870. A partir de entonces peleaba atado a la silla de su caballo, y continuó siendo el guerrero que inducía terror en sus enemigos.

 

El machete de Cuba frente al sable del opresor                                                                                                                      

 

Los españoles buscaban un rival para Policarpo. Esa misión recayó en el coronel Francisco Pérez Olivares, segundo jefe de las escuadras de voluntarios de Santa Catalina del Guaso, un hombre de sangre fría, diestro con el sable, despiadado, cruel y ambicioso.

 

En esa encomienda Francisco vio la oportunidad de ascender, y salió con sus hombres en busca de Policarpo; le siguió el rastro y un 24 de octubre, sobre las dos de la tarde, chocaron en La Tontina de Vuelta Corta, lugar que Martí describe como “una mágica hoya de vasto verdor”.

Dicen que la pelea entre Polilla y Francisco empezó en un instante casual en medio del fragor del combate. Su trascendencia iba más allá de un duelo personal entre dos contendientes. Aquel encuentro era un símbolo: el machete de un pueblo en pos de su libertad, frente al sable que intentaba impedirla.

 

Policarpo es un trueno, relampaguea su machete, arremete como un huracán. Su rival contraataca, casi lo iguala en intensidad y destreza: “te voy a matar y después te voy a cortar los ‘cojines”, amenaza Francisco. “Eres tú quien se acerca al final”, replica Rustán. Los demás se detienen a presenciar el combate, la porfía se prolonga hasta que el machete mambí penetra en el cuerpo del insular, quien se desploma. El desenlace presagia el destino del coloniaje español en la isla.

 

Un desafío                                                                                                                

 

Cuentan que durante la Guerra de los Diez Años, cuando los Maceo empezaban a hacerse célebres, el Polilla salió del monte para ir a su encuentro. “¿Dónde están esos guapos que cogen a los españoles por el pescuezo?”, indagó a toda voz Policarpo. “¡Somos nosotros!, aclararon Rafael, Miguel y José, tres de los hermanos Maceo. Entonces Rustán los retó: “pues ahora vámonos a cazar soldados españoles, veremos quién es el valiente”.

 

Aceptado el reto, salieron los cuatro y se apostaron en un punto a la espera de soldados ibéricos. Horas más tarde apareció una escuadra enemiga y el cuarteto mambí arremetió contra ella. Tomados por sorpresa, los peninsulares huyeron, un grupo de ellos y su convoy quedaron en manos de los insurrectos, que regresaron heridos al campamento. Por el arrojo y temeridad de Policarpo, el Titán de Bronce lo calificó como uno de los tres hombres más valientes de la Guerra Grande, junto a sus hermanos Miguel y José.

 

En honor a Rustán

Mongo Gómez (músico e investigador) propone instituir un gran premio para el Festival del Changüí e identificarlo con el nombre de Policarpo Pineda.

 

Aunque no pudo estudiar, el Rustán que hizo magia con el machete, el que pobló de significado a vocablos como dignidad, intrepidez y firmeza, también le dio sentido a los sinónimos del changüí: engaño, picardía, burla…

 

Una burla, con categoría de leyenda, fue lo que hizo aquella tarde de 1867 en Tiguabos cuando, con fingida serenidad, irrumpió desde el cuarto de una vivienda e invitó a bailar al jefe de la tropa que lo buscaba. El oficial no aceptó, pero ignoraba que frente a él, disfrazado de campesina, estaba el mismísimo Policarpo Pineda.

 

[1]-2- 3: Citas del coronel Enrique Collazo –quien lo conoció personalmente– mencionadas por José Sánchez Guerra y Wilfredo Campo Cremé, en su libro Los Ecos de la Damajagua. Ed. Oriente. 1976.                                                                        

4 José S. Guerra y W.C. Cremé. Los Ecos de la Demajagua. Ed. Oriente. 1996.

 

Comentarios   

0 #1 Elio Antonio 03-01-2019 15:33
Hola :-)

Excelente artículo. Yo aprecio grandemente las gestas de hombre como Policarpo Pineda.

Me preguntaba: ¿Por qué estas figuras de líderes nuestros, no están más allá en nuestras vidas, que en el nombre de alguna institución?

¿Qué hacen nuestras escuelas respecto a Boti, Pedro A. Pérez o el Polilla?

Saludos ;-)
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