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dias festivos trabajadoresUna faena de jóvenes frente al basculador.

En los portales o a la sombra de los arbustos, unos rodean la mesa de dominó, otros charlan, sonríen, comparten tragos, y acaso hablan de expectativas de cara al año que va a iniciar, o hacen el recuento de cuánto nos dejó el 2018: nuevas victorias, unidad reforzada, retos, consensos, interrogantes.

Comentaron de todo eso mientras al cerdo se le tostaba el pellejo en la púa. El olor desprendido por el infortunado animal nos alcanzó en la calle cuando el auto transitaba por el batey. Argeo Martínez derramó alegría en la último día del año. Ya en el poblado otro aroma empieza a cubrir el ambiente.

Ingenio adentro huele a guarapo, se respira el perfume que las calderas esparcen. No hay fiesta ni voces, sólo gestos. La maquinaria impone su lenguaje monótono y a un metro de distancia no se escucha ni una palabra: hablan poco y obran resueltos estos seres bajo la claridad menguada del interior del central; parecen fantasmas enfundados en overoles, guantes, botas y cascos. Son esposas y esposos, padres, hijos, hermanos, vecinos,… de quienes afuera se aprestaban a despedir el año y a recibir el nuevo entre brindis, felicitaciones y parabienes. Y…

“Claro que ahora me gustaría estar junto a la familia”, confiesa Freddy Benavides junto al basculador. No niega que en una ocasión como esta se extraña el hogar y los amigos; “pero imagínese, esto es importante y alguien tiene que hacerlo; hoy me tocó y na´, pa´lante”.

“El azúcar la llevo en la sangre”, dice el joven en tono jocoso y aclara: “pero no soy diabético, ¡sabe!”. Entonces me explica que su abuelo trabajó aquí y que su padre fue mecánico integral del ingenio: “se jubiló en este lugar, era el caballo.

“No venir hoy equivale a dejar de hacer al menos cien toneladas de azúcar, esto es importante y en mi casa lo entienden”, comenta Rudy, el jefe de turno, un hombre que ha dedicado treinta de sus 48 años a la actividad azucarera.

“Estos muchachos son increíbles en el trabajo, para ellos no hay nada imposible, parecen una familia”, comenta con el dedo índice en dirección hacia Freddy, Miguel, Gionelis, Andry, Francisco y Leonardo, que desde la compuerta de un vagón repleto de caña satisfacen el voraz apetito del basculador.

Me despido. Afuera vuelven la música, los tragos, la mezcla de olores a cerdo asado y guarapo, un aroma que los sentidos dejan de percibir pasadas las tres de la tarde, cuando el auto se aleja.

dias festivos trabajadores2Juan Pablo y Franklin tras sellar una tumba.

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A esa hora el sudor empapa los cuerpos de Franklin Matos y Juan Pablo Moya, quienes dan los toques finales al sitio donde descansarán los restos mortales de un coterráneo, en la necrópolis de San Rafael.

“Tratamos de ofrecer el mejor servicio”, asegura Juan Pablo, “así ayudamos a aliviar el dolor de esa gente, es triste verlos despedir a un familiar querido cuando otros despiden el año. Si podemos ayudar, entonces vale la pena no estar el 31 de diciembre en la casa –razona–, es el día más difícil de mi trabajo, porque en esta fecha es mayor el dolor de quienes pierden a un ser”.

Franklin, por su parte, revela que: “después de realizar hasta quince entierros en una jornada, como a veces hemos tenido que hacer, por las noches sueño con muertos, me dan pesadillas, salto en la cama. Y al día siguiente me doy un ꞌgajazoꞌ, por si acaso”.

Cuando alguien se le acerca en la calle y le da las gracias porque él le ayudó a enterrar a la madre, a un hermano o al padre, Franklin se siente recompensado; “esas cosas alivian” –asegura–, “a veces uno quisiera evitar el dolor ajeno, pero no puede”.

dias festivos trabajadores3La salud de una niña y la tranquilidad de una madre: empeños de Mario Giraudy.

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Más afortunado en ese sentido es Mario Giraudy Zúñiga, especialista de primer grado en Cirugía Pediátrica y Medicina General Integral. Le gusta la fiesta pero lo que más disfruta es salvar una vida, rescatar la felicidad de una madre. Por eso no despide el año con su familia, que “es parte del sacrificio, y me ayuda”.

Narra el galeno cómo en ocasiones alguna emergencia le interrumpe un festejo, entonces el escenario cambia en pocos minutos para él: de la sala de su casa al salón de operaciones, y enero lo sorprende otra vez en la encrucijada profesional, en una pelea por la vida.

A veces el minuto final de un año y el que le da inicio al siguiente lo pasa frente al quirófano con la esperanza de una familia y la suerte de un niño en sus manos. Él cree que los trances más difíciles en fechas como esas los ha vivido en una sala de neonatos: “no es fácil enfrentar la amenaza que se cierne sobre un bebé y saber a la madre desesperada, en esas horas las sonrisas desaparecen, hay que darlo todo por rescatarlas”.

“Escoger esta profesión implica renunciar al esparcimiento cuando sea necesario, yo lo hago con gusto pero recompensas no faltan” –dice– e ilustra con dos ejemplos: “sin querer ꞌreclutéꞌ a uno de mis pacientes para estudiar medicina, lo operé aquí cuando él era niño y se enamoró de la carrera”.

Giraudy Zúñiga rememora el día en que un joven lo interpeló en un pasillo del hospital; él no pudo reconocerlo a primera vista. Entonces el muchacho le mostró una cicatriz que tenía en el abdomen, “y me dijo: ‘esa operación me la hizo usted, estoy muy agradecido’, y me estrechó la mano”.

Son gestos que ayudan en la certeza de que “vale la pena trabajar 31 de diciembre, primero de enero, cualquier día y a cualquier hora”, confiesa este hombre de bata blanca. Reconforta verlo derramar sensibilidad en su segunda casa: el Hospital Pediátrico Pedro Agustín Pérez, ubicado al sur de la ciudad de Guantánamo.

dias festivos trabajadores4Nelvis y Thalía: más que palabras, ternura.

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En el extremo opuesto de la urbe la algarabía de cuatro “príncipes enanos” – tres varones y una hembra – me recibe el 31 de diciembre del 2018, una fecha que repite la historia de los últimos años tanto para Nelvis como para Isabel; la primera no puede estar junto a su retoño, la segunda extraña a su progenitora, ellas son hija y madre.

Isabel, fruto único del vientre de Nelvis, espera el nuevo año en compañía de la abuela, su mamá lo hace al lado de Yoán, Yordan, Yoennis y Thalía, ésta última la más intranquila del cuarteto que habita el hogar de niños sin amparo filial del reparto Caribe: “ellos son igualmente mis hijos”, dice la también directora de la institución.

   —“Tía –interrumpe Thalía–, mira lo que pinté”, y le muestra el dibujo en una cuartilla.

    ¡Qué lindaaa!, reacciona Nelvis y le da un beso.

    La pequeña sonríe y le anuncia que: “voy a guardársela a mi mamá para cuando venga”. La mujer sonríe, mueve la cabeza, arde la emoción en sus ojos.

“¿Ya entiende?” – me dice Nelvis –, aunque no esté conmigo el ser que yo traje al mundo no puedo estar triste hoy, no me dejan estas criaturas. ¡No digo yo si vale la pena sacrificarse!”.

No ha sido menor el sacrificio de Ana María. Dedicarse por entero al cuido de los pequeños le costó el matrimonio: “enfrenté el dilema y me decidí por los inocentes. Fue triste pero no me arrepiento; ellos son parte de mi vida”, confiesa la educadora que lleva 35 años en esa labor. “Junto a mis niños he pasado otros fines de años y hasta cumpleaños míos he celebrado con ellos.

Interrumpida de vez en vez por la travesura de algún “sobrino”, Ana confiesa que ella y sus compañeras viven como El Principito: “diciendo adiós. Porque a este hogar llegan los más pequeños y cuando crecen les corresponde pasar a otra institución, entonces lloran ellos y lloramos nosotras”.

“A veces –continúa la mujer–, cuando más encariñada estamos alguien adopta a uno de ellos y se lo lleva; eso es bueno, sí, pero… (hace silencio y oculta la mirada). Imagínese usted lo que yo ahora no puedo decirle”.

Las lágrimas de Ana no logran salir, Yoán se lo impide: “tía, ayúdame a dibujar una princesa”. La toma de la mano, ella sonríe, me ofrece una excusa y se deja llevar… camino a la mesa el pequeño cuchichea algo al oído.

El rapto de ternura de Yoán me devuelve, no sé por qué, los héroes anónimos de estas jornadas: jóvenes que sudan en el basculador de un central y sepultureros que los imitan en cualquier necrópolis del país, hombres y mujeres de batas blancas,... guantanameros, guantanameras, cubanos. Se ausentaron del jubileo y de la familia porque el deber los solicitó; y Cuba, con su pupila martiana, los ha visto volver “como de un baño de luz”.