ruido reportajeMercedes Bruzó recomienda no subestimar a los ruidos.

—Buenas tardes. Vengo a decirle que hoy habrá un festejo familiar en mi casa; la música será moderada, pero si les molesta resolveremos el problema enseguida”.

 

— Muchas gracias, vecino.

 

Tal plática es habitual en el reparto Mártires de Granada, donde al parecer la cortesía y los buenos modales hallaron refugio seguro. Fuera de aquel oasis de armonía y convivir respetuoso, los contrastes irritan. En el ambiente sonoro del Guaso no faltan vulgaridades ni desentonos como el que presencié a bordo de un coche.

 

Sin la anuencia del niño, la adolescente y varios adultos que iban a su lado, un viajero le echó mano a su celular y amplificó el estribillo obsceno: “el c…de Natacha, el c… de Natacha”. Nadie logró disimular el disgusto, pero todos callaron y una vez más la afrenta halló complicidad en el silencio, como tantas veces ocurre en vehículos, barrios y espacios públicos.                                                                                                                 — ¿Por qué lo admites? –le pregunté al cochero.                                                            

 

— No tengo otra opción, de lo contrario perdería muchos clientes. Cosas como esas me ocurren todos los días –respondió el hombre, mientras el transgresor me miraba con petulancia.                                                                                      

ruido reportaje2“Ya no queda lugar donde ir a quejarme”, lamenta Felipe Cisneros. Al amanecer…                                                                                                            

 

Perturbada por la “musicomanía” ensordecedora de ciertos vecinos, Idalmis emprendió el camino al trabajo. Iba soñolienta, ojerosa, de mal humor; eran las 5 y 50 de la mañana. A esa hora los escamoteadores del sueño duermen plácidamente. Al atardecer la guantanamera estará de vuelta en su hogar del Reparto Caribe, próximo a la comunidad de Palmira, poco después empezará el bombardeo decibélico de la noche anterior.

 

Arruinadores del descanso le sobran a la ciudad. Se quejan los agobiados por la estridencia en edificios multifamiliares, los perturbados por ruidos intempestivos de ciertos grupos de religiosos, los vecinos de chapistas, carpinteros, cuentapropistas –que no son pocos en la ciudad–, y también los que residen en las proximidades de centros de recreación y otras instituciones.                                                                                                                                                

 

Según Alexander Fernández, especialista del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) las quejas más recientes y reiteradas apuntan al club Río Guaso, donde estuve en par de ocasiones –un martes y un sábado, siempre a las 4 y 30 de la tarde–, aunque ningún caso encontré al administrador.

 

“Es verdad que 'apretábamos' con la música y los vecinos se quejaban bastante, pero el problema ya está resuelto”, admitió en el mostrador del Club Rio Guaso el cantinero Ángel Luis. Fue desmentido un par de minutos después. “No quiera usted escuchar lo que sale de ahí”, me dice una vecina de la instalación semiabierta y desprovista de acústica.

 

“Mi esposo es chofer y la bulla no lo deja dormir, así mismo sale para el trabajo; eso es peligroso”, añade la entrevistada; mi cámara le apunta el rostro y… “¡no, no, no! Fotos no. Cuando la gente sale del club se forman tremendas algarabías, pueden vengarse”. Por la misma razón, y a escasos metros de allí, un hombre reclamó anonimato para él y la madre.                                                                                                           — ¿Cómo se siente, abuelita?, le digo a la anciana de 83 años.                                  

 

— Mal, hijo, mal, ¿tú crees que con esa música alguien puede estar bien?

 

Entonces el hijo me habla de las isquemias transitorias sufridas por ella, de la hipertensión, la irritabilidad y el dolor de cabeza que las persiguen: “la vieja no duerme, yo tampoco. Cierro la casa bien, pero el ruido penetra”.

 

Cerca del lugar vive el septuagenario Luis Felipe Cisneros, hastiado por la música del “Río Guaso”. 'Cuando la música sube las ventanas de la casa y las copas y vasos de la vitrina suenan como si temblara la tierra. La bulla me sube la presión, me provocó un derrame vascular, tuvieron que operarme de un ojo. He perdido la cuenta de las veces que me he quejado. Y nada”.

ruido reportaje3Raudel, de 8 años de edad, bajo los efectos del ruido estridente El ruido no tiene edad

 

El codo sobre el pupitre, la frente encima de la mano derecha, los ojos y el tórax sin encontrar paradero en el aula. Raudel ha sido blanco de la música intensa. “Casi no se concentra, es inquieto y de aprendizaje lento”, comenta María Elena, quien ha debido apelar a sus más de 40 años de magisterio para instruir al pequeño, que cursa el tercer grado en un seminternado guantanamero.

 

La doctora Harasay Díaz Estévez enfrenta la doble embestida del ruido. De noche, la música de su barrio le dificulta el estudio y no la deja ver la televisión en el sur de la ciudad de Guantánamo. De día, en el Hospital Pediátrico Pedro Agustín Pérez, la especialista de primer grado en Neurología recibe a niños y niñas con síntomas neurológicos.                                                                                                    

 

Allí encontré a Elda Carrera García, estudiante de 16 años; sufre desmayos, dolor de cabeza y pérdida del conocimiento cada vez que en el barrio le imponen música escandalosa. “No puedo afirmar que la causa del mal es el ruido, pero más del ochenta por ciento de los pacientes que atiendo han estado expuestos a la estridencia; este es un caso típico”, dice la especialista.                                                                                                                

 

Una opinión similar expresa Mercedes Bruzón Bardají, quien dirige los servicios de otorrinolaringología del Hospital Agostino Neto, donde acuden pacientes con traumas acústicos, fatiga auditiva, sensación de sordera…, casi siempre después de soportar más de 65 decibeles.                                                                  

 

Científicamente los hechos no bastan para achacarle al ruido los percances descritos, mas, los estudios confirman que la exposición a elevados decibeles provoca insomnios, dolor de cabeza, cansancio, estrés, agresividad, problemas mentales y del estómago, y alteraciones en el ritmo cardiaco. También conduce a la pérdida de la audición y debilita el sistema inmunológico, entre otros males. Aún así, “la gente no establece una relación causal entre determinados trastornos y la exposición a sonidos intensos”, opina Mercedes.

 

Hasta hoy el fenómeno avanza indetenible en Guantánamo, aunque las fuentes contaminantes son bien conocidas: pistas de baile, casas de la música, el Patio de ARTEX, hoteles Martí y Brasil, terraza de la avenida y Carlos Manuel, casas culto, clubes, ranchones, carpas, cuentapropistas, centros recreativos y cientos de personas naturales.

Un informe de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) en el territorio refiere que durante el 2018 ese órgano enfrentó a 298 promotores de ruidos, la mayoría de ellos con advertencias, multas (que en este caso no pasan de ¡5 pesos! porque así lo establece la norma) y presentaciones ante la comunidad.

El documento enfatiza en la necesidad de enfrentar al fenómeno de manera cooperada y enérgica, y cuestiona las posturas de algunas direcciones administrativas que tienden a justificar la música chillona con el pretexto de atraer a consumidores e incrementar las ganancias.

Veinte instrumentos legales vigentes no han bastado para frenar al ruido. Da la impresión de que los encargados de aplicar esas normativas no se ponen de acuerdo. Alexander Fernández Velázquez, especialista de regulación ambiental del Citma, aclara que esa entidad actúa cuando “los ruidosos afectan la diversidad biológica, áreas naturales o concentraciones poblacionales”.

ruido reportaje4Harasay Díaz: “Los ruidos intensos agreden a la salud”.

Al hablar del asunto, Xiomara Vegué, al frente de la dirección Integral de Supervisión (DIS) en el municipio de Guantánamo, se queja de que “quieren tirárselo todo a la DIS, mientras no se le exige igual a higiene, salud y otros organismos igualmente responsabilizados con atajar el problema. Nuestros inspectores no actúan dentro de las viviendas, ni pueden medir la intensidad del sonido, eso le corresponde a Salud Ambiental”, argumenta.

“Falta coordinación”, admite Javier Medrano, especialista en salud ambiental de la dirección provincial de Salud, “si la DIS, el Citma o cualquier otro organismo nos solicita el servicio, se lo prestamos, no tenemos sonómetro, pero calculamos la intensidad del sonido mediante otro procedimiento”.

Por los males que acarrea la contaminación sonora, en el ámbito institucional, familiar o comunitario, todos debieran enfrentarla con entera resolución, de lo contrario, como advierte la doctora Mercedes Bruzón: “seremos los ancianos sordos del futuro.

Comentarios   

0 #1 Niurka 16-02-2019 15:06
Muy buen tema, esto es preocupación latente y es de las cosas que a escala social debemos resolver, se todo en las sobre todo en las entidades administrativas porque son del Estado y deja sin fuerza moral al reclamo a personas naturales, si el periodista desea nuevos elementos que visite alos vecinos radicados en los alrededores de la plaza Pedro Agustín Pérez, planteamiento de asambleas de rendición de cuentas por más de 10 años y sin solución.
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0 #2 Ismael 18-02-2019 14:51
Es que los causantes de la contaminación acústicos se burlen de los moradores de su área de residencia, de las prensas, funcionarios etc.
Cuando se le llama la atención hay que escuchar las amenazas, ofensas, desprecio que salen de sus entrañas sin importarle si hay persona enferma etc., el pueblo espera respuesta mas contundente que garantice realmente elevar la calidad de la vida y el bienestar de todos.
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