Con la filosa herramienta en la mano, pese a que el árbol lo constreñía contra el suelo y a duras penas le permitía respirar, Ramiro Cobas advirtió que la muerte le había tendido una trampa: antes de recibir el último hachazo, el ejemplar espinoso dio un giro imprevisto y le cayó encima llenándole la piel de agujeros.

¿Golpe del azar o rebeldía de la madre natura? Al hombre del hacha le pareció injusta su encrucijada, no creyó merecerla, mucho menos cuando empezaba su idilio con la tierra que acababa de recibir; él quería fecundarla, mas, ella para dar buenos frutos debía estar libre de marabú y otras especies improductivas.

campesino Valle de Caujerí 1El mango y la piña comparten espacios en la finca de Ramiro, y evitan la fuga de la capa vegetal.

Sometido por las espinas, a Ramiro los minutos le parecieron siglos; aún no sabe el tiempo que permaneció inmóvil y en solitario bajo los tentáculos de aquel monstruo vegetal, “pero no fue mucho”, calcula. Por suerte, estaba en una pendiente, y la tierra, que no era compacta, empezó a ceder, le hizo “un guiño de complicidad” al agricultor debutante, quien batalló hasta quedar libre. La muerte se llevó un fiasco esa tarde del 2003, en la Cooperativa de Créditos y Servicios Mariana Grajales, del Valle de Caujerí.

El campesino había revelado su intención de hacer una finca agroforestal en la que frutales, ganado y cultivos varios compartieran espacios; por eso y por su afán de tumbar el monte a golpes de hacha y no prendiéndole fuego como le aconsejaban, lo tildaron de loco. “Para deshacerme fácil y pronto del marabú, la fórmula era quemar, pero eso también es ꞌmatar al suelo, cuando lo inteligente y justo es cuidarlo”, refirió.

“Ni la candela ni los productos químicos entrarán en los planes para esta finca mientras yo viva; usando químicos se pueden lograr saltos productivos, a veces espectaculares, pero en esa misma proporción se degrada el suelo, al final te pasan la cuenta; además, con ellos la calidad de la producción es menor”. ¿Ves este equipo?”, me dice con una laptop en las manos.

— ¿Es de tu hija?

— Mía. Es mi asesora, –responde sonriente– a mi hija se la presto cuando ella la necesita.

— ¿Qué uso le das?

— Ven a ver.

campesino Valle de Caujerí 2El campesino y su fiel consejera agronómica. Investigar es de sus pasiones.

Mi entrevistado pone la máquina a funcionar; muestra decenas y decenas de artículos sobre agricultura, manejo sostenible, tipos y protección de los suelos, control biológico, sistema radicular de las plantas, y nutrientes que éstas le aportan al organismo. Una variedad de materiales de consultas acompañados de fotos, y algunas investigaciones suyas expuestas en el Fórum de Ciencia y Técnica y en encuentros internacionales de agroecología y agricultura sostenible, entre otros eventos.

De esos intercambios el campesino ha extraído experiencias útiles, pero también ha aportado la cultivada por él en La Ofelia, nombre que identifica a la tierra transformada de marabusal a finca de referencia. “Son ocho hectáreas y media, subdivididas en parcelas, ¿vamos a recórrela?”, me invita.

“Antes de entrar aquí, mi experiencia laboral había transcurrido con el estado, fuera de la agricultura –aclara Ramiro mientras recorremos la finca–, pero las labores del campo no me eran ajenas, nací y crecí en el monte, y cuando era necesario ayudaba; vi a la gente trabajar duro en la tierra, muchas veces sin recibir de ésta la recompensa ideal y me preguntaba por qué”.

Recuerda que, en África en 1979, la vida militar y las privaciones le mostraron el significado de un árbol, y cuánto vale una fruta: “tuve que hacer guardia en las selvas de Angola, me tocó proteger a los tamarindos para que no se los comieran los monos, en aquellas circunstancias eran un sostén insustituible para nosotros”.

“Cuando Fidel en Brasil habló de los problemas del medio ambiente, en 1992, yo no lo entendí muy bien de inmediato –admite–, pero ese discurso me hizo buscar folletos y libros que trataran el tema, sobre todo lo que tuviera que ver con la agricultura; entonces entré en una etapa nueva de estudio, que me ayudó a entender”.

La Ofelia está diseñada para el cultivo del mango y la ganadería ovina y porcina, y en todos los casos ha sobrepasado los cálculos: sus entregas anuales ascienden 15 toneladas de mangos, dos de carne de cerdo, y más de diez entre plátanos, guayaba y otros cultivos.

campesino Valle de Caujerí 3La masa porcina va en aumento, alimentada con producciones propias como el palmiche del medio centenera de palmas plantadas en La Ofelia.

Ramiro sentó las bases para la actividad ganadera; en las áreas de pastos los ovejos rotan por los diferentes cuartones, de tal modo que disponen de alimentación todo el año. A los cerdos les suministra cocos, residuos de yuca, plátanos y boniato, y el palmiche de más de medio centenar de palmeras sembradas con sus propias manos.

La finca, al margen de su objeto social, y “siguiendo la metodología de Adolfito (Adolfo Rodríguez Nodal, impulsor de la agricultura urbana en Cuba), tiene 52 especies vegetales, entre frutas, hortalizas, cultivos varios y plantas medicinales, además de un espejo de agua que garantiza las tilapias para el consumo familiar”.

Guanábana, piña, ciruela, aguacate, fresa, maracuyá, coco, anón de ojo, limón, yuca, boniato, palmas…, desfilan ante mis ojos. El paisaje de La Ofelia es variado y espléndido hasta en su distribución, dispuesta de forma tal que, según Ramiro, las especies arbóreas actúan como barreras vivas capaces de formar terrazas ideales para numerosos cultivos.

“Fíjate que estamos a mitad de pendiente, mira lo acentuado que es el desnivel en la topografía” me dice, y señalando unas matas de mango apostilla: “esas barreras retienen la humedad del terreno, impiden que las lluvias arrastren la capa vegetal, y frenan la erosión del suelo, ello se traduce en sostenibilidad y mayor rendimiento”.

campesino Valle de Caujerí 4No falta el vivero con el que reforesta sus áreas y al cual concede particular importancia.

“A eso le añado la siembra perpendicular a la pendiente, o en contorno, como esta” –y apunta hacia una hilera semicircular de plantas de piña–; también utilizo compós y materia orgánica que preparo a partir estiércol animal y residuos de las cosechas”.

Determinar los aportes de su finca a la Tarea Vida es el empeño inmediato del ingenioso labriego: “por ejemplo, estoy buscando fórmulas y consejos para calcular el oxígeno que libera y el dióxido de carbono que retiene una mata de mango, una de aguacate, de coco o de palma”.

Ramiro contempla su obra, se hace preguntas “y por la noche consulto con ꞌmi asesoraꞌ: la laptop”, confiesa sonriendo este hombre, que vive en complicidad con La Ofelia. “Yo la protejo, la cuido, y creo que me lo agradece; no es un terreno fértil, sin embargo, mira a tu alrededor, ahí están los frutos”.

Vuelvo con la mirada sobre la finca, contemplo otra vez las guayabas, los cocos, las palmeras cargadas de frutos, los maracuyás que cuelgan en lo alto como lámparas en los techos de casonas antiguas. Al concierto de vida y naturaleza se suma un danzante inquieto y recién llegado: el colibrí, se detiene a libar una campanilla durante breves segundos y luego desaparece como una señal luminosa. Ramiro me da una palmada en el hombro y casi adivino su confesión antes de escucharla: “si el marabú no pudo matarme, de este paraíso nadie me arranca”.

campesino Valle de Caujerí 5El gugluteo del guanajo es música en sus tierras con acordes del gruñir de los cerdos y el canto de los pájaros en la arboleda.

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