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Diecinueve de julio de 1964. El día había transcurrido tenso en el perímetro fronterizo que separa al suelo patrio del territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval yanqui en Guantánamo, en contra de la voluntad de los cubanos. Desde bien temprano la posta enemiga, ubicada en las coordenadas 43-67, rastrilla sus fusiles y apunta a nuestros combatientes, quienes sin amedrentarse redoblan su firmeza en los puestos de defensa.

A las 19:07 horas balas disparadas por marines del enclave militar sobre la posta 44, truncan la vida del joven Ramón López Peña, definido por sus compañeros del entonces Batallón Fronterizo como un magnífico soldado, afable, cumplidor de sus tareas, un gran hijo de la Patria.

La soberbia y la prepotencia de los marines destruyeron los sueños de un joven de apenas 19 años, por el solo hecho de cumplir con el deber de defender su Patria, su pueblo y su naciente Revolución socialista.

Ramón López Peña nació en 1946 en Puerto Padre, actual provincia de Las Tunas, donde desde temprana edad trabajó la tierra para ayudar a sus padres y a numerosos hermanos, de los cuales era el mayor. Esta razón le impidió rebasar el cuarto grado de la educación primaria.

Ingresó a las Milicias Nacionales Revolucionarias a los 15 años y seguidamente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Su desempeño en la División 50, en Mangos de Baraguá, y su participación en la Lucha Contra Bandidos facilitaron su ingreso al Batallón Fronterizo de Guantánamo, en el que mantuvo sobresalientes resultados en la preparación combativa y política, la superación cultural y en tres zafras del pueblo.

La decisión de defender a su país la hizo indeleble en la respuesta a su padre cuando este le pidió que se cuidara: "¡Papá, esto es de Patria o Muerte!", sentenció quien luego se convirtiera en el primer mártir de esa unidad ejemplar entre ejemplares, de esa punta de vanguardia de nuestro sistema defensivo, que es hoy la Brigada de la Frontera, Orden Antonio Maceo.

El General de Ejército Raúl Castro encabezó su sepelio, el cual constituyó la más grande manifestación de duelo popular en Guantánamo. Más de 50 000 pobladores expresaron su repudio e indignación ante el monstruoso crimen.

Eunomia, su madre, durante el velorio se vistió de miliciana para rendirle homenaje, y afirmó ante una solicitud de la prensa: "Yo, como madre cubana que he perdido un hijo asesinado por los yanquis, pido a las demás madres que sigan la lucha, que no desmayen, que ante un dolor como este el enemigo no vea nuestras lágrimas, sino que ocupemos el lugar del hijo caído, y si es necesario dar la vida por la Revolución, la daremos.

Raúl entregó a Andrés, padre del combatiente caído, el carné que reconocía a Ramón López Peña como el primer militante de la Unión de Jóvenes Comunistas en las FAR y sentenciaba en su enardecido discurso: "¡Que viva la paz, pero con los fusiles, cañones y tanques bien engrasados...!"

Esas palabras, pronunciadas hace más de cinco décadas por el entonces Ministro de las FAR, adquieren hoy máxima vigencia ante la agresividad creciente del Gobierno de Estados Unidos contra nuestro país.

La vocación pacífica de la Revolución y el ejemplo de entereza y patriotismo de López Peña han constituido por años, y continuarán constituyendo, guías para la actuación serena, responsable, y firme, de los soldados cubanos en el perímetro fronterizo.

Al mártir, asesinado apenas cuatro días después de habérsele iniciado el proceso para su ingreso en las nacientes filas de la UJC en las FAR, se le recuerda a diario en su unidad, en la cama que ocupara, en toda la Brigada de la Frontera, donde los soldados más sobresalientes integran la Vanguardia Combativa Ramón López Peña. El tributo también se le rinde en escuelas y otros colectivos que llevan su nombre.

El ejemplo de este joven, soldado incondicional de la Patria, perdurará por siempre, pues la historia nos enseña que se puede matar a los hombres, pero no a las ideas.

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