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Siendo aún un joven sacerdote en la iglesia de La Merced de Camagüey me emocionó tener un día en mis manos el expediente original del matrimonio del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz y su adorada Amalia Simoni Argilagos. Allí estaban las firmas de los dos enamorados. Impresionado estaba por tocar con mis propias manos esos papeles, ahora amarillos por el paso de los años, sobre los que ambos patriotas, para firmar, pusieron las suyas. Al día siguiente, o no recuerdo si ese mismo día, saqué una copia que entregué a la Directora del Museo-Casa Natal del Mayor. ¡Ese tesoro había que compartirlo!

Algo similar me ocurrió con la Carta que los Veteranos de nuestras luchas por la independencia, escribieran, el 24 de septiembre de 1915 y desde la Villa del Cobre, al entonces Papa Benedicto XV pidiéndole que nombrara Patrona de Cuba a la Virgen de la Caridad.  ¿Sería posible encontrar el original de esa carta? 

Mi interés me llevó a preguntar en la Nunciatura Apostólica o Embajada de la Santa Sede en Cuba, si se podría conseguir una copia de esa carta que, como es lógico pensar, debía estar archivada en alguna oficina de la Santa Sede. Mi sorpresa fue grande cuando, en menos de un mes, tenía esa copia en mis manos. ¡Y me volvió a ocurrir lo mismo que con el expediente matrimonial de Ignacio y Amalia! ¡Era una carta salida del corazón! ¡Eran nombres gloriosos los que avalaban la petición al Papa! No me bastaba leer sus firmas sino que pasaba mi dedo sobre el trazo de varias de ellas. Se trataba de oficiales, clases o simples soldados, a algunos de los cuales no les bastaba con poner su firma sino que añadían sencillas frases como “desde chiquito hasta el presente así lo considero”.

Las valerosas firmas de aquellos miembros y simpatizadores del Ejército Libertador Cubano venían encabezadas por el Mayor General Jesús Rabí y seguidas por muchísimas más entre las que se pueden distinguir las de Agustín Cebreco y Tomás Padró Valiente; los Generales de Brigada Tomás Padró Griñán, Vicente Miniet y Bernardo Camacho; el General Luis Bonne; los Tenientes Coroneles Rafael Gutiérrez y José Dolores Vicente; el Coronel Pedro P. Díaz; los Comandantes Ramón Garrigas y Antonio Pacheco; el Sub-Prefecto Nicolás Torres; el Sargento Raimundo Lora; y los soldados Ramón Rodríguez, Juan de la Caridad Pérez, Rafael Argilagos, Julio Sánchez, Otilio Álvarez, Pedro Núñez, Diego Estrada, Alcibiades Villegas, Patricio Vinent, etc, etc.

El deseo de tener a la Virgen de la Caridad como Patrona de Cuba había nacido tan desde el pueblo que la bella y emotiva carta escrita a máquina tiene alguna falta de ortografía y acentos que faltan o sobran y sus errores de mecanografía, pero es algo que no le quita ningún mérito sino que, al contrario, la hace todavía más preciosa porque se demuestra con ello que fue escrita por manos que supieron ser fuertes para empuñar el machete mambí pero que no encontraron el tiempo necesario para dedicarlas al estudio.

Los bravos mambises solicitaban el título de Patrona de Cuba para la Virgen de la Caridad. Por ello creo ahora conveniente explicar de qué se trata cuando hablamos de un patrono o patrona de un pueblo o de un país. Patrono es una palabra proveniente del Derecho Romano. En todo proceso judicial de la antigua Roma, el Patrono era lo que hoy llamaríamos “el abogado defensor”. Según las normas, debía ser un hombre libre, ciudadano romano, influyente, y con medios para defender a los más débiles. Era, por tanto, una persona muy importante y bienhechora, a la que acudían los necesitados para conseguir su favor en los tribunales o ante la autoridad.

¿Cómo pasó este concepto al lenguaje y a la tradición de la Iglesia? Fue San Ambrosio (c337-397), obispo de Milán, abogado y gran orador, quien aplicó a los santos de la Iglesia el nombre y la realidad jurídica del Patrono. Ambrosio preguntaba: “¿Qué hace un santo en el cielo ante Dios?” Y se respondía y enseñaba a los fieles: “Hace lo mismo que el Patrono ante el juez o el Emperador: pide, suplica, ruega por nosotros y nos obtiene de Dios los favores que le pedimos”. Así de sencillo y claro se nos explica lo que son para nosotros los Patronos o Patronas: intercesores ante Dios, como lo era el Patrono romano ante el juez o la autoridad.

El elegir un patrono nacía, en muchísimas ocasiones, del mismo pueblo, algo que después era aprobado por la autoridad de la Iglesia. Así ocurrió con nuestra Virgencita de la Caridad. Felizmente, el Papa accedió a esta solicitud de los Veteranos el 10 de mayo de 1916. Desde ese momento, decir Patrona de Cuba era igual que decir Virgen de la Caridad.

Repasando la historia vemos cómo, a través de los años, cada país ha querido tener a la única Virgen María como algo propio, como las  banderas que identifican a cada nación: para los mejicanos ella es la Virgen de Guadalupe; para los franceses es la Virgen de Lourdes; para los portugueses, la Virgen de Fátima; para los brasileños es La Aparecida; para los venezolanos, Nuestra Señora de Coromoto; y así los demás. Para los cubanos, ella es la Virgen de la Caridad. 

¿A qué criatura, después de Jesucristo, han elevado los hombres más oraciones, más cantos, más iglesias, que a la Virgen María? ¿Qué criatura humana ha sido más amada e invocada, lo mismo en la alegría que en el dolor? ¿Qué nombre ha sido mencionado, después del de Jesucristo, con más frecuencia que el de María?  

¡Cómo olvidar que la primera villa fundada en Cuba tiene el hermoso y encantador nombre de “Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa”! ¡Y que otra de las siete villas establecidas se llamase “Santa María del Puerto del Príncipe”! ¡Cuántas personas llevan por nombre el de la Virgen o alguna de las distintas maneras de invocarla: María, Fátima, Milagros, Mercedes, Guadalupe, Concepción, Pilar, Altagracia, Inmaculada, Carmen, Asunción, Lourdes, Rosario, y por supuesto, Caridad! ¡Cuántos cubanos tenemos en nuestras casas, o llevamos con nosotros, una medallita o una estampa de La Caridad! 

La Biblia nos narra cómo la Virgen María, al enterarse de que su ya no tan joven prima Isabel estaba embarazada, fue “aprisa” (Lc. 1, 39) a la montaña donde ésta vivía para ayudarla en su maternidad. Si María caminó “aprisa” los 150 kilómetros que la separaban de Isabel, también llegó “aprisa” a esta tierra cubana. Ya en 1492, hace 523 años, arribaba a Cuba el gran almirante Cristóbal Colón capitaneando una nave con el admirable nombre de “Santa María”. 

Y en 1612, un niño de 10 años de edad nombrado Juan Moreno, y dos hermanos indios, también cubanos, Juan y Rodrigo de Hoyos, encontraron flotando, en la Bahía de Nipe, una pequeña imagen de la Virgen María. En la tabla que la sostenía, como si se tratara de su carnet de identidad, podía leerse: “YO SOY LA VIRGEN DE LA CARIDAD”. “Aprisa” también la trajeron ellos al Cobre, donde ha quedado para siempre. 

Todos podríamos preguntarnos quién encontró a quién: ¿Fueron los cubanos quienes encontraron a la Virgen de la Caridad o fue la Virgen de la Caridad la que vino al encuentro del pueblo cubano? El resultado es que, desde ese maravilloso día de 1612, ella se hizo cubana antes de que Cuba tuviese bandera, himno y escudo, y Cuba fuera Cuba. Ella pasó a ser un símbolo de Cuba como lo es el tocororo, la palma real y la flor de la mariposa. 

A la Virgen María le han brindado su arte, su escultura, su pintura, su música, su mármol, su oratoria, cubanos de la talla del Venerable Padre Félix Varela, del Padre Esteban Salas, José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Martí, Fina García, José Lezama Lima, Luisa Pérez de Zambrana, Emilio Ballagas, Ernesto Lecuona, Dulce María Loynaz, Juan Manuel Nápoles Fajardo, Rita Longa, José María Vitier, ¡y tantos otros! 

No nos extrañe que el primer lugar donde fueron liberados los esclavos en nuestra patria haya sido El Cobre, mucho antes de lo que sucedió en La Demajagua. No nos extrañe que nuestra Mariana Grajales bautizara a su hijo con el nombre de Antonio de la Caridad Maceo y Grajales, ni que los soldados de la Independencia la llamaran “Virgen mambisa”. No nos  extrañe conocer que el eminente Dr. Carlos Juan  Finlay escribiera que tuvo la intuición de que un mosquito era el agente trasmisor de la fiebre amarilla “mientras rezaba el rosario” de la Virgen. No nos extrañe que Carlos Manuel de Céspedes rezara de rodillas ante la bendita imagen en su santuario. Y que, en este sagrado lugar, Hemingway dejara, para Cuba, su medalla de Premio Nobel. No nos extrañe saber que, en 1898, el Mayor General Calixto García ordenó a su Estado Mayor ir hasta El Cobre y celebrar allí una Misa ante el altar de la Virgen de la Caridad, para proclamar “el triunfo de Cuba sobre España”, en lo que se conoce como la Declaración Mambisa de la Independencia de Cuba. 

Un santo obispo cubano, ya fallecido, el Siervo de Dios Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, afirmó que ir al Cobre y visitar a la Virgen de la Caridad “ha sido y es para los cubanos una dicha, una experiencia única y una gracia que no se olvida nunca, porque del Cobre nadie regresa nunca con las manos vacías. Es ir a un lugar donde se olvidan las diferencias y rencillas y nadie se hace el valiente, donde se palpa una presencia viva y se espera siempre algo nuevo, algo sorprendente, incluso el milagro. No se podrían calcular cuántos millones de cubanos, a lo largo de estos cuatro siglos, han hecho el camino del Cobre para saludar a la Virgen, para suplicarle su intercesión, para agradecerle las bendiciones recibidas de Dios a través de sus manos o para cumplir una promesa…” 

Para los creyentes, nada sucede por casualidad sino por la providencia de Dios. Es por ello que considero providencial que el Papa Francisco, que viene a nosotros como Misionero de la Misericordia, celebre la Misa en el Santuario de la Virgen de la Caridad, tal como está previsto, el 22 de septiembre próximo, o sea, a sólo unas pocas horas de que esta preciosa Carta de los Veteranos cumpla cien años de haber sido escrita. Como cubano y católico, rindo homenaje y agradezco a nuestros Veteranos su feliz iniciativa. No se equivocaron porque 100 años después los cubanos seguimos invocándola como Madre y cantando ese canto tan popular que dice: “Y si vas al Cobre quiero que me traigas una Virgencita de la Caridad”.

La Virgen María actualmente “pasa su cielo haciendo el bien en la tierra”, y por eso conviene que acudamos a ella en nuestras necesidades. Ella sigue hoy intercediendo por nosotros. Cuba necesita de la Virgen de la Caridad, la Virgen del Amor, para saber buscar lo que une y no lo que divide; para saber perdonar y buscar la reconciliación; para eliminar las rencillas y curar enfermedades u olvidos de nuestra memoria, para ser misericordiosos unos con otros. Cuba necesita de la Virgen de la Caridad para que ella nos lleve a conocer a Jesucristo, amarlo y seguirlo. Ciertamente, la Caridad nos une.

He aquí el facsímil de la carta original y algunas de las firmas que lo acompañaban. Al brindar su transcripción se respeta la mecanografía y ortografía originales.

A S. S. Benedicto XV.

SANTÍSIMO PADRE:

Los que suscriben, hijos de la Santa Iglesia Católica Apotólica Romana, a S. S. humildemente exponen:

Que son miembros unos y simpatizadores otros, del Ejército Libertador Cubano, título que constituye el timbre de nuestra mayor gloria, por sintetizarse en él, el supremo bien de la Libertad e Independencia de nuestra Patria; que junto a ese título, ostentamos otro, que es el de pertenecer a la Iglesia Católica Apostólica Romana, en cuyo seno nacimos, al amparo de sus preceptos vivimos y de acuerdo con éllos queremos dejar de existir; y esos dos títulos hacen que hoy, reunidos en la Villa del Cobre, en donde se encuentra el Santuario de la SANTÍSIMA VIRGEN de la CARIDAD, y postrados reverentemente ante su altar, acordemos acudir a S. S. para que realice la más hermosa de nuestras esperanzas y la más justa de las aspiraciones del alma cubana, declarando Patrona de nuestra joven República a la Santísima Virgen de la Caridad del Cobre, y de precepto para Cuba, el día que lleva su Santísimo nombre, ocho de Septiembre.

No pudieron ni los azares de la guerra, ni los trabajos para librar nuestra subsistencia, apagar la fé y el amor que nuestro pueblo católico profesa a esa Virgen veneranda; y antes al contrario, en el fragor de los combates y en las mayores visisitudes de la vida, cuando más cercana estaba la muerte o más próxima la desesperación, surgió siempre como luz disipadora de todo peligro o como rocio consolador para nuestras almas,  la visión de esa Virgen cubana por excelencia, cubana por el origen de su secular devoción, y cubana por que así la amaron nuestras madres inolvidables, así la bendicen nuestras amantes esposas y así la han proclamado nuestros soldados, orando todos ante élla para la consecución de la victoria y para la paz de nuestros muertos inolvidados; y acusaría una vergonzosa ingratitud por nuestra parte, el que a los beneficios que esa Virgen excelsa nos prodiga, permanecieramos inactivos o mudos, y no levatáramos nuestra voz ante el sucesor de San Pedro, para que haciéndose interprete de los sentimientos del pueblo católico de Cuba y de los de su Ejército Libertador que profesan la religión de nuestros antepasados, y usando de las facultades de que se encuentra investido, declare, previo los trámites correspondientes como Patrona de la República de Cuba a la Virgen de la Caridad del Cobre, y de fiesta eclesiástica en élla el día que lleva su santo nombre.

P o r  t a n t o, a Su Santidad suplicamos humildemente, se sirva acceder benigno a nuestra solicitud.

Villa del Cobre a veinticuatro de Septiembre de mil novecientos quince.

(Y siguen las firmas de oficiales, clases y soldados del Ejército Libertador)

Fuente: Sitio pafranciscoencuba.cubaminrex.cu