amor y amoresFoto: Lorenzo Crespo Silveira

Por cuenta propia

Se siguen los pasos, no como llevados por el viento, no por coincidencia. Lisandra Serra llegó primero al Bazar, en la ciudad de Guantánamo, como vendedora de un negocio particular de venta de zapatos artesanales. Alberto Tabío, que inicialmente trabajaba en su casa grabando discos con series, películas y música, ocupó cuando pudo un espacio en el mismo sitio.

Resulta que trabajan frente a frente, para muchos que piensan que economía y casa no debe mezclarse, un problema; para otros que creen que el ejercicio del amor no tiene horario, una suerte.

“Y no nos aburrimos”, me advierte ella, y cuenta que solo se “fugan” el uno del otro cuando un cliente apremia. El resto del tiempo, ella deja los zapatos en sus estanterías y ocupa las laberínticas opciones, entre West World y Gente de Zona, o él va hacia ella, cerca del cuero curado y las cuñas de tacón alto. Es un espacio suyo, donde pocos irrumpen seriamente.

En las tardes, comienza la segunda parte de su vida. Tres hijos la marcan, incluido uno de cuatro meses que es la causa de que, desde hace varios meses, el puesto de zapatos marche de otras manos…, y pienso que los días, para el grabador de discos, desde entonces, deben ser un poco más largos.

A ella, mientras tanto, deben faltarle los almuerzos apurados de cada día, la mirada cómplice entre las estanterías, el reconocerse los humores pasillo de por medio, ir juntos y regresar juntos, necesitarlo y tenerlo ahí, a solo un paso.

Lo común hecho sublime es el amor suyo, un amor que se les nota en los ojos, en la diligencia con los hijos, un amor que habla fuerte, aunque los dos, ciertamente, sean más bien callados.

Contigo, on line, en la distancia

Están enterados. Hay quien duda de la sostenibilidad del noviazgo, de la perdurabilidad del matrimonio, de ellos tan jóvenes, tan solos, tan lejos. Pero están enamorados, así apuestan por lo que sienten y se las arreglan para encontrarse.

Cuenta la familia que el sí quiero fue dado por Yofi Laurencio y Yadier Hernández como firme compromiso de la espera, solo unas horas antes de que él partiera como médico hacia Brasil, hace poco más de dos semanas.

Aquel adiós fue la prueba de fuego, la que vencen todavía, la que será evidente cuando llegue el primer 14 de febrero separados, el primer cumpleaños sin poder sorprenderse, la primera lágrima sin hombro amante.

La clave, para ellos, es la confianza en el amor, que es siempre un acto de fe, no importa dónde estemos. Lo hacen a su manera, como se puede, y se entregan en código binario: la caricia online, el te quiero virtual, los ojos pegados a la pantalla donde el otro se mueve a ritmos demasiado lentos, pixelados.

Facebook ha sido aliado y confidente, tierra virtual donde florecen las promesas, donde se dirimen la vida y los conflictos, que nunca faltan. La vida en común reducida a las horas del IMO, a la voz que se oye entrecortada o casi no se escucha, pero que es bálsamo siempre, timón, alba.

No es su amor menos, así que se guardan, se reservan. A veces, el beso se suelta y va a parar a la imagen detenida en la pantalla. Otros pensarán, seguro, que está loca, ella aquí. Que está loco, él allá. Solo ellos saben.

Por siempre, amor

El amor, para ellos, es construcción paciente. Se ha fraguado en hospitales, reuniones de padres, apuros…, y cada cosa que se ha levantado, ha sido obra de dos, y dejó marcas estampadas en sus brazos.

Se conocieron en la vocacional, se besaron por primera vez en un campismo. Ella, Dainerys Herrera, tranquila. Él, Lenin Asín, el muchacho casinero y concursante de matemáticas con una legión de muchachitas disputándose su compañía.

Seis años después, se reencontraron mientras en la calle bullía el carnaval. En ese momento, ella completaba su licenciatura en Guantánamo y él una ingeniería en Santiago de Cuba.

Desde entonces, no han dejado de verse. “Nunca pensé que sería la madre de mis hijos, y ya llevamos casi 12 años. Dos años después de aquellos carnavales nos casamos, y el primer hijo llegó mucho después, y el otro, luego y la nena, hace unos pocos meses”, asegura él.

Se enamoran todavía, dice, se complementan, se defienden, juegan, colgados de la risa que siempre abona al buen amor. Han tenido sus tiempos difíciles, sus días duros, sus discusiones, sus desacuerdos, pero siempre encuentran el camino de regreso a los brazos del otro, el regreso a casa.

No se ven sin el otro. Ella sigue siendo una muchacha tranquila. Él, menos bailador, ha aprendido a pensar primero en sus hijos, y en ella.

Oh, Darling

Tiene en la pared de madera de su cuarto escrito más de cincuenta veces “Te amo my Darling”. Escritos para mitigar su ausencia, los más de 990 kilómetros que las separaban.

A un lado de la cómoda, los libros que su amante nunca quiso recoger. En la pared graffiti, la respuesta: Tú eres mi reina, en letras escarlatas. Y en el pecho de Camila, en tinta indeleble, el Oh Darling que suena a vieja melodía y en realidad es la huella de un amor que ya no es.  

“La conocí en Santiago de Cuba. Cuando la vi por primera vez, aunque me resultó chocante su carácter, le comenté a una amiga cuánto me impactó, pero que no me le declararé porque su pareja de entonces, era mi amiga. Me enamoré de Darling, y lo oculté casi dos años porque, a pesar de todo, soy muy penosa”, reconoce.

“No obstante, seguimos compartiendo, llamándonos; incluso ellas vinieron juntas a Guantánamo en un par de ocasiones. Nunca hice que fuera evidente, hasta que supe que esa relación había terminado, entonces hice todo por conquistarla, aunque sabía que se iría a La Habana, para su servicio social”.

Primero, la llevó a vivir a su casa, y luego, empezó la distancia, las llamadas cada día durante siete meses, buscando acercarla. Hasta que descubrió que aquel cariño la engañaba. “Darling jugó conmigo. Mientras mantenía otra relación me decía te amo por teléfono…, y yo le creía. Lloré y sufrí mucho, pero no le guardo rencor.

“Aprendí que uno no puede entregarlo todo, por lo menos hasta que no tengas la seguridad de que esa otra persona te quiere igual o más. Pero no renuncio al amor, es verdad que duele si te traicionan, pero es lo más bonito del mundo y vale la pena seguir buscando”.

40 y 20

Cualquiera diría que es una historia imposible, en pocas palabras, al menos no la típica relación de amor según libros y culebrones. El amor, no obstante, más de una vez ha demostrado que puede anidar en los sitios más improbables.

La gente, como siempre, tiene y tuvo mucho que decir sobre sus 27 años de diferencia, pero a ellos parece no importarles. Ella encuentra en él el apoyo para la vida y la superación, en la medida de sus posibilidades. Él, en ella, la juventud que lo abandona al pasar de los años, los deseos de salir, de bailar, el brío de los tiempos mozos.

Cualquiera diría que es una historia imposible, pero Gustavo Castañeda Matos y Aimé Anda Torres por estos días celebran su quinto aniversario de relación, y dicen “toda la vida” cuando alguien pregunta hasta dónde llevarán su lazo.

“Mi mamá me llevaba a su casa y nos vimos. Y fue así, simple, nos vimos y nos gustamos, nos enamoramos”, cuenta ella, como si no hicieran falta otras explicaciones. Él, del otro lado de la sala, completa la historia, la respalda, sin cabos sueltos.

A él, en un primer momento le gustó su cuerpo, y todo lo que implica. “Sus ojos, su cara, ella es bonita -y señala la menuda mujer con que comparte la vida, trigueña, pelo recogido siempre y negro del mismo tono de los ojos, unos ojos que lo miran, mientras él habla de su belleza-, y después su forma de ser, cariñosa, tranquila y agradable”.

Ella, desde su remanso, habla de apoyo y comprensión, mientras observa al mayor de sus hijos -de tres años-, y presumiblemente descansa de los trajines de su segunda maternidad, muy reciente.

Su única diferencia, por lo menos en lo que a ellos respecta, es la edad.

Nunca es tarde…

Para Ana María Parada, a sus 86 años conocer a José Antonio Blanco de 73 y  enamorarse fue volver a vivir. Ocurrió -asegura con sonrisa adolescente- en el hogar de ancianos Santa Catalina, hoy su nido de amor.

“Me trasladaron a este hogar desde la residencia Caridad Jaca. Llegué deprimida, lo había perdido todo. No comía, lloraba mucho… todo hasta que apareció José, quién comenzó a cuidar de mí: me levantaba el ánimo, me mostraba la vida desde otras aristas… y comenzó la relación”, confiesa sonrojada mientras relata su historia de amor.

“Existí mucho tiempo solo y la relación me cambió mucho, fue como retornar a la vida”, comenta satisfecho José y asegura: “cuando estás junto a alguien que quieres mucho te sientes protegido, cuidado y sobrevienen las fuerzas para afrontar la vida en la tercera edad”.

Y coinciden: “La edad es insignificante cuando media el amor”.

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