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Es bueno declarar e instrumentar fechas para recordarle a la gente hechos relevantes, eventos trascendentes, y peligros de consecuencias imprevisibles.

El pasado 22 de marzo, Día Mundial del Agua, de seguro no hubo festejos entre aquellos que le dedicaron al tema una jornada de pensamiento honesto, porque ciertamente estuvimos hurgando en un asunto que tiene todas las probabilidades de desembocar en un enorme drama para la propia existencia del planeta y de todas las manifestaciones de vida.

Y toca precisamente a los “seres pensantes” hacer algo efectivo para intentar frenar el desastre, cuando es evidente la mezcla de culpabilidad e indiferencia que se impone entre aquellos que no quieren ver las realidades y parecen imbuidos de la loca idea de que, a tono con sus riquezas y poderes, quedarían exentos de la irremediable explosión del medio ambiente y el fin de los recursos que hasta ahora se rifan y usurpan con total irracionalidad.

Vale un recordatorio fundamental: en algún momento de la década del setenta del pasado siglo, la Tierra perdió la capacidad de regeneración frente a las masivas agresiones al entorno, de manera que desde entonces las pérdidas se vienen acumulando y sigue la cuenta regresiva hacia la debacle ecológica.

La primera Cumbre ambiental, con sede en Rio de Janeiro a inicios de los años noventa, fue advertida de que nuestra propia especie marchaba al suicidio ante el envenenamiento de los suelos, el aire y las aguas, y paradógicamente, en ese escenario, George Bush padre, entonces presidente de los Estados Unidos, se negó a rubricar el acuerdo mundial para limitar la emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero.

 Y a más de cuatro decenios del quiebre de las defensas naturales del planeta y a un cuarto de siglo de aquel primer encuentro en la capital brasileña, el poderoso grupo G-20, reunido en Alemania este mes de marzo, ni siquiera incluyó el cambio climático en su agenda.

En el caso del agua potable, unos dos millones de toneladas de desechos contaminantes son vertidos a diario en ríos, lagos y mares, procedentes de la actividad humana.

Si un litro de tales residuos corrompe ocho litros de agua limpia, no es difícil entonces imaginar hacia dónde vamos. Con más razón cuando solo el 2,53 por ciento del agua existente en esta deteriorada y agredida casa mundial es apta para el uso de nuestra especie y de buena parte de las plantas y los animales.

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Según estudios sobre el tema, “el ser humano extrae un ocho por ciento del total anual de agua dulce renovable, y se apropia del veintiséis por ciento de la evapotranspiración anual y de más de la mitad de las aguas corrientes.”

Así, indican los expertos “el hombre desempeña actualmente un papel importante en el ciclo hidrológico.” Y si esa notabilísima influencia tiene un enorme componente de irresponsabilidad, egoísmo e inconsciencia, bien arreglados estaremos en pocos años.

 De hecho, anotan otros estudiosos, “el requerimiento global de agua supera ya los cuatro billones de litros al año, y las fuentes naturales del precioso líquido no dan abasto a semejante demanda”, al punto de que “no es difícil imaginarse que si no se encuentra una pronta solución, es muy alta la posibilidad de que estallen guerras por el control sobre el agua dulce, con más razón cuando “se calcula que para el 2030 habrá una demanda cuarenta por ciento superior, la cual el planeta no podrá satisfacer.”

Hoy unos 800 millones de seres humanos no tienen acceso a fuentes seguras de suministro de agua, dos millones mueren cada doce meses por falta del vital líquido y las consecuencias que de ello se derivan, y  es muy probable que en quince años más de la mitad de la población mundial deba intentar subsistir en áreas en las que no habrá suficiente cantidad de ese recurso natural para todos.

Fuente: Cubahora