“Las madres son amor, no razón; son sensibilidad exquisita y dolor inconsolable” José Martí

dayana matos madres

“Aprendí a no temerle a la vida” 

Cuando su hijo Danielito tenía solo dos años, Dayana Matos Pardo, de 22, decidió seguir adelante sola. Sin pareja, la familia antes de tres se convirtió en una de dos. Su hijo y ella, insegura y temerosa. Ella, obligada a no rendirse, y su hijo.

Fue, dice, una decisión difícil de tomar. “Mi mayor problema, no era quedarme sin un compañero, sino que yo no trabajaba en aquel momento y sabía que una vez terminada la relación tendría que mantenerme sola, pues todas las facilidades que tenía se habrían acabado”.

Su pequeño, la idea de que “Danielito merecía que saliéramos adelante”, la hizo buscar trabajo. En las mañanas, vendía en la casa cigarros y otras cositas, y en las noches trabajaba como custodio.

“Siempre he sido muy perseverante y traté de sobreponerme a las malas situaciones, de “luchar”, como decimos en buen cubano, para sobrevivir y darle lo que necesita a mi hijo, claro en la medida de lo posible”, relata.

No vive como una reina y lo sabe. Su casa es modesta. Sus pertenencias, las necesarias para una vida digna. Sin lujos, sin alhajas.

Hoy, con 43 años, Dayana continúa siendo una madre soltera y su bebé, como todavía lo llama, es un maestro primario de 21. “Yo me olvidé prácticamente de “vivir mi vida” por velar que mi hijo no se enferme, que estudie, y siempre vaya por el buen camino, y hace mucho tiempo dejé de buscar pareja”. Dos para Dayana, sigue siendo un buen número.

“A veces la vida te da palos, pero tener a mi hijo ha sido una bendición y criarla así, sola, me ha hecho crecerme, no temerle a nada y enfrentar la vida cada día para ser madre y padre para él. Creo que lo he logrado”.

osmara prada madres

Valió la espera

La carga, la manipula con cuidado, la besa, le sonríe. Es su prenda, un tesoro que como todo tesoro que se precie costó trabajo, espera y búsqueda. Su hija de 13 meses después de años de tratamientos fallidos, de dolores, de pérdidas.

Osmara Prada Griñán llevaba 14 años de matrimonio con Guillermo Arjona Vargas y no quedaba embarazada. Perdió la cuenta de cuántas botellas de güira con miel tomó; recónditos sitios visitó en busca de remedios naturales y espirituales, “hasta a un padrino de religión fui a ver”.

Con una “barriga” perdida y el tiempo corriendo en contra, a los 43 años fue a la consulta de fertilidad con su esposo de 45, motivada por una amiga. El proceso, cuenta, fue largo y doloroso, por algunas pruebas y porque, el primer intento de inseminación fue fallido.

A la segunda, por lo menos en esta historia, fue la vencida para la pareja. “Tuve un embarazo bueno, sin ningún problema y con un final feliz, cuando ya había cumplido los 44 años. Ana Ibis pesó 6,3 libras, notable de acuerdo a los niños que nacen con estos tratamientos”, dice.

“Es , cuenta conmovida, una niña fuerte y lo más grande que se puede tener en la vida. Cuando la sostienes en tus brazos es que sientes en verdad que valió la pena. Tengo, por suerte, a mi esposo que me ayuda en todo.

“Porque, eso sí, te cambia la vida, afirma con una sonrisa, dejas de dormir, de respirar…, porque incluso cuando duerme, cuando está tranquila, la busco para ver si está bien, si nada le hace falta”.

No lo dice con todas las palabras, pero intuyo que, si Osmara pudiera, volvería con el mismo Ángel -el doctor jefe del departamento de Reproducción Asistida del Hospital- que la ayudó la primera vez, en busca del segundo.

clara rodriguez madres

Lazos del alma

Clara Rodríguez Romero ha tenido casi 100 hijos en 10 años. El suyo, no obstante, es un caso que por lo general no sale en los periódicos: de su progenie, solo dos son biológicos. El resto, pequeños de todas las edades, sexos y colores, llegaron a su vida como parte de su trabajo, como asistente general en el hogar de niños sin amparo filial del reparto Obrero.

“Tía”, le dicen muchos, otros al verla, por su carisma y su expresión de amor desmedido hacia ellos, le piden que sea su madrina, aunque en la práctica para todos es madre, y su mayor orgullo es que los niños la vean como tal.

“Cuidarlos es la experiencia más hermosa que he tenido y, a la vez, un trabajo difícil”, -reconoce Clara-, “a este hogar trasladan a los niños a partir de los 7 años o durante la adolescencia. Mi clave para entenderlos ha sido conversar mucho y, por supuesto, quererlos sin distinciones”.

Y ese amor, se lo lleva a su casa. “Mis familiares se saben los nombres de cada uno de mis muchachos, pues no paro de hablar de ellos; y en ocasiones mis hijos hasta celos han tenido porque dicen que le dedico más tiempo al Hogar... y a los niños, pero terminan por entender que me necesitan mucho más y que también son mis hijos. Mis hijos del alma”.

Mientras conversamos Clara rememora las experiencias con cada uno de los infantes que ha cuidado en los días de alegrías, enfermedad y tristeza, pero refiere que su mayor placer como “madre de leche” es verlos crecer y convertirse en maestros, doctores…, verlos crear una familia y repartir el mismo amor y dedicación que en algún momento ella les dio.     

maria elizabeth madres Un hijo te cambia  

Poco interesa la edad que tengas, un hijo te cambia la vida, los domingos, las mañanas, las tardes y las noches. María Elizabeth Téllez Perrote lo sabía y lo asumió con entereza. “Mi hija no fue planificada, porque a los 16 uno no proyecta estas cosas, pero sí deseada, desde que lo supe, o casi”.

Su primera reacción, confiesa, fue la más común entre las adolescentes que salen encinta en Cuba: el aborto. “Pero la sentí, no sé si fue el instinto maternal pero empecé a amarla, aunque al principio no sabía y estaba soñando con un él. El embarazo fue bueno y tuve un parto natural, aunque pesó más de ocho libras”.

La vida, en efecto, le cambió. “Antes iba al preuniversitario Enrique Soto, y cuando parí empecé la escuela por las noches. Sigo saliendo bien en el aula y tengo planes de superarme, preferiblemente, en algo cercano a la comunicación social, siguiendo los pasos de mi papá, que trabaja en los medios. Si no, un curso”.

Se ha tenido que acostumbrar a ello, y a que la gente la cuestione. “Aprendí a no hacer caso. Mi decisión fue como cualquier otra, uno ve las opciones, valora las consecuencias y actúa. Yo no me arrepiento, ni creo que tronché mi vida. Tengo una hija hermosa, y soy todavía muy joven”, y sonríe.

No fue planificada, pero María Alejandra Linfernal, que así se llama la pequeña de ocho meses, es querida. “La disfruto. Cuando la miro, en esos momentos en los que no estoy atareada con mis responsabilidades, me siento plena, tanto que quisiera otros dos niños, entre los 20 y los 30”.

Como soporte, tiene a su familia, “a su papá, aunque no seguimos juntos; y a mis padres y hermanos, al principio un poco recios, pero luego encantados con la nieta, aunque, aclara, son solo una ayuda”: Su hija, hermosa y con buena salud, es su responsabilidad.

¿No te arrepientes? Pregunto.  “Nunca, ni cuando estaba embarazada y tenía que ir a la escuela…, ni después. Me siento plena, realizada, no importa que me haya apurado un poco. Siento que soy feliz y que tengo todo el tiempo del mundo”.  

marilin quintero madres Doblemente madre

A sus 44 años, no se imaginó que sería madre otra vez. Dos hijas tiene Marilín Quintero Durán. Una nacida de su vientre, Bárbara, la otra dada por la vida, Roxana, su nieta.

“Cuando Roxana nació, mi hija tenía 17 años y estaba estudiando y como quería superarse, cuando le llegó la oportunidad de convertirse en trabajadora social yo asumí la responsabilidad de cuidar a la niña, entonces de tres años”.

“Después, vino la licenciatura en Psicología, y luego las cosas de la vida… la cuestión es que se fue a vivir con su pareja a La Habana, y hasta hoy mi nieta vive conmigo”, cuenta Marilín.

Residente en Caimanera, esta abuela de 62 años la ha tenido difícil, la salud siempre le ha dado quehacer, casi tanto como su “pequeñita” nieta, quien recién estrena los 18 años. 

“Soy diabética, hipertensa, padezco de las tiroides… enfermedades me sobran, por esa razón tuve que jubilarme de mi trabajo en la panadería de Boquerón a los 52 años, y desde entonces me dedico las labores del hogar y la crianza de Roxanita”, afirma.

La encuentro sentada en su máquina de coser, actividad que practica desde los 10 años, pero que no puede realizar como un oficio porque su estado de salud no se lo permite, y le pregunto cómo se las ingenia para lidiar con una joven de estos tiempos, siendo ella de una generación bastante diferente.

“No es nada fácil. La vida y los jóvenes de hoy no tienen nada que ver con los de mi época, y a veces paso mucho trabajo para entender ciertas cosas, pero tener bajo mi responsabilidad a una muchacha de 18 años me ha obligado a aprender, y a aceptar cuestiones como la moda actual, los novios y las fiestas; porque me corresponde tratar de guiarla por el buen camino”.

Y dice, como si hiciera falta, que todo cuanto hace es por el bien de Roxana, “porque yo soy su abuela, pero también su mamá”.

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