Imprimir

 Urbano RodriguezFotos: Lorenzo Crespo Silveira

Conversar con Urbano Rodríguez Gaínza es no tener para cuándo acabar, y no querer hacerlo. Si existiera la sapiencia total, si fuera posible contener en el mismo cuenco la sabiduría esencial del mundo, cabría entre las cuatro paredes de su estudio, entre sus libros que pareciera que no terminan de descansar nunca en las estanterías.

Está, como si fuera poco, obsesionado con el amor. Para hacer cualquier cosa, desde plantar un árbol de cacao hasta formar una familia, me dice, “es necesario tener amor, voluntad y acción concreta”: la fórmula de su vida y de sus artes.

Los reconocimientos –a su casa, en la carretera hacia la ciudad de Baracoa, llegamos para conocer al merecedor de El Yunque, símbolo de Baracoa que recibió hace ya cinco años-; los guarda en un baúl. No porque les reste valor, sino para que no se limite quien llegue a sus predios.

Escucharlo, es embarcarse en un viaje de dichos y hechos, pero sobre todo no querer regresar de esa travesía guiada –lujo grande el mío, el nuestro- por el Rey del Cacao.

Empecemos por el comienzo…

Nací el 25 de mayo de 1930, en Yara, donde nació la leyenda de la luz. Éramos 19 hermanos, a los que mi padre, dueño de una finca de dos caballerías, crió agricultores como él, pero también médicos, ingenieros, arquitectos, obreros.

Yo siempre estuve motivado por la agricultura, y cuando terminé el bachillerato en Santiago de Cuba entendí que debía dedicarme a las ciencias agrícolas, por mi procedencia y porque un día me di cuenta de que todo en la vida procedía de la tierra, y de las plantas.

Y eso hice. Estudié en Santiago de Cuba, La Habana, en el Instituto de Ciencias Agrícolas de Costa Rica, donde en los años 1956 y 1957 me especialicé en cacao y café, luego en San Salvador, después dos años en Colombia y luego en la Universidad de la India en Puerto España, Trinidad y Tobago.

¿Por qué el cacao?

Veía que en mi municipio había tres cultivos básicos, el coco, el cacao y el café, o sea, que los baracoesos teníamos las tres “c”. Así que me gradué como especialista, y vine a trabajar como asesor de los dos últimos cultivos en un banco que se llamaba Patronato de Rehabilitación Económica de Baracoa.

Pero, también, porque cuando hablamos de plantas, las dos más bondadosas son la quinua, una gramínea que se cultiva en el lago Titicaca y con la que se prepara la comida a las cosmonautas, pues contiene todos los aminoácidos esenciales; y el cacao, que yo digo que es vida para la vida, no hay nada que sea malo para la salud en ese fruto y el día que aparezca alguna contraindicación será por alteraciones introducidas por nosotros.

Los grandes científicos cuando lo clasificaron lo nombraron Theobroma cacao L. o Elixir de los dioses, algo que yo espero, antes de morirme, que se le cambie a Theobroma cacao L., Vida para la vida.

¿Cuál es la historia del árbol del cacao?

El cacao lo descubrió el pueblo olmeca –una civilización prehispánica que se asentó en México-. Ellos notaron el cacao en la selva, gracias al mono y la ardilla que fueron los primeros en probar el cacao. Tenemos que agradecer a esos animales, que se subían en los árboles y bebían la miel de la mazorca, el que los humanos se motivaran por este cultivo, lo secaran, lo pilaran y empezara ese proceso de elaboración hasta el chocolate como lo conocemos hoy.

Primero, se bebió con miel de abejas, luego le sumaron harina de maíz, para después adicionarle la leche… Aunque el chocolate, insisto, no necesita aditivos.

¿Y a Cuba, cómo llegó?

En 1540 llego el primer cacaotero al país, traída por una familia de apellido Manso Saavedra. Fue sembrada en Cabaiguán, Villa Clara, y luego en otros dos lugares en la propia provincia, más tarde en una esquina del Valle de los Ingenios. Pero la llegada del cacao, como cultivo extensivo no fue hasta la Revolución Haitiana, cuando los inmigrantes empezaron a labrarlo en Ti Arriba, en Santiago de Cuba, la Loma del Gato.

A Baracoa, llegó en 1748, sembrado a punta de machete. Luego,  empezaron a plantarse los cacahuales tradicionales, los cuales hemos transformado, con cultivos de cacao mejorados genéticamente.

Las producciones tienen su propia historia. En 1833, Baracoa producía 5 mil quintales de cacao y su principal comprador era los Estados Unidos, hasta que el gobierno español incrementó los aranceles a los barcos y ese país dejó de comprarnos, con lo que sobrevino una crisis en las plantaciones de cacao y café, que empezaron a transformarse en guineales o cocales.

Enero de 1959 nos encontró con una producción de 7 mil 916 quintales, que hemos incrementado hasta llegar casi a los 40 mil. Para ello, la Revolución creó bancos de germoplasma donde se mantenían los cultivos que queríamos sembrar,  propagadores por estaca y viveros por injerto.

Hemos transformado el cultivo, que antes se hacía con granos a punta de machete, y aunque todavía falta por hacer en su tecnología, hemos desarrollado plantaciones de alto potencial genético y gran resistencia a plagas y enfermedades.

¿Cómo se convirtió Baracoa en la reina del cacao?

Baracoa ha sido privilegiada por el suelo y el clima lo que ha permitido que el cultivo permanezca bajo esas condiciones idóneas pero también gracias a la cultura que han ido ganando las personas en torno a ese cultivo. Por eso reina.

Yo mismo cultivo, tengo en mi batey de 900 metros cuadrados varias plantas que desarrollo como experimento y para mantener sus valores genéticos. Poseo, por ejemplo, cacao criollo, el primero que se dio en el mundo y es de almendra blanca. Todos los cultivos del mundo salieron de esta mazorca.

Dentro de la labranza del cacao, hay que cuidar el hábitat de los polinizadores, pues sin ellos no intervienen no hay fruto, por eso siempre alerto sobre el uso de los productos químicos, que son un arma de doble filo.

Te digo esto porque puede haber una finca muy bien cuidada pero si no tiene en cuenta el hábitat de los insectos polinizadores, entonces no hay fruto. De modo que se debe evitar el uso de productos químicos.

En mi patio, he cogido cuatro quintales de cacao, incluido el fruto más grande del mundo, hace tres años.

Urbano Rodriguez 2Fotos: Lorenzo Crespo Silveira

¿Qué ama?

Mi gran amor es la familia, mi difunta esposa y mis hijos, mis nietos. Segundo, donde vivo, que es Baracoa. La tierra es mi adoración y la planta también, y lo digo porque la madre tierra nos lo da todo. Lo que pasa es que somos sordos, ciegos, mudos y a veces vagos.

Insisto. Los seres humanos no fabricamos alimentos, solo inducimos, y los animales tampoco, los transforman. Solo las plantas son capaces de tomar la materia orgánica, el agua, el sol y ser productoras.

Para una mata de cacao elaborar una molécula de carbohidratos (glucosa), tiene que tomar seis moléculas de agua con sales minerales que hay en el suelo, seis moléculas de dióxido de carbono y 664 calorías que las da ese motor que está allá arriba en el cielo (el sol). Entonces produce glucosa, y expulsa seis moléculas de oxígeno.

Todo lo da la tierra, la planta. Desde el oxígeno que es el elemento principal de la vida humana, hasta todo lo demás. Entonces tenemos que mirar al mundo con visión de futuro. El planeta tiene 540 millones de km 2, y más de 7 mil millones de personas de los cuales hay muchas pasando hambre, por culpa de dos cosas, el imperialismo y el vago.

Lo primero que se necesita en la vida es amor, voluntad y acción concreta, y luego disponer del arma que, en este cultivo, es machete, pico, azadón, tenedor, saco, cinta, pala…, y ganas de trabajar.

Tiene muchos conocimientos y en estos años, ha recibido especialistas de todo el mundo, científicos y enseñado a muchas personas, contribuido a libros, tesis... ¿No es celoso en ese sentido?

Todos estos libros son míos y he regalado muchos porque como dice José Martí, todo el mundo tiene derecho al conocimiento. Un libro no encierra todo lo que necesita el ser humano para vivir, pero el mejor método para aprender algo es ir viendo, haciendo, oyendo y estudiando.

He estado en muchos eventos, nacionales, internacionales, he formado muchas personas. He viajado a Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Brasil, Honduras, Trinidad y Tobago…, y he preparado personas de muchos países, angolanos, vietnamitas, mexicanos, granadinos.

Una docena de libros cuentan con mi colaboración, y estoy escribiendo uno, que se llamará Un llamado a la vida para la vida, el cacao. Ahí, dejo mi vida y todo lo que sé, desde que comencé hasta ahora, las personas con las que he trabajado, cuanto he aprendido. Lo estoy haciendo asequible, de acuerdo a la cultura de los agricultores.

¿Cuándo vienen y le preguntan cuál es el secreto del cacao, qué responde?

Todo ser humano debe preguntarse qué soy, qué sé, qué he hecho, qué estoy haciendo y qué quiero, pero antes, saber que somos seres humanos porque vivimos en sociedad, tenemos intelecto, conciencia, amor y voluntad y como tal estamos obligados a vivir con amor, respeto para obtener de la tierra el sustento para todos.

El cacao no tiene secretos, porque nos da todos sus secretos, lo único que exige es cuidado. La gente a veces pasa y maltrata a la planta, ella no habla, pero quien la conoce sabe reconocer cómo siente y padece. El árbol manifiesta en sus características lo que necesita.

Esto es del pueblo, quien viene lo hace a recibir conocimiento o a compartirlos, no a “bobear”.

¿Cómo se siente? Se dice que atribuye su fortaleza en parte a su consumo diario de cacao…

Estoy perfectamente bien. Fuerte sin engañarme. Tengo 86 años. Y estoy claro de todo, no sé solo lo que no me conviene. Y el cacao, lo consumo a diario, en muchas recetas porque de ese árbol no se desperdicia ni el golpe de la mazorca al caer.

Me jubilé como asesor de la Empresa de Café y Cacao, pero sigo trabajando, asesorando, viajando, enseñando a cubanos y a agricultores de todo el mundo el cultivo del cacao.

¿Qué significa Baracoa para usted?

Baracoa es mi vida.

¿Quién le dio el título de El Rey del Cacao?

Dos historiadores, uno de ellos Alejandro Hartmann. Fue en una conferencia, hace una década, donde estábamos algunos de los más importantes especialistas del mundo en el cultivo, con el objetivo de compartir saberes y de alguna manera compilar las mejores técnicas para incrementar la producción mundial, entonces deprimida.

Me lo dieron porque, a su juicio y también según otros especialistas, yo poseía un gran cúmulo de conocimientos del cacao, desde el cultivo hasta el beneficio, pero no me gusta mucho hablar de eso.

¿Qué le queda por hacer?

En los años que me quedan, quiero continuar siendo un mejor ciudadano, obrero, especialista…, para trabajar mejor y darle más a la sociedad, no pedirle más. No es filosofía, es realidad. Es ser buen pagador, devolver a la vida algo de lo que me dio.

Nos morimos y no le pagamos a la tierra todo lo que le debemos. La tierra hay que reciclarla con todos los recursos orgánicos, plantas, animales, nosotros mismos…, pero entonces viene el hombre y  quiere que lo metan en una bóveda para que no salga nada de ahí.

Por eso, y esto ya está escrito y dicho a mi familia, cuando me muera quiero que me entierren en la tierra, y que me siembren una mata de cacao en la cabecera y otra de café a los pies. Y si en el cementerio no admiten árboles grandes, ya preparé a uno de mis hijos, Ivan, en la técnica del bonsái.  

El cacao, que cultivo en mi patio y luego preparo aquí mismo de manera manual, y el café, que también hago crecer y me gusta amargo y fuerte, conmigo para toda la vida y por toda la muerte