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norma alfabetizadoraNorma Massó Kindelán pose de reina y alma de maestra. Fotos: Lorenzo Crespo Silveira

Pose de reina tiene, de maestra. Norma Massó Kindelán, a sus 74 años, es una veterana orgullosa de la batalla que libró, junto a miles jóvenes de toda Cuba, contra el analfabetismo a inicios de la década del sesenta del siglo pasado.

A la campaña se alistó junto a su hermana Juana Eidi. Un dúo inseparable que, en los tiempos anteriores a la Revolución, había apoyado a los rebeldes apostados en las lomas cercanas a la casa que ocupaban –y donde todavía vive Norma- en la calle 32 número 54, circunscripción Julio Delgado, en Manuel Tames.

“Éramos dos muchachas, dos niñas que hacían todo juntas y así nos unimos a la campaña de alfabetización. Yo tenía 20 años, y un octavo grado al igual que mi hermana, de 16, pero a pesar de ello mis padres –él trabajador del central- entendieron la necesidad de maestros y nos apoyaron”.

La inscripción, cuenta, fue en la ciudad de Guantánamo, donde radicaba la dirección de la campaña. Poco después, ambas partían hacia Varadero, donde en una semana fueron capacitadas. Regresan y las concentran en una escuela de Manuel Tames, antes de mandarlas a su ubicación final.

Era junio o julio de 1961, no recuerda con exactitud. “Unos meses antes, habían asesinado a Conrado Benítez, y la brigada llevaba su nombre. Era una responsabilidad muy grande”, rememora.

A Norma, le correspondió La Tortuga, un caserío cerca de Tribilín de Yateras. A la menor, Los Hondones. Cada una cumplió en su sitio el compromiso hecho.

Norma enseñó en la casa de “Tinín” Preval, donde además vivía la esposa de este y sus cuatro hijos. Ellos y dos de los vecinos, todos mayores que ella, fueron toda su matrícula en un curso que duró cerca de cuatro meses.

“Un tiempo en el que compartí con esa familia su comida, sus condiciones de vida y su trabajo. Por lo general me ocupaba de las labores de la casa y, lo más difícil, de buscar el agua, en una loma altísima…”.

“Tinín”, rememora Norma, era amigo de su familia. “Se puso muy contento cuando supo que yo era hija de Nazario Massó, y me trataba con consideración. Cuando nos enteramos del asesinato de Manuel Ascunce y el campesino Pedro Lantigua –era el 26 de noviembre de 1961- la señora me dijo que no saliera sola, a pesar de que por la zona no había alzados o por lo menos yo no me enteré.

norma alfabetizadora2“Estoy segura que haber contribuido a la construcción de una sociedad mejor”. Fotos: Lorenzo Crespo Silveira

“El único regaño que gané –dice en una media sonrisa- fue por ir un día a Tribilín con una brigadista amiga, pasando el río Toa, siempre de corriente fuerte y que para colmo en esos días corría crecido. No pasó nada, pero la señora de la casa me llamó la atención, y me pidió no repetirlo”.

Entera terminó la campaña de alfabetización. Y llegó el acto de La Habana con Fidel, sus palabras. Era el 22 de diciembre de 1961, la concentración fue en la Plaza de la Revolución, y estas algunas líneas que guarda la historia, dichas desde el púlpito cercano a la estatua de José Martí:

“Ningún momento más solemne y emocionante, ningún instante de legítimo orgullo y de gloria, como este en que cuatro siglos y medio de ignorancia han sido derrumbados. Hemos ganado una gran batalla, y hay que llamarlo así -batalla-, porque la victoria contra el analfabetismo en nuestro país se ha logrado mediante una gran batalla, con todas las reglas de una gran batalla. (...) Esa capacidad de crear, ese sacrificio, esa generosidad de unos hacia los otros, esa hermandad que hoy reina en nuestro pueblo. ¡Eso es Socialismo!”.

Luego, retumbaría en la plaza la pregunta de un brigadista que, sin saberlo, resumía la voluntad de la juventud y todo el espíritu de ese momento revolucionario, así lo recuerda Norma, aunque otros autores coinciden en que fue un grito unánime: “¡Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer”.

“Yo recuerdo como si fuera hoy que nos dijo que teníamos que estudiar, y eso hicimos. Eso, al menos, hice yo”.

Su historia, entonces, toma la palabra. Luego de la campaña, siguió impartiendo clases en las escuelas de “seguimiento” que aumentaban el nivel de los alfabetizados. Después, se superó en la Normal para maestros de Santiago de Cuba, y empezó a trabajar en la enseñanza primaria. Hasta Palenquito, cerca de La Caridad de los Indios llegó la profesora, y a Las Delicias, ya más cerca de su casa, hasta que empezó a dirigir una escuela en el batey, donde todavía vivía su familia, y habita ella aún.

Una afección en la garganta la alejó del magisterio y la encauzó como oficinista en el Partido, en el Gobierno y, finalmente, en los tribunales. En el proceso se casó y tuvo dos hijos. No duda en decir que ha sido una mujer feliz.

Ahora le duelen muy pocas cosas. A veces el cuerpo por la edad, aunque no lo demuestra y menos lo parece. Mucho más su casa medio destruida por el huracán Sandy, la promesa de que le ayudarían con una casa, todavía incumplida…, pero nunca el pasado.

 

“Creo que contribuimos a que el país se convirtiera en lo que es hoy, un país en el que mis hijos fueron a la escuela y se superaron, ella abogada, él técnico en informática. Yo nunca más supe de las personas que alfabeticé, pero tengo la certeza de que los hice un poco mejores, solo por eso valió la pena”.