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sara maestraFotos: Lorenzo Crespo Silveira

 “Yo soy maestra gracias a Fidel” –fue lo primero que comentó Sara Bucherot Portuondo a este equipo de prensa que se le acercó para conocer sobre su larga vida en el ejercicio de esta profesión, una de las más nobles y humanas.

 

“Todo comenzó por la Campaña de Alfabetización, una de las más trascendentales iniciativas fidelistas, yo tenía como 11 años, estaba en primaria y a mi pueblo en la Colonia de Monterrú llegó una brigadista para cumplir con esta tarea. Mi padre era el encargado de llevarla a la escuelita ubicada en el Barracón de López, apellidado así por el campesino dueño de esa tierra.

 

“Ella fue la que me invitó a ayudarla con las clases y así comencé, cartilla en mano y con seis alumnos mi incursión en el mundo de la pedagogía. No teníamos métodos, ni nada por el estilo, era una atención personalizada en la que tenía hasta que cogerles las manos a los campesinos para hacer los rasgos.

 

“La alfabetizadora trabajaba con un folleto llamado Venceremos las oraciones y cosas más complejas mientras yo enseñaba a leer y escribir. Recuerdo entre mis alumnos un haitiano de manos toscas y pesadas con quien tuve que ingeniármelas para enseñarle, pues yo era muy pequeña, pero al final aprendió como todos los demás.

 

“En 1961 cuando se declara en Loma Blanca que Cuba era un territorio libre de analfabetismo, la brigadista se fue, pero yo me quede con todos los alumnos como maestra de seguimiento ¡Y ahí me hice experta! Con el tiempo aunque quise ir a estudiar la carrera, mi familia no me dejó porque era en La Habana, muy lejos, pero no desistí. Poco después me mandaron una beca, a principios de 1962.

 

“Empecé tomando un curso de nivelación en San Lorenzo, en la Sierra Maestra, luego fui a Minas de Frío en primer año, a Tope de Collantes, donde hice segundo y parte del tercero, y en Tarará, realicé prácticas docentes y me gradué. Ahí fue donde vi por primera vez al Comandante en Jefe.

 

“Resulta que él gustaba mucho de visitar las escuelas formadoras de maestros para ver cómo funcionaban y conversar con los jóvenes, y en una ocasión de camino al centro Manuel Ascunse Doménech, antiguo Sanatorio, su carro se atascó en el fango, porque por allá llovía mucho. Por orientación de un campesino él decidió hacer el recorrido a pie hasta nuestra institución.

 

“Cuando llegó todos estábamos en la plaza, y él que venía con las botas llenas de fango, se las quitó y se sentó con nosotros a reírse, porque el camino resultó ser más largo de lo que le había indicado el campesino. En el intercambio le comentamos que la comida solía saber muy mal.

 

“Entonces Fidel, sin pensarlo dos veces mandó a traer al cocinero del Hotel Habana Libre, el chino Viera, para que elaborara y enseñara a cocinar a los trabajadores de la escuela.

 

“Luego nos volvimos a encontrar con él en la escalada al Pico San Juan, en Villa Clara. Él era rapidísimo, y solo lo alcanzábamos cuando se ponía a descansar, entonces se viraba y nos decía que éramos verdaderos caminantes porque no nos separábamos mucho de él. Por último lo vi en la graduación donde almorzó con nosotros y nos felicitó.

 

 “Ya hecha una licenciada en Física y Educación Laboral, di mis primeros pasos en la primaria Fe del Valle en La Habana del Este, seguidamente fui asignada a Ciudad Libertad y por un llamado de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC)de la cual era militante, fui para Makarenko donde estuve hasta 1971, cuando decidí volver a mi Guantánamo.

 

“Estuve en el seminternado de Cabañas primero, pero en el curso de 1975 me trasladé a la Secundaria Regino Eladio Boti, donde estoy ahora. Aquí trabajé por largo tiempo y en junio del 2009 pedí la jubilación porque mi madre estaba enferma y debía cuidarla. Pero quiso la vida que pocos días después falleciese. Ese mismo año en septiembre me reincorporé y no he dejado mi labor.

aula saraSara Bucherot mantiene en el trabajo la misma energía y entusiasmo de sus primeros años de educadora. Fotos: Lorenzo Crespo Silveira “Porque para mí enseñar es el mayor de lo regalos y aportes que se le puede dar a una sociedad. Por eso siempre me he esmerado en que mis estudiantes aprendan todo cuanto necesiten, para que sean buenos alumnos y mejores personas. Solo así duermo tranquila, sabiendo que al niño malcriado e indisciplinado logré convertirlo en un modelo de ciudadano.

 

“Mi familia siempre me recrimina porque incluso enferma yo voy a dar clases, pero yo siento que cuando estoy con mis niños, todo se me alivia, ellos me curan desde el alma. Por eso si tengo que llevarlos a mi casa para prepararlos para los concursos de asignaturas lo hago, y si tengo que estudiar más, como tuve que hacer cuando exigieron ser Profesores Generales Integrales, no dudo.

 

“Los alumnos lo merecen, yo soy quien soy porque ellos existen y porque Fidel y la Revolución para eso me prepararon. He tenido que lidiar con muchos padres conflictivos, con serios problemas económicos y sociales pero como lo más importante son sus hijos, yo no temo a la hora de reclamarles por su responsabilidad.

 

“Después de tantos años de servicio, ya todo el mundo ve en mí una fuente inagotable de sabiduría, incluso los que no son de mi materia, porque yo he dado clases de historia y hasta matemática. Lo hice porque me gustan todas las disciplinas. Cada día que entro al aula empieza una nueva experiencia para mí, y he decidido vivir esa pasión hasta mis últimos días”.