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Se les oye en reuniones, asambleas, mítines comunitarios y en cuanto espacio se concerte para reunir personas con el fin de dar alguna información, dialogar temas de interés social, quizás balancear los resultados de un año de trabajo u orientar las tareas que regirán un nuevo periodo laboral.

Hay frases, lemas y consignas que forman parte indisoluble de nuestras vidas, sintagmas una y otra vez repetidos por su magnífico reflejo de la realidad circundante y la elocuente invocación que hacen para la acción oportuna en pos de la sociedad y economía prósperas y sostenibles a las que aspiramos los cubanos.

“Cada quien debe hacer lo que le toca” es una de esas construcciones sintácticas a las que, cual complemento de nuestro acto oratorio -ya sea en el barrio o en el más imponente teatro-, acudimos para hacer el llamado colectivo a un desempeño eficiente del trabajo, para bien propio y de los demás.

Los auditorios la conocen bien, pueden predecir su uso por la intención que vaya tomando el discurso y hasta leerla en los labios del orador si está un poco alejado, pero una vez interpretada, se necesitan más practicantes de la frase que meros oidores que asienten cuando es enunciada o la hallan bonita para repetirla cuando “les toca” estar sobre un estrado.

Esa expresión no falta en los medios de comunicación, pienso ahora en el spot radial que la reproduce y se escucha en una guagua cuyo conductor no respeta las paradas y es sordo a los reclamos de los pasajeros que, fuera del vehículo, le plantean que está vacío y le piden que espere se acomoden los que están ya arriba para ganar espacio, y montar más personas.

 Pero el chofer no escucha, frunce el ceño, cierra la puerta y prosigue la marcha del ómnibus, el mismo en el que se han colado por la puerta trasera unas personas que se auto exoneraron del pago; es también el ómnibus en el cual  viajan dos señoras un poco mayores de pie mientras unos muchachones sentados conversan desenfadadamente

Justamente ahora imagino al dependiente de la carnicería que protagoniza un acto de ilusión óptica cada vez que llega el pollo porque se convierte en el “mago de las pesas” con una que otra onza escondida, y no precisamente tras un sombrero del cual salen conejos o palomas.

  Debería sentirse aludido el camarero de la cafetería que pasa allí todos los días frente a un cartel que sentencia: “El cliente tiene la razón” y mira con cara de pocos amigos al usuario que, con razón, reclama por el plato de gramajes a medias que ha llegado a su mesa.

Cómo olvidar al carretillero que con su preciada carga de especies y viandas  -al parecer todas exóticas por su precio-, le dice sin más ni menos al comprador azorado por el costo: “Esto es oferta y demanda, lo tomas o lo dejas”, mientras el cliente acepta para no ser la nota discordante entre muchos que eluden hechos similares todos los días.

Tampoco se borran de mi mente la dependiente de TRD que mira al cliente como un ser de otro mundo cuando le hace una pregunta sobre un producto, ni la recepcionista especializada en dar evasivas, mucho menos la secretaria experta en ubicar en consejillos y “reuniones de último momento” a su jefe si un desconocido lo llama para una reclamación.

Imposible dejar de lado a ese mismo jefe que con una verborrea envidiable convida en una y otra reunión a otros a “hacer lo que les toca”, y es sordo a sus propias palabras.

Oír, repetir, no poner en práctica (la frase) resulta una tríada viciosa que necrosa un tejido social no muerto, porque muchos buenos ejemplos hay de gente coherente con lo que predica, pero sí dañado ante el inmovilismo y la desidia de quienes yo llamaría “sordos sociales”.

Sordos a lo que dicen otros, y a lo que incluso, alguna vez o en repetidas ocasiones, ellos mismos manifestaron.

Sordos porque tras la grandilocuente expresión vocalizada sobre el podio, cuando abandonan sus predios asumen el mismo accionar infértil de quienes no hacen “lo que les toca”.

¡Bravo por las frases! ¡Bienvenidas esas que nos hacen reflexionar y obrar para bien!, pero que no se conviertan en comodines oratorios. Sencillamente apelo al martiano axioma que enarbola el hacer como la mejor manera de decir.