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En los últimos años es frecuente ver en lugares públicos a niñas menores de 10 años, usando faldas y shores extremadamente cortos, tacones, maquillaje, labios y uñas pintadas.

Algunas, incluso, asumen posturas y comportamientos antes reservadas a mujeres adultas; un fenómeno que parece responder a nuevos patrones estéticos que exaltan la sexualidad femenina en edades cada vez más tempranas.

 

Esas conductas, procedentes de culturas foráneas y difundidas en mensajes de medios de comunicación cada vez más globalizados, debido al auge de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, se generalizan en muchos casos con la anuencia de los padres, maestros e instituciones sociales responsables del cuidado de la infancia.

 

Se sigue así la norma de estereotipar actitudes propias de sociedades de consumo, donde las niñas posan para grandes revistas promocionando vestuarios, productos y servicios, generalmente asociados al anhelo de parecerse a grandes artistas, íconos del entretenimiento y las reconocidas muñecas Barbie, representativas de la industria cultural.

 

También somos testigos de competencias de baile, en fiestas que se supone sean para niños, en las cuales las infantes “perrean” al ritmo del ponderado reggaetón para obtener la victoria, exhibiendo movimientos lascivos que, en un contexto de dispositivos móviles preparados para filmar, pueden difundirse en redes sociales y ser vistos por miles de usuarios.

 

Lamentablemente, ese tipo de conductas es ignorado por la sociedad, y los padres, máximos garantes de salvaguardar la integridad de sus hijas, permiten que estas sean expuestas a mensajes convertidos en hit a través de canciones o videos musicales, discursos que por su repetición se apoderan del gusto de las prematuras fans.

 

Por otra parte, la ampliación del flujo migratorio y los viajes de cubanos al exterior, ha influenciado la imitación de realidades extranjeras en la manera de vestir, pues los adultos consideran que si la ropa o el tacón se usan fuera de la Isla, entonces sus niñas deben utilizarlos para estar a la moda.

 

¿Dónde quedó el uso de las elegantes batas, relegadas solo a la celebración del primer año? ¿Acaso desconocen los tutores el daño que provoca a sus hijas el uso de tacones?

 

Tal vez el sofocante calor sea el pretexto para ropas más cortas; sin embargo, en muchos casos roza lo extravagante, que consciente o inconscientemente erotiza o sexualiza a las niñas.

 

Al respecto, especialistas en el tema de la Asociación Americana de Psicología, coinciden en que a temprana edad la forma de vestir, bailar y actuar de manera seductora, hace que la infancia deje de ser para jugar o aprender e imite conductas de atracción manifestadas por los adultos, elevando el riesgo de exposición a ser víctimas de abuso sexual.

 

 

Lo exponen las sesiones fotográficas, antes reservadas para los 15 años y ahora adelantadas a los cinco, con los llamados miniquince, y pre quince a los diez. En estas, las poses y maquillajes ultrajan la inocencia inherente a la edad, robando a las pequeñas el derecho mismo de serlo.

 

A las niñas hay que dejarlas ser niñas y garantizarle espacios seguros, así como ejemplos de actitudes correctas para sus edades, período en donde imitan lo que con frecuencia ven.

 

De ahí que los padres sean los máximos garantes de la seguridad y responsable educación de sus pequeñas. Asimismo la temática relacionada con la sexualización de la niñez necesita formar parte de círculos de debate en nuestra sociedad, pero sobre todo en la familia como vital espacio formador de las futuras generaciones.