La infancia, ese corto período de la vida caracterizado por la inocencia, cuando los pequeños inician un conocimiento de la vida entre juegos y risas, últimamente se ve mutilada en las niñas por un deseo de los padres de vestirlas y, en general, mantenerlas a la moda… de adultas.
Si bien los tiempos cambian y los grandes y hermosos lazos junto a las batas de vuelos y otros ornamentos dan pasos a vestimentas más prácticas, las muchachitas parecen adolescentes de poco tamaño con adornos, ropa y calzado que las aleja de la imagen de una impúber.
Momento de la vida en el cual se priorizan los retozos y las alegrías se ven afectados por minifaldas ajustadas, zapatos de tacón, pulóveres escotados y otras piezas de vestir ajenas a la actividad de las niñas.
Pequeñas de cuatro, cinco o seis años con mejillas y labios coloreados, orgullo de algunas madres que someten a sus hijas a extensas colas en peluquerías para colocarles largas uñas acrílicas y algunas pasan por el teñido del cabello.
Entristece que en los cumpleaños, tanto de hembras como de varones, estén ausentes canciones infantiles y retumbe el reguetón, muchas veces con letras totalmente inapropiadas hasta para adultos, menos para la edad y formación de quienes asisten a esos festejos, todo hecho al gusto de los mayores.
Obligados a un mundo de adultos, las diversiones y deseos de los infantes, de uno y otro sexo, estarán vinculados a las novelas de turno o aún peor, a seguir personajes de películas o juegos electrónicos donde prima la violencia.
La infancia resulta tan corta e importante que mutilarla es un crimen, precisamente por personas a quienes corresponde llevar de la mano a los infantes en esa etapa de la vida.
Buenos modales, valores entre los que sobresalga el amor a la Patria, el respeto a sus símbolos, la consideración a los ancianos y el sentido de la responsabilidad deben inculcarse a las más jóvenes generaciones con motivaciones propias en cada edad, lo cual resulta una exigencia en la formación de mujeres y hombres dignos y útiles.
Duele ver a las pequeñas disfrazadas de adolescentes y asalta la pregunta de cuánto más desearán cuando lleguen a la pubertad, interrogante que deben hacérsela los padres para evitar lamentaciones futuras.