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cementerio san rafael

“(…) el cementerio San Rafael de Guantánamo está padeciendo una enfermedad grave y contagiosa, ninguna entidad del Estado lo asume en todo su valor patrimonial, sino como el simple almacén donde se manda el cadáver de un ser humano”.

La expresión, parte del libro La ciudad del reposo (2004), del escritor Rissell Parra Fontanilles resume la alerta que, desde hace varios años, realizan pobladores, instituciones y especialistas de la arquitectura y la cultura, sobre el alto grado de deterioro de la principal necrópolis guantanamera.

Catorce años después de la publicación, la situación es similar, incluso peor. En los 400 metros cuadrados de superficie y 6 mil 512 bóvedas del camposanto, no hay estructura alguna que se libre de los daños causados por el paso del tiempo, la indolencia, la indisciplina social y el descuido.

La situación reclama acción por parte de los decisores, recursos materiales para revertirla, teniendo en cuenta que los cementerios, por su capacidad de resguardar construcciones de diferentes estilos arquitectónicos, se consideran museos a cielo abierto, dignos de ser protegidos.

Ignorarlo, sería desconocer los orígenes y la evolución experimentada por la sociedad guantanamera, así como los ilustres hijos de esta tierra que allí descansan, entre ellos, combatientes del proceso revolucionario cubano.

Monumentos funerarios como los de la familia Creagh, Rodríguez-Silva, Labarraque, Brauet, Chivás, Salcines, representan el núcleo arquitectónico y escultural más relevante de ese tipo de construcciones en Guantánamo.

Aunque en relación con otros cementerios del país como la necrópolis de Colón en La Habana o Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, el de la provincia más oriental no haga grandes aportes al arte mortuorio, constituye un patrimonio decoroso de la cultura de este pueblo y “lleva el signo de una concepción eclética que hizo moda en Europa a finales del siglo XIX”, e inicios del XX.

“En las mejores piezas arquitectónicas de ese sitio del reposo, suelen hallarse integrados elementos del art nouveau con el neoclásico, rasgos del barroco junto al gótico o la presencia del art-deco, señala el texto consultado.

De manera que transformar el deplorable estado de algunas criptas patrimoniales, si bien es responsabilidad de los propietarios, demanda de asesoría técnica y atención de la Oficina de Monumentos y sitios históricos, la Dirección Municipal de Servicios Comunales y el Gobierno local, los cuales deben tomar cartas en el asunto, para proteger y rescatar las cualidades creativas y arquitectónicas presentes en el cementerio.

De hecho, en términos de protección, se precisa también redoblar la seguridad para atajar a los que, faltos de toda ética, roban objetos de valor que los familiares colocan a las bóvedas privadas, y cometen delitos como cortar las argollas de bronce de las tapas de las tumbas, dificultando luego su manipulación.

Sobre las condiciones higiénico-sanitarias del cementerio, corresponde a las autoridades garantizarlas, incluida la limpieza de pasillos interiores y calles; así como redoblar la seguridad para que no sean ultrajadas las tumbas, ya afectadas por la acumulación de agua ante la ausencia de un sistema de drenaje y la mala calidad constructiva, lo cual ocasiona perjuicios más allá de los muros de la necrópolis, producto de la fetidez y gases contaminantes que emanan de los cuerpos en descomposición.

En el caso de los propietarios de las 3 mil 816 bóvedas particulares, deben cumplir su responsabilidad con el mantenimiento y cuidado de las mismas, mientras a los residentes en calles aledañas a la tapia, corresponde no verter basura y velar porque los niños no entren, por ejemplo, a empinar cometas o jugar a los escondidos.

Crear un sistema de drenaje apropiado y poner iluminación nocturna, son asuntos pendientes para una futura y necesaria inversión, válida aun cuando se construye uno nuevo a una distancia apropiada de la zona urbana.

De lo contrario podría sucederle al San Rafael lo que pasa a menudo con las construcciones descuidadas, desaparecer con sus valores patrimoniales y dejar apenas el rastro de la indiferencia humana.