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Dieciséis minutos. Eso duró el tornado que azotó varios municipios de La Habana en la tarde noche del pasado 27 de enero, Artemisa y Pinar del Río. 16 minutos en los que parecía que aterrizaba un avión en el portal de las casas de 10 de Octubre, Regla, Guanabacoa, San Miguel del Padrón, Habana del Este, donde fue más fuerte.

Dieciséis minutos de embudo voraz bajo un cielo plomizo y raro, suficientes para que  quienes  a esa hora se apoltronaba frente a la televisión, o preparaban lo necesario para encarar una nueva semana de trabajo y estudio, vieran cómo la vida se les ponía patas arriba.

Los dieciséis minutos del miedo, los de perderlo todo, los de abrazarse a lo más querido, que es siempre lo de carne y huesos, los del tornado terrible que no olvidarán los habaneros.

Dieciséis minutos de vientos de 300 kilómetros moviéndose a 42 kilómetros por hora. Quinientos metros de diámetro que, según el Instituto de Meteorología, es probable que en algún momento rebasara el kilómetro. 16 minutos de un tornado categoría EF-4 en la escala Fujita-mejorada, de cinco.

16 minutos y cuatro fallecidos. Casi 200 heridos. Mil 286  viviendas afectadas. Un millón de personas sin electricidad, miles sin servicio telefónico. Todo y más, en 16 minutos: Los del terror.

Y después, el silencio que fue luego grito, que fue silencio otra vez, llanto profundo, cuento nervioso del que se salvó por un centímetro de la piedra, de la teja escupida por el viento con velocidad de proyectil, del techo “bueno” que cedió y se desplomó sobre las cabezas que antes protegía.

Y después Cuba entera compartiendo el llanto, el silencio, el grito. Y las ganas de ayudar sobrepasando fronteras, horarios y diferencias.

Entre la preocupación, también asoman los recuerdos. Los recuerdos de tanto sufrimiento que nos han acompañado otros. Las llamadas de Cuba y media cuando Matthew desolaba Baracoa y Maisí, los linieros llegando de lejos, las rastras, las tejas, las donaciones que movió el cariño.

Caravanas que hoy van en sentido inverso a borrar, con horas de trabajo y esfuerzo, lo que se pueda de esos dieciséis minutos que ojalá no hubieran sido nunca. Llamadas, mensajes y contactos que conforme las horas dan respiro a los afectos. Ayudas que ya se preparan para hacer la ruta de este a oeste.

Porque sin convocatoria abierta todavía, ya empezó la gente a separar de entre sus pertenencias ropas, velas, comida, dinero, ollas, medicamentos…, no necesariamente lo que les sobra…, para bien del otro, otro que no conoce y es probable que no conocerá nunca.

Gente que en estos días y en los que vendrán, seguramente encontrará vías y formas. A través de centros de trabajo, organizaciones, donaciones directas…porque entiende, entendemos, que la solidaridad es un canal de muchas vías, y que la solidaridad, con solidaridad se paga.

Hay gestos grandes y pequeños, en realidad no importa. En coyunturas como estas, el valor real es la mano extendida, el vecino atento, el techo solidario, la comida aumentada por las abuelas y las madres, para que alcance a todos.

Porque se puede dar mucho o poco, pero lo más mínimo, puede ser un pedazo de vida y de tranquilidad que devolvemos a esos que, en un momento más terrible que el fruto de la ficción más desmedida, simplemente, lo perdieron todo o casi todo.

Hoy, la solidaridad, tiene rumbo noroeste.

Fuente: Radio Guantánamo

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