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La frase me persigue desde el sábado 2 de marzo, cuando el entorno del atractivo y funcional centro comercial El Guararey, también fue pasto de mercaderes de las necesidades alimentarias del pueblo.

 -“¡¿Estas transgresiones cuándo van a terminar?!”

Decía una ciudadana y asentían muchos, impotentes, ante la carestía de productos básicos y los abusos de quienes, a la luz pública, con impunidad, revenden lo acaparado ese mismo día, o tal vez el anterior, cuando ¡sacaron huevos! que los propios comerciantes estatales y sus administradores permitieron comprar en cantidades superiores a las lógicas adquisiciones de la familia para la alimentación.

Los oídos parecen sordos ante el llamado al enfrentamiento a las ilegalidades. Hace apenas unas semanas un operativo policial en el bulevar de Guantánamo desarticuló un grupúsculo de revendedores, y ese sábado los huevos, rebajados a 90 centavos, se vendían a 1,50 y por cantidades (files) ilimitados, en las afueras de la entrada trasera de El Guararey.

El asunto tiene muchas raíces: por un lado, la imposibilidad estatal de mantener los abastecimientos de manera estable en los comercios por el bloqueo, las limitaciones financieras del país para adquirir insumos y materias primas…, pero también la indiferencia de funcionarios para quienes vender es su “misión”, sin otra “visión”.

Los trabajadores carecen de tiempo, por cumplir horarios laborables, para andar persiguiendo artículos en falta. Los acaparadores-revendedores, sin embargo, viven del invento y eso proporciona mejores ingresos. No tienen fábricas, no son importadores…, pero tienen el dinero que les permite comprar al por mayor pasta dental, huevo, papa, cemento, cabilla, galletas de sal y dulces… y todo cuanto escasee para multiplicar sus haberes.

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Parece que la frase inicial contagia, porque quienes tienen la autoridad para el enfrentamiento, avanzan por campañas, como cuando tomamos la de protección al consumidor, archipresente una vez en todas las bocas y los medios, ¿y ahora?

La expresión es válida también para otros escenarios en los cuales las indisciplinas son menos dañinas, pero igual traen el germen del individualismo egoísta y de un oportunismo que no repara en abusar del humanismo y la caballerosidad de los pobladores.

¿Conoce usted los llamados niños de alquiler, o la patente de corso en que deviene el carné de “impedido físico”? En las colas de alta demanda, por ejemplo, en las ferias agropecuarias, un bebé puede aparecer en brazos de numerosas “madres” que pisotean el turno y orden seguidos por quienes, cargados de paciencia, hacen fila para adquirir determinados productos del agro.

A la par, aparecen los “impedidos” que, en muchos casos, ni bastón portan y, en otros, son personajes interpretados por saludables y esbeltas mujeres que ni el exhibido carnecito hace creíble la desfavorable condición y uno se pregunta: qué legislación ampara tal documento y qué seriedad y fundamento tienen quienes lo expiden. Cualquiera saca la patente de corso.

Volvamos a las ferias, que sin negar la ayuda que representan, deberían ser obligación diaria en los mercados estatales para regular precios, satisfacer demanda y borrar imágenes como las del príncipe y el mendigo en 15 Norte entre 3 y 4 Oeste (uno de muchos puntos), donde una placita estéril, con flácidos guineos o feas calabazas y plátano burro, está rodeada de frondosos puntos de ventas, pródigos en pimientos, papas, malanga y cuanto necesite su mesa y pueda pagar su bolsillo.

El Estado palidece frente al negociante privado y el consumidor se queda a merced del segundo.

-¡¿Estas transgresiones cuándo van a acabar?! El epíteto deja un muy mal sabor, pero se entroniza porque el enfrentamiento no goza de sostenibilidad y sistematicidad y no por falta de denuncia. La ilegalidad y hasta el delito están a la vista de quienes tienen toda la capacidad para reprimirlo y definitivamente cortar su extensión en el tiempo y nuestro espacio.

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