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Era un lunes, 25 de septiembre, mi mamá me levantó con el desayunó listo a las 4 y 30 de la madrugada, para cargar las pilas y poder lidiar con los problemas habituales del transporte.

El sol calentó cada banco de la terminal y yo continuaba ahí, esperando que pasara, aunque sea una chiva coja, para llegar a tiempo al examen de Metodología de la investigación, y de repente, apareció mi salvador.

No me molestó que fuese un Kamaz, destinado a transportar mercancías, ni la cantidad de personas que me apretaban… mis 23 años permitieron sortear los obstáculos y ocupar un mínimo espacio privilegiado, cerca de la salida. Calculando el tiempo de la demora en el trayecto, podía llegar antes de las dos de la tarde.

Fue entonces cuando una fina llovizna empezó a humedecer el pavimento. En una milésima de segundos el carro salió de la vía. Yo sólo cerré los ojos y me sujeté muy fuerte de la baranda.

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Accidente

Sentía que me asfixiaba, era imposible respirar, escuchaba de lejos gemidos y lamentaciones de dolor, intenté moverme y no pude. ¿Estaré muerta? Tenía los ojos cerrados, pero temía mirar y encontrar un ambiente desagradable.

De pronto volvió el oxígeno a mí cuerpo y en medio de la oscuridad sentí la luz y abrí, bien despacio los ojos. Entonces sí me alarmé, reconocí mi mano, con mis uñas largas como se desplazaba sobre una amarillenta hierba y yo no sentía nada. Alguien me estaba cargando en brazos, y mi cuerpo ajeno al tacto.

Vi que me ubicaron en el asiento delantero de un lada, sentí una voz que gritó a todo volumen: ¡esa niña esta desbaratá! Mis pensamientos le respondieron con más fuerza: ¡tú madre hijo de …!

El chofer manejaba rápido rumbo al hospital, pidiendo vía, y me miraba con cara de susto, mientras yo era una gelatina que iba para todos lados sin poder sostenerme y rogando que lo que me pasaba pudiera tener solución.

En el trayecto pensé mil cosas, en el beso tibio de mamá al salir de casa, la sonrisa de papi cuando le decía que era la preferida delante de mis hermanos, quería guardar el recuerdo más querido de ellos y estar calmada.

Fui la primera paciente en llegar al Hospital General Dr. Agostinho Neto, así lo dijo la enfermera que pegó en mi frente un trozo de esparadrapo, mientras otros tantos me canalizaban venas, ponían sueros y animaban ¡todo iba a salir bien! –decían-. Yo sólo repetía ¡no me siento el cuerpo!

Me pusieron en una salita junto a otros lesionados, y alguien me confundió con mi hermana gemela, la saqué de dudas y le imploré que le avisara en el cuarto 20 de la Facultad de Ciencias Médicas.

Poco después llegó mi alma, la reconocí por su llanto, lejos de la camilla, estaba rodeada de amigas que la sostenían para que fuera a verme, y ella no podía. Entonces sí lloré, y la llamé, ¡Mailiu ven, ahora eres tú quien tiene que darme fuerzas!

Cuadripléjica

Mi hermana no se separó de mi lado. Yo desesperada, la hice prometer, que por muy terrible que fuera el diagnóstico, tenía que decírmelo.

Frente a la camilla hablaban en voz baja unos cinco médicos que miraban las placas y a mí. Uno de ellos se acercó y me preguntó cómo estaba, le respondí al instante: ¡muy mal, no sé qué me pasa!

El cerró sus manos, se desplazó hacia delante y me dijo: Tienes, una luxación cervical y fractura…

- ¿Podré caminar?- inquirí.

-Ten la certeza.

Esas tres palabras me iluminan, el neurocirujano hace una pausa.

-Sólo hay un problema, tenemos que ponerte una tracción en la base del cráneo, que es algo parecido a un freno de bicicleta, el cual estará atado a la cama para poder insertar unas pesas de hierro, que estirarán la cervical, y cada semana quitamos una hasta que vuelvan a su lugar esas vértebras.

Hace otra pausa y me mira con ternura.

-Para hacer lo que te he explicado, tenemos que quitarte todo el pelo.

-Usted me quita todo lo que sea, que yo sólo quiero caminar, además, el pelo crece.

Mientras arrasa con mis largas pelusas rubias, conversamos como viejos conocidos, se llama Jorge Fernández, asegura que, aunque será un proceso largo podré volver a rehacer mi vida normal, recuperaré la movilidad.

También comenta que mis padres me esperan afuera del salón, y esa noticia me oprime el corazón, no quiero que me vean calva y cuadripléjica.

Al rato entraron mis adorados progenitores. Junticos y con los ojos hinchados me confortan ¡hijita ten fuerza! El sufrimiento en sus miradas es indescriptible, no puedo llorar.

Nunca me sentí sola, ellos eran parte de mi sostén, mi hermana mayor cada jornada cambiaba las sábanas con la rapidez habitual de enfermera, mi hermanito me encantaba con sus ocurrencias, mi gemela tan calva como yo, estuvo siempre al lado y mi novio prometió que, aunque sólo moviera los ojos, me acompañaría cada día.

También disfrutaba de la comisión de embullo de las amigas universitarias, quienes me ponían al tanto de las conferencias de la universidad y me impregnaban el optimismo y alegría que necesitaba.

Operación

fig03 12Han pasado tres meses del accidente, soy una experta agarrando con los dedos de los pies. Incluso los más minúsculos objetos que me pongan, pero las manos no pueden apretar ni un pedazo de esponja.

Continúo atada a la cama, en el falso techo he dibujado nubes, corazones y hasta dinosaurios. A pesar de la recuperación, Jorgito y Marianela, el equipo de neurocirujanos, deciden operarme para evitar una re- luxación.

Durante el pase de visita anuncian que harán una disectomía con injerto óseo autólogo y fijación con láminas y tornillos, y yo pido que traduzcan a un idioma entendible para mí.

- Es una operación trabajosa y complicada como todas -afirma Jorgito- te vamos a quitar un pedacito de hueso de la cadera, para ponerlo en la cervical fijado con una lámina y tres tornillos.
-
- ¿Pero no tengo que volver al salón a quitármelos?
-
- Esperemos que no, por ahora piensa que después de la operación, en siete días estarás en casa.
-
Llega el camillero a buscarme, estoy tan feliz que siento que voy para una fiesta con cerveza incluida, no pienso en complicaciones, en cinco días, estoy en Imías.

Es la primera vez que no tengo a mi lado nadie conocido, hay tanto silencio en la nueva sala que siento los latidos del corazón y la respiración agitada, suspiro y pido a Dios que me dé calma.

Llegan Jorgito y Marianela de verdes, su alegría multiplica la mía.

-Van a sacarte de tú cama, todo va a estar bien. Me presentan dos personas que preguntan si estoy lista.

Uno, dos y tres, cuentan y puedo ver cómo el que está a mis pies agarra la sábana y me cargan en peso para otra más alta. Es igual a las películas, hay muchas luces, Marianela pregunta cómo estoy.

No tengo miedo, pero sí un hambre de "dragona".

Recuperación

Siento frío, mantengo los ojos cerrados, trato de mover los pies y lo logro, me preocupo, no pudieron operarme. Mi alma, mi gemela, aleja las preocupaciones.

-Dormilona, todo salió muy bien.

Es la primera vez que veo desde otro punto la sala cuarto F, mis corazones, nubes y dinosaurios son dos manchas de humedad en el falso techo, la cama es amplia, paso la mano por mi cabeza y halo los centímetros del pelo que ya crece.

Rompo en llantos y es contagioso, porque todos lo hacen, pero esta vez es de felicidad.