jefesHay quienes se inflan como globos. Es como si los cargos, un premio cualquiera, el teléfono corporativo, el carro u otro factor los hicieran elevarse de forma imaginaria, y mirar siempre desde una altura “superior”. Suelen hablar más alto que los demás o expresarse como si sus palabras tuvieran el efecto de “conclusiones”.

En ocasiones, llegan a donde están otros individuos, pero ni siquiera dicen “hola”, “cómo están”, “qué tal”…, no. Llegan y ya, aunque cuando tienen una oportunidad intervienen en las conversaciones, en las cuales, por supuesto, suelen comenzar con el vocablo “yo”, cuando hicieron eso, esto y aquello, y al final uno hasta siente la sensación de que quieren un aplauso.

Hace poco compartimos con una joven ascendida recientemente en sus responsabilidades, quien ni siquiera llega a los 30 años de edad. Desde la distancia la admirábamos y hasta ansiábamos conocerla con esa curiosidad de saber cuánto de ella enriquece su obra profesional.

Un subordinado deseaba consultarle algo. Más de una hora tuvo que esperarla afuera de la oficina, aunque estaba sola junto al buró, la computadora y ese reino tan suyo. Cuando llegó el momento, el ser poderoso respondió de mala gana la pregunta del muchacho, y lo regañó allí, en público, delante de quienes nos mirábamos con asombro.

La víctima salió con la mirada en el piso. Y ella entró otra vez a su mundo más cercano, entre las cuatro paredes, con la silla giratoria y varios diplomas, muestra de su talento.

Un rato después conversamos con la joven, quien estaba atormentada por varias razones, pero nada justifica aquella actitud.

¿Por qué algunos actúan así? ¿Todo es culpa de las mieles del poder? ¿Cuánto influyen la educación y el ejemplo de sus referentes más cercanos? Eso de que los cargos y los reconocimientos elevan a varios demasiado puede aplicarse en algunos casos, pero sobran los ejemplos de políticos, deportistas, artistas… que son más grandes precisamente por su humildad, sin jamás olvidar las raíces, a pesar de los triunfos.

Verdad que cuando el mal está arraigado en la familia o en frases de padres orgullosos que repiten “eres la -o el- mejor” todo puede volverse más complicado.

La sencillez, el deseo de ayudar y la comprensión de que, en esencia, ninguna persona es superior a otra, aunque tenga mejores resultados en ciertos aspectos, son fundamentales.

Quienes asumen alguna responsabilidad, grande o pequeña, deben hacerlo siempre con el ánimo de impulsar el trabajo y ayudar a los demás, como coordinadores, compañeros y ojalá que como amigos, con mezcla de exigencia y sensibilidad. Las pretensiones de ser útil y contribuir a los éxitos colectivos deben constituir motivaciones permanentes.

Los cubanos tenemos la suerte de recibir la luz de hombres enormes que han alimentado el alma de la nación a lo largo de la historia. Mi mente repasa, cual rollo de cine en blanco y negro, imágenes de Carlos Manuel de Céspedes dando la libertad a sus esclavos y llamándolos hermanos.

Veo a Fidel Castro junto al pueblo, con niños en los brazos o comiendo en una bandeja de aluminio con obreros…. Observo a Ernesto Che Guevara en un trabajo voluntario, en un campo de caña o en una industria… Y eso los hace más grandes, como a otros de este país inmenso.

Ojalá sus ejemplos nos guíen a todos verdaderamente. Los colectivos laborales, los compañeros de aula, los vecinos y familiares, la sociedad en general, son indispensables para alertar, guiar y jamás permitir que alguien viva en nubes imaginarias, mucho menos cuando, desde su posición, lacera la felicidad o armonía de otros.
Tomado de la ACN

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar

feed-image RSS