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El objetivo de la Ley Helms-Burton  siempre fue marcar el interés no solo de recuperar las propiedades, sino también realizar un extenso plan de privatización. Desde hace muchos años se manejan teorías peregrinas y delirantes, que moverían a risa si el asunto no fuese tan serio.

Con el  propósito de crear un ambiente muy nocivo sobre una supuesta “descapitalización” del país y así favorecer un aumento de la animosidad contra la Revolución, han propalado la infamia de que Cuba había sido una nación “casi desarrollada” en la década de los 50, durante la dictadura batistiana.

 

Por supuesto, en todo ese discurso se deja de lado la brutal presión que ejerce el bloqueo económico de Estados Unidos y la persecución que realiza en el sector financiero mediante multas millonarias a aquellos que se atreven a “traficar” con activos cubanos, lo cual complejiza nuestro desenvolvimiento económico.

 

Para refutar las  aseveraciones de esa prosperidad, que según algunos hacía de Cuba la tercera nación en desarrollo después de Estados Unidos y Canadá, solo bastaría mencionar los resultados de una investigación publicada en 1956 por el Departamento de Comercio estadounidense, donde se revela que, aparte de las empresas norteamericanas, el 94,2 por ciento  de las fábricas cubanas en aquel entonces tenían de cinco a 100 empleados, o sea, eran virtuales chinchales, y en todas ellas solamente trabajaban 200 ingenieros. Hoy hay complejos industriales cubanos que tienen en su plantilla muchos más que esa cifra.

 

También es una muestra la investigación censal realizada en Cuba en 1953, dirigida y coordinada por la Oficina del Censo de Estados Unidos,  donde solo 13 por ciento de las casas existentes podrían considerarse como buenas y,  como se edificaba donde la rentabilidad fuera la más elevada,  el 80 por ciento de las construcciones buenas fueron levantadas en La Habana, lo que llevó a un desequilibrio en el desarrollo urbano del país. Peor era  la segregación social y el inmenso abismo entre la ciudad y el campo.

 

Según esa fuente, 75,8 por ciento  de todas las viviendas rurales fueron clasificadas como malas o en ruinas, frente a un 30 por ciento de las viviendas en las ciudades y únicamente disponían de electricidad el  9,1 por ciento.

 

Por cierto, no se puede ignorar la denuncia que el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz hizo en su célebre alegato de defensa La historia me absolverá, en el juicio a los asaltantes del cuartel Moncada el 26 de julio de 1953:

 

“Tan grave o peor es la tragedia de la vivienda. Hay en Cuba 200 mil bohíos y chozas; 400 mil familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud, dos millones 200 mil personas de nuestra población urbana pagan alquileres que absorben entre un quinto y un tercio de sus ingresos, y dos millones de nuestra población rural y suburbana carecen de luz eléctrica.

 

“Aquí ocurre lo mismo si el Estado se propone rebajar los alquileres: los propietarios amenazan con paralizar todas las construcciones; si el Estado se abstiene, construyen mientras pueden percibir un tipo elevado de renta, después no colocan una piedra más aunque el resto de la población viva a la intemperie. Otro tanto hace el monopolio eléctrico: extiende las líneas hasta el punto donde pueda percibir una utilidad satisfactoria; a partir de allí no le importa que las personas vivan en las tinieblas por el resto de sus días. El Estado cruza sus brazos y el pueblo sigue sin casas y sin luz”.

 

El Programa del Moncada se cumplió a partir del establecimiento de la Ley de Reforma Urbana el 14 de octubre de 1960 que entregó las casas a sus inquilinos y pagó la compensación a sus antiguos propietarios, ya fueran nacionales o extranjeros, e incluso estableció pensiones vitalicias como indemnización a los afectados por esta Ley.

 

La obra de la Revolución en sus primeros años

 

A finales de 1991, cuando comenzó el Periodo Especial, publiqué en la prensa cubana un extenso artículo para refutar la imagen de un país en retroceso, pues en la década de los 80, Cuba virtualmente duplicó su capacidad industrial y desarrolló otras ramas tecnológicas, aunque su capital más importante lo constituye el talento de una fuerza laboral altamente calificada.

 

En cualquier análisis histórico, por encima de errores, habrá que ponderar la visión estratégica de Fidel  que  se consagró a impulsar las líneas esenciales del desarrollo, con énfasis en la ciencia y la técnica.

 

Esa Cuba “no próspera”  de que hablan los detractores, hizo crecer hasta el inicio del Período Especial 14 veces la base industrial para producir acero, seis veces la de cemento, cuatro la de níquel, 10 la de fertilizantes, cuatro la de refinación de petróleo (sin contar la nueva refinería de Cienfuegos), siete la producción textil y ocho la generación eléctrica.

 

El agua embalsada, de 29 millones de metros cúbicos en 1958, hoy llega a casi 10 mil millones (aumentó más de 300 veces), la capacidad de transportación marítima (que no da abasto) creció más de 20 veces, los medios hoteleros para el desarrollo del turismo se han multiplicado varias veces.

 

En 1959 los beneficios de la electricidad solo llegaba al 56 por ciento  de las familias cubanas y hoy se extiende casi el ciento por ciento  de los hogares, pese a que se duplicó la población.

 

Pero también se han creado ramas completas e industrias nuevas como la construcción de maquinarias, la mecánica, la electrónica, la producción de equipos médicos, la de materiales de construcción, la del vidrio, la cerámica, entre otras, a lo cual   se suman la industria farmacéutica y producciones vinculadas a la biotecnología, la ingeniería genética y otras ramas científicas que agrupan a más de 100 centros de investigaciones. En estos años se hicieron inversiones que acrecentaron y modernizaron las capacidades en las industrias alimentaria y ligera.

 

Y ni hablar del desarrollo del capital humano o de la obra social revolucionaria bastante cubierta, salvo en la vivienda, cuya filosofía política a lo largo de estos 60 años ha sido la de no dejar a nadie desamparado bajo ninguna circunstancia, como expresión de su humanismo, pese a todos los obstáculos y carencias.

 

Qué fuimos y qué somos puede medirse en hechos concretos como la mortalidad infantil de  4,0 por cada mil nacidos vivos,  la esperanza de vida de casi 80 años (la de las mujeres más alta que la de los hombres), los aseguramientos humanos y materiales de la educación, entre otros muchos indicadores que hablan de la justicia social revolucionaria.

 

Por eso aprecio en la estrategia yanqui igual interés porque devolvamos el país a los propietarios que son hoy ciudadanos norteamericanos, como por privatizar todo este patrimonio nacional creado por la Revolución.

 

La mafia habla también de “prosperidad” en oposición a nuestras carencias en el orden de la producción y consumo de alimentos, minimizando los efectos del criminal bloqueo, a la vez que soslayan los elementos de la distribución.

 

Es cierto que durante todos estos años hemos estado ante la evidente contradicción de los déficits productivos de alimentos, a partir de que no se ha logrado revertir en los resultados deseados, sobre todo, por la vía de los rendimientos, las inversiones en la agricultura. Pero la Isla en toda su historia sufrió la paradoja de que siendo un país eminentemente agrícola, siempre fue dependiente como gran importador de alimentos.

 

Cuba importaba en 1958 desde Estados Unidos el 55 por ciento  de los granos, el 33 por ciento  de las hortalizas, el 29 por ciento  de los cereales, el 88 por ciento  de las grasas, el 68 por ciento de las carnes curadas, el 63 por ciento de las conservas de carne, el 84 por ciento  de las conservas de frutas, el ciento por ciento  de los pescados secos y salados, el 90 por ciento  de las conservas de pescado, el 77 por ciento  de los dulces y confituras, y el 67 por ciento  de los chocolates y bombones, entre otros productos.

 

Para el cubano promedio, el hecho de que ahora los herederos de los batistianos no se cansen de hablar con añoranza de esa época es comprensible por la responsabilidad que tienen con aquel desastre nacional, pero que lo asuma casi 60 años después un presidente norteamericano, como lo acaba de hacer Trump,  es algo que cuando menos refuerza el sentimiento de que estaremos sometidos a una especie de cachumbambé  con este diferendo,  en dependencia de quién esté en el poder, porque  en Estados Unidos hay una clase política que sigue reforzando su objetivo de apoderarse de Cuba.

 

La gran moraleja es que Trump y su equipo vuelven de nuevo a mostrarnos que el litigio de los cubanos frente a las clases políticas conservadoras estadounidenses es lo mismo que ha estado en juego para todas las generaciones patrióticas en su constante lucha por la independencia frente al anexionismo.

 

Como escribí en aquel entonces, quieren asfixiarnos a toda costa y a cualquier costo para rendirnos, pero en defensa de la dignidad nacional, asumimos de nuevo el combate con la misma serenidad de nuestro Apóstol José Martí, quien en sus días de angustia, enfrentando el acoso y la injuria, fundió a su ánimo el espíritu de la vergüenza como respuesta a las ultrajantes claudicaciones: “La pobreza pasa, lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza suelen echar los hombres sobre sí”.

 

Tomado de la revista Bohemia

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