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El cuerpo humano puede estar unos 10 días sin consumir agua. De la comida se puede prescindir mucho más, entre cuatro y seis semanas, de hecho, una activista india lleva una década sin masticar alimentos, aunque sea obligada a asimilarlos por medio de un sonda, pero esa es otra historia.

El caso es que sin agua no podríamos sobrevivir. Sin ese líquido, de hecho, no existiéramos como especie, porque la vida, la que nos antecedió en sus formas y la que conocemos ahora, se originó en el mar.

Tampoco es el punto, pero es en lo que pienso mientras, como un ritual, recorro la casa en busca de salideros, de gotas escapándose de las llaves de derrame…, que la afectada mente de uno de mis seres queridos deja abiertas o cerradas a medias.

Y lo pienso porque desde el 22 de junio pasado, fue necesario espaciar los ciclos de entrega de agua en la ciudad por la depresión de nuestra principal fuente de abasto, la presa Faustino Pérez, una mole de cemento y metal que garantiza el agua que se consume en más del 70 por ciento de los hogares de la ciudad de Guantánamo.

En concreto, un contexto en el que ahorrar se viste de imperativo.

Ahorro en todos lados. Ahorro que, según la Real Academia de la Lengua Española, en su primera acepción, es reservar alguna parte del gasto ordinario.

Y eso debe afectarnos a todos. Desde los hogares, donde el mal estado de las instalaciones deja venas abiertas que van desangrando a nuestras fuentes de abasto, así sea poco a poco, hasta los grandes salideros y los desmedidos consumos de algunas entidades.

Los últimos, ahora mismo, tienen sobre sí todas las miradas. Y no por gusto. Un informe de la Delegación de Recursos Hidráulicos revela 16 entidades grandes consumidoras de agua que, en la práctica, usan hasta cinco veces más de lo establecido en sus planes.

Y lo que está establecido en sus estimados es realmente imponente. Solo para el Hospital provincial Agostinho Neto, el mayor consumidor de la provincia, se planificaron para mayo más de 31 mil metros cúbicos de agua que, en el consumo real, se incrementaron a casi 63 mil.

Para que se entienda, esas cifras de consumo implican que para satisfacer la demanda del hospital durante solo un día serían necesarios unos 500 viajes de pipa, varias veces los que hoy abastecen durante un mes a los más de 3 mil pobladores de Niceto Pérezafectados por la sequía.

Y a pesar de todo, no son los malos de la película o, por lo menos, no los únicos: sería una enajenación desconocer que en los últimos años las inversiones han beneficiado más a los servicios que a la infraestructura porque lo primero, cuando se dispone de poco, va para lo más urgente.

El problema es que cuando le sumamos a la situación del hospital, común a casi todos los grandes derrochadores, los salideros en la distribución, entonces la tela se va volviendo negra y el pespunte gris.

De hecho, hace unos pocos años, en Guantánamo se desperdiciaba por derrames casi la mitad del agua que se bombeaba en las presas, de modo que si la Faustino Pérez vertía mil 200 litros por segundo, la mitad era para “alimentar” el manto freático y los charcos.

Hoy, esa cifra se ha reducido considerablemente sobre todo con el mejoramiento de las grandes conductoras, pero no marcha igual en las redes de distribución internas –muchas con más de medio siglo de explotación- e intradomiciliarias.

Los problemas de las primeras saltan a la vista. Crombet y Oriente. Máximo Gómez y 9 Norte. Paseo entre Pedro A. Pérez y Calixto García. Pedro A. Pérez entre 5 y 6 Norte…

Las otras son más privadas, pero no más insignificantes. Miles de casas con algún tipo de derrame, miles de familias que, ante los altos precios de los herrajes, prefieren que “bote” un poco - en parte porque no importa cuánto gasten, para la mayoría la tarifa será la misma- .

Lo digo porque, sinceramente, no creo que solo sea un problema de quien consume más. A los efectos de los tiempos que vivimos, tanto daño hace la gota derrochada como el chorro, aunque el último sea varias veces la primera.

La cosa es ahorrar, y eso no puede hacerse sin invertir, sin arreglar, sin la conciencia de que usar racionalmente lo que tenemos es una garantía de permanencia y de futuro. Invertir, además, siempre, y no solo cuando la espada del desastre pende sobre nuestras cabezas.

En resumen: usar lo necesario y guardar, como dirían los viejos, pan –y agua- para mayo.