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yamilka

La mañana del pasado domingo 16 de agosto, en el área del carnaval del reparto Caribe, un joven llevaba del brazo a un niño al que le calculo no más de 12 años, que iba tambaleante, evidentemente borracho.Todo el que lo veía pasar hacía algún gesto de desaprobación y la misma pregunta, ¿dónde están sus padres?

El día anterior en igual escenario, un adulto le insistía una y otra vez a un pequeño, a todas luces su hijo, para que tomara cerveza, pero por suerte este se negó ante cada intento del persistente padre.

Ambos ejemplos me llevan a reflexionar sobre dos temas igual de importantes que se entrelazan, en los que se aprecia un relajamiento que motiva la alerta de especialistas, trabajadores sociales, funcionarios de atención a menores, por el peligro que acarrean: el consumo de sustancias tóxicas como el alcohol y el cigarro en edades tempranas y el poco control de la familia sobre los adolescentes y los niños.

Y es que, volviendo a los carnavales, era frecuente ver a menores de edad solos, deambulando a cualquier hora, sin la debida atención de un adulto que los supervisara, por lo que fácilmente podían incurrir en faltas de respeto, ser víctimas de maltratos, abusos o accidentes, tomar cerveza de manos de algún irresponsable y hasta terminar involucrados en la comisión de delitos.

Recuerdo que hace unos meses, una funcionaria del trabajo con menores, explicaba a los padres que asistimos a una reunión en la escuela de nuestros hijos, sobre la necesidad de elevar la fiscalización de los escolares, pues en recorridos nocturnos solían encontrar a muchos de ellos consumiendo alcohol, fumando o partícipes de otras conductas negativas y sus tutores estaban ajenos a tales comportamientos y a las actividades que realizaban fuera de la casa en esos horarios.

De ello se desprende que debemos ser más exigentes con el cuidado y la atención de los hijos, especialmente de los más pequeños en tanto son más vulnerables; la libertad que debemos darles, el espacio para que disfruten y se diviertan, requiere de control y vigilancia, para evitar dolores de cabezas que luego sean irremediables. Nos toca interesarnos por cómo invierten su tiempo, en qué y con quién.

No se concibe que los niños amanezcan en los carnavales o fiestas similares, ni solos, ni acompañados y mucho menos borrachos, expuestos al peligro de una intoxicación que les cueste la vida, en tanto no están preparados física ni mentalmente para beber y en medio de un ambiente que resulta agresivo para las edades tempranas.

Y qué decir de los padres que incitan a sus hijos al consumo del alcohol, con el pretexto de que son hombres, una conducta irresponsable que pone a los más jóvenes en riesgo de desarrollar alcoholismo y con ello enfrentar graves problemas de salud, dificultades con sus estudios, y en general, a deteriorarse socialmente.

Es cierto que la vorágine de los nuevos tiempos, el trabajo, el agotamiento, la apretada situación económica y la búsqueda de soluciones a los problemas materiales de nuestros propios hijos conlleva a que muchas familias se dispersen en esas funciones, no coincidan en horarios en la casa hasta la noche y se pierde de vista a los menores, pero hay que sacar el tiempo para ellos, esforzarnos porque se ocupen en nobles propósitos.

Por eso, es menester que ante la despreocupación o la poca percepción del peligro de los padres frente a estos problemas, se ejerza con más fuerza la Ley, y se reprenda a aquellos que descuidan la atención de los menores o adolescentes en casos como estos en que desandan solos por mucho tiempo, sin la vigilancia de nadie o a los que intentan forzarlos a prácticas nocivas como tomar alcohol, con la justificación de que es solo un traguito, entre otros fenómenos.

Y aunque Cuba es un país donde la infancia y la juventud son una prioridad del Estado y el Gobierno, una nación signataria de la Convención sobre los Derechos del Niño, y la legalidad haga lo suyo, no basta tampoco, hace falta que la familia, a pesar de las tensiones y la dinámica actual, desempeñe un papel más protagónico en la supervisión y control de sus más jóvenes miembros, en la transmisión de saludables hábitos de vida, por el bienestar y la seguridad de la sociedad en que convivimos, pero ante todo, por la de ellos mismos.