Imprimir

lilibet

En Guantánamo tenemos nuestro maleficio. Nuestro mal augurio de la mujer que un día vino a pedir ayuda a este pueblo y nadie le hizo caso porque estaban de fiesta, y lanzó su maldición. "Cada vez que haya parranda, vendrá con agua", dijo y así ha sido desde siempre, o desde entonces, si hacemos caso al cuento popular.

Pero yo insisto en que hay que revisar nuestra lista de ofensas..., "algo le hicimos a alguien y nos la está cobrando con todos estos sismos, uno tras otro, como si en realidad alguien nos quisiera mal, con rabia", me dice Erasmo y se muerde las uñas, que de tanto ir y venir de su boca no son más que mugre y carne.

Erasmo, que no se llama Erasmo pero me pidió serlo por esta vez por pura vergüenza, es un hombrón de aquellos que parecen no tenerle miedo a nada, aunque lo tiene. Yo también tengo miedo. Mis vecinos tienen miedo. Solo mi hija y mi abuela, de los que comparten mi techo, están ajenas a esa sensación de peligro.

Ahora mismo, los cuerpos de guardia seguro están a reventar de personas con miedo. Ya pasó todo, o por lo menos lo último, ya estamos en calma y quietos, pero el miedo se resiste a liberarnos el resuello, es una presencia en el pecho, en el temblor de las piernas, del cuerpo todo. Porque cuando tiembla afuera, también se estremece adentro.

Y tanto se estremece uno que se convierte en epicentro, y de pronto te empiezas a percatar de las vibraciones más pequeñas, y colocas vasos de agua para que las ondas te digan, porque después de una semana de temblores más o menos fuertes, después de una semana de salir para la calle a esperar, de saber que el grande está por llegar, y ojalá que llegue más temprano que tarde..., ya no es posible confiar en uno mismo.

Claro que no todos en Guantánamo viven con miedo. La televisión ayuda o no contribuye, según se mire. La televisión  habla de Santiago de Cuba. Los corresponsales hablan de Santiago de Cuba, como si la unión de las placas tectónicas de norteamérica y El Caribe no nos pasara cerca, como si no partiera en dos la ciudad de Guantánamo, el municipio de Caimanera.

Y eso que en Caimanera se sienten fuertes los sismos que ocurren en Santiago, en la zona de Berraco o Baconao, porque bien cerca le queda, y es una zona pantanosa, así que las ondas sísmicas andan a su aire, o a su tierra, sacudiéndolo todo.

Fue Caimanera, de hecho, el único sitio que reportó lesionados en aquel sismo del 2010, un niño al que una pared le cayó encima y le fracturó el brazo. El presidente Raúl Castro vino en aquella ocasión, y visitó al pequeño, y a la familia, y nos pidió calma al tiempo que su presencia sola apuntalaba más de una certeza.

Se dice solo Santiago y siempre hay un guantanamero que se cree que no es con él y se acuerda del sismo cuando tiembla, cuando siente de pronto que sus objetos cobran vida propia y vibran, a veces sobre sí mismos, como si jugaran a la suiza, y a veces dando tumbos de un lado al otro...

Decía el periodista Reynaldo Cedeño que los santiagueros tienen un doctorado en sismos. Yo quisiera, si pasara lo peor, poder decir lo mismo de los míos.

Pero no puedo. Y no es que no se sepa, es que no se siente. No se asimila. No estoy hablando de tener miedo, no, porque el miedo nos preserva hasta un punto pero si se vuelve demasiado te asfixia, te traba, te inmoviliza..., sino de percepción de riesgo, de entender que el sismo grande va a pasar, ahora o dentro de 5, 10 años, pero va a pasar.

Todos pensamos en resguardarnos cuando se nos viene encima un temblor, pero a la hora de construir nuestras casas lo hacemos al garete, y pensamos que somos unos "bárbaros" porque en vez de cuatro cabillas en la columna usamos tres y así podemos hacer la casa un poco más grande o gastar en lo mismo menos dinero.

Y esa falta de percepción de riesgo no es solo a nivel individual. Es verdad que es normal asustarse, pero la respuesta de un maestro ante la interrogante de un padre no puede ser "que está orientado mantener la calma y luego bajar a un sitio seguro..., pero a la hora de la verdad una hace "por lo que le dé": la respuesta ante un sismo debe entrenarse, una y otra vez, hasta que sea automática, hasta que ante el mínimo temblor o al más fuerte, cada cual sepa exactamente lo que tiene que hacer, y lo haga.

No puede ser porque en una situación como la que podemos vivir, la improvisación mata, la falta de conocimiento y de cultura para enfrentar un movimiento telúrico mata, la falta de previsión para tener a mano lo necesario -desde agua hasta las pastillas de la diabetes, de la presión, del corazón, el asma...-, mata también.

Se ha confundido el hecho de que no podemos predecir exactamente cuándo ocurrirá  un terremoto con la total indefensión ante estos fenómenos. "Para qué tanta lucha, si lo que va a pasar, pasará. No hay nada que hacer", es más o menos el pensamiento.

Cuando eso es mentira. Porque es cierto que no podemos precedir hora exacta, intensidad..., pero sí podemos prepararnos, sí podemos minimizar riesgos, sí podemos estar alertas, y tener un plan familiar para cuando ocurra, y ciertas garantías.

Eso, solo eso, hará la diferencia. Que tiemble, y que lo estemos esperando.