Imprimir

Las afirmaciones perdurables sirven también para hacer negaciones lúcidas. Al golpe de abanico que quebró el búcaro, en el célebre poema de Sully Prudhomme, un colega le encontró feliz empleo para negarlo en un reporte, al sustituirlo por la desidia como causa de la destrucción del guantanamero palacio de Creagh, nacido en los años 20 del siglo pasado y ya esfumado entre los cañaverales de Casiséis.

Igualmente, tampoco acepto sea “la mano más querida” autora de la remoción de un trozo de la R inicial del nombre del poeta que más y mejor le cantó a Guantánamo; ni del desclavado de los tornillos fijadores de una parte de las imágenes de la locomotora y de la portada del poemario Arabescos Mentales, ni de las manchas de pintura y rozaduras que, a poco menos de un trimestre de su inauguración, inician el arruinamiento del mural escultórico conmemorativo por los 145 años de la titulación como villa de Guantánamo.

Al claror del día, de la iluminación nocturna de siete lámparas, a la vista de los custodios del contiguo ferrocarril y de los frecuentes transeúntes, se le atizaron esas fisuras, frente a los muros lateral y trasero de la Escuela de Comercio, junto a las calles Pintó y Moncada, a esta representativa obra de 72 metros de largo y 4,5 de alto, averías tempraneras que acortan la durabilidad de cinco años prevista para el ensamblado de imágenes supergráficas de valor para la identidad local, realizadas en impresas en polivinilo sobre PCV.

mural

En su creación hay muchas manos. Ese relato gráfico del crecimiento de la ciudad, desde sus orígenes en El Saltadero hasta el presente, es obra concebida y realizada por el artista plástico Noel Manso, con aportaciones del también creador Daniel Orlando Núñez Juárez, del Historiador de la Ciudad José Sánchez Guerra, de otros del Consejo provincial de las Artes Plásticas (CPAP) y para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental (Codema).

Es una inversión de la Dirección municipal de Cultura -por lo tanto autoridad responsable de su defensa-, en la que hay intervención de trabajadores de Geocuba en la impresión, Industrias Locales en el montaje, la Eléctrica en la iluminación nocturna, y Comunales en la jardinería y otros detalles decorativos y de embellecimiento.

Aunque es la población la que estará todos los días contribuyendo a su cuidado y conservación, empoderada de la información y con el sentimiento del significado de los valores históricos, simbólicos, patrimoniales y de otra índole incluidos en el Mural Conmemorativo.

Sólo así, haciéndolo del dominio público a través de los medios de difusión masiva en el territorio, este relato entrañable en imágenes podrá llegar al menos, como está previsto, a asistir al cumpleaños 150 del otorgamiento del título de villa a Guantánamo, en el 2020, según insiste la arquitecta Zulma Ojeda Suárez, responsable del Grupo para el Desarrollo Integral de la Ciudad, entre los galardonados con la distinción Orgullo Guantanamero, en su primera entrega por la Asamblea municipal del Poder Popular, durante su sesión solemne por el aludido aniversario 145.

Para cumplir ese deber ciudadano de cuidado del Mural, como de la nueva Plaza 24 de Febrero, en sus cercanías, nadie debería exigir un cartel de anuncio de prohibiciones de lo que no se debe hacer ni de autorizaciones de lo que sí. Basta ver que se trata de una obra propia, nueva y engalanadora del ámbito citadino, para que la conciencia ciudadana llame a cada uno al cuidado de cada parte y a hacer lo que es su deber para mantenerla y mejorarla.

De otro modo, estas ahora señaladas como breves y tal vez para algunas personas todavía imperceptibles grietas podrían cumplir “su tenaz y secreta obra”, y, recordando el búcaro roto de Prudhomme, hasta el periodista habría de consentir lamentablemente con el poeta:

“la oculta lesión creciendo va; nadie su mal desconocido advierte; pero no lo toquéis: ¡roto está ya!”.

El Mural es una afirmación que merece perdurar. Su negación no debe ser siquiera intentada.