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atencion embarazada medicosFoto: Lorenzo Crespo Silveira

La enfermera va a mi casa. Regresa a la semana. Vuelve, un día por la tarde, y de nuevo no estoy, así que me deja una nota. No la hago dar vueltas por puro gusto, lo juro, simplemente todo se complica, me surgen citas como si supieran que tengo una anterior, concertada, y el universo quisiera estropearlas.

 

Quizás no el universo. Paulo Coelho hablaba del universo pero al contrario. Decía que cada persona tiene su leyenda personal y que si hace algo al respecto, para seguirla, el universo entero conspiraba para que siguiera en su empeño…., pero de que algo raro pasaba, eso seguro.

 

Por fin voy. Asisto al turno. Ese día, la enfermera de mi consultorio puede tachar mi nombre y cerrar un capítulo de sus estadísticas. La veo hacerlo, y sonríe. Ahora mismo, podría jurar que se le ve casi feliz, y me pregunto cómo el hecho de que una paciente indisciplinada complete una prueba que previene el cáncer cérvicouterino puede conmoverla hasta ese punto.

 

Alguien me dice que es un resultado de la política de prevención de la medicina cubana, y pudiera estar de acuerdo. En mis tres décadas de vida, no es la primera vez que me obligan a cuidarme la salud y no necesariamente ante enfermedades infecciosas que harían entendible tanta insistencia.

 

“Caerle atrás a la embarazadas, a los diabéticos, a los ancianos, a las madres con niños, a las que tienen atrasada la prueba citológica…, es parte de nuestro diario, torear a todo el mundo, porque si pasa algo, es nuestra responsabilidad”, me confirma lo que ya sé una doctora de la atención primaria.

 

Entiendo que un doctor, una enfermera…, deba hacer su trabajo, citar a quienes tienen asuntos pendientes, estudiar para cuidar la buena praxis, estar atento, hacer las visitas en el terreno pertinentes o programadas.

 

Lo que no entiendo, es por qué se sustituye de manera tan definitiva la responsabilidad individual por la presión institucional ejercida a través de los miles de trabajadores de ese sistema en el país, hasta las últimas consecuencias.

 

Por qué el Estado, que cumple su parte de garantizar acceso gratuito a los servicios de salud, que además los extiende hasta la última loma, y multiplica, especializa en los polos científicos, se echa encima, además, los deberes de la otra parte, la nuestra.

 

No digo que de pronto los médicos se olviden del barrio, dejen de recorrerlo, sentirlo –una medicina de consultorios, policlínicos y hospitales adentro es impensable a estas alturas-, porque además, siempre habrá quien necesite, puntualmente, que los lleven de la mano en su batalla particular por la salud.

 

Pero hacerlo con todos, y para todos, es innecesario, representa una carga más para nuestro ya sobresaturado personal sanitario y un tiempo restado a su superación profesional, desde mi perspectiva, lo prioritario si de brindar una mejor atención hablamos.

 

Tampoco creo justo que, legalmente, caiga sobre un médico la inconsciencia de un paciente. Delimitarlos, en sus responsabilidades, derechos y deberes, también contribuye a que cada cual entienda, y asuma, su papel.

 

Asumir, a fin de cuentas, la salud como un pacto entre tres, en el que cada cual pone su parte, única e insustituible: salud pública como institución, la sociedad como medio, y el paciente como sujeto necesitado y por tanto, presumiblemente activo.