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caricatura maltrato consumidor

Unas tras otras llegan las quejas a nuestra redacción sobre un tema al que la prensa dedica mares de tinta y papel.

Hablo de esa angustia que desencadena en malestar por un servicio o un producto, cuyos atributos nada tienen que ver con el derecho que tenemos a recibirlo bueno y que, sin duda, no se ha conquistado plenamente

Entonces, me acuerdo de los cientos de anuncios y eslogan que se adueñan de la propaganda en muchas unidades del comercio y la gastronomía, en los cuales, se dice, la calidad es el respeto al pueblo, y pienso también en lo irrespetados que somos cuando nos enfrentamos a la realidad concreta.

Y tampoco me sustraigo de más de un comentario de la gente que, sobre el picadillo (ese plato fuerte salvador de muchos, al que se le dedican millonarias cifras de dinero para garantizarlo), por ejemplo, arremete con frecuencia: “A veces llega demasiado ácido, con un olor fuerte, plagado de tendones y otros componentes que cuando terminas de limpiar, apenas queda qué comer”, dicen. Como igual alegan de la jamonada que esconde grandes pedazos de pellejo, lo que se traduce en menos cárnico para consumir.

O los dulces de harina que se expenden por doquier, amargos de tanto bicarbonato agregado, los tan llevados y traídos paquetes de galletas de 25 pesos, con muchísimas de ellas muy tostadas o quemadas y sin la debida cocción, y un largo etcétera de infortunios.

De nada valdrán los esfuerzos del Estado por sufragar y luego vender subsidiados, por ejemplo, esos productos de la libreta de abastecimiento si los responsables de velar por su elaboración con calidad no cumplen su función, o la desempeñan a medias y no exigen por que esos alimentos se hagan bien, por que la materia prima que lleva, incluida la importada a altos precios, no tomen el camino del robo, y que en la mesa de la gente se sirva una oferta con la dignidad que merece.

De los desvelos por garantizar en la provincia opciones extras de alimentación soy testigo, pero seguirá siendo cuestionable que un paquete de galletas siga vendiéndose con tantos defectos, cuando habrá que acudir a la clasificación manual si la tecnología no ayuda, para que todo el contenido sea igual de bueno y no haya que desechar ni una y con ello nuestro dinero, o que el dulce realmente lo sea y no nos remita a un medicamento para el estómago.

No se trata solo de llenar unidades comerciales de ofertas para la población, debemos lograr que la calidad de lo que se ofrece sea siempre la mejor y si bien existen limitaciones materiales que a veces obstaculizan ese propósito, en otras ocasiones están las condiciones para que sí lo sea.

Es como si se le dijera a la gente “confórmate con lo que hay” o “al menos hay eso”, lo demás parece ser secundario y ese pensamiento debe ser desterrado, a la calidad no debemos renunciar nunca y exigirla muestra, ante todo, respeto por nosotros mismos.