aparaticos moviles

Están en todas partes, llegan a nuestras vidas por su indiscutible utilidad, ya sea para uso personal o como parte casi indispensable de la existencia de quienes tenemos alrededor, desde el más encumbrado profesor universitario hasta la ama de casa que ingenia en la cocina con lo que llega a la bodega.

Vienen transfigurados lo mismo en un añejo Nokia que en un envidiable smartphone, en la computadora de mesa, la laptop o el tablet que encuentra cada día millones de dedos ávidos de ser deslizados sobre su superficie plana.

¡Y qué decir de Internet!, ya casi una deidad de estos tiempos
invocada para infinidad de peticiones: buscar información (la última), leer un libro, escuchar música o apreciar videos, comprar, vender, encontrar \"de todo como en botica\".

Los aparaticos, como suelen llamarles no pocas personas - quizás por la afectividad que supone el sufijo diminutivo “ico” -, han inundado la vida moderna.

Se ven tanto en una plaza de Madrid, como en el santiaguero reparto Chicharrones, en la guantanamera barriada de la Loma del Chivo, o en la casa del campesino de Mayarí al que le regalaron un celular, sin línea, pero utilizable para otras cosas.

Qué bueno saber que las tecnologías con sus bondades  -que no son pocas- llegan hasta los más diversos sitios para que el hombre acceda a esos saberes que con su extraordinaria capacidad ha logrado en tantos años de historia, para que se entretenga, encuentre amigos, y hasta el amor.

Pregúntenles a quienes han hallado su media naranja en  Facebook o al adolescente que, a poca distancia de la chica que le gusta, le confiesa por Zapya los sentimientos que nunca se ha atrevido a decirle a la cara.

Ante tales fenómenos, Cuba no está aislada, como tampoco está a sus lados oscuros.

Pienso entonces en el niño que casi siempre hace la tarea con lo  que dice Wikipedia y,  peor aún, en la maestra que lo felicita por haber entregado el trabajo “con muchos elementos” y “hecho en la computadora”, con impresión incluida.

Imagino al joven al que orientaron hacer una valoración sobre una obra literaria y enseguida planea pinchar en Google la fórmula “nombre de autor + título del libro”.

De mi mente no escapan el periodista que ya ha perdido la cuenta del tiempo que hace que no manosea un diccionario, porque cuando escribe en el ordenador puede evadir dudas dando clic derecho sobre la opción “Sinónimos”, ni el lingüista azorado con la sobreabundancia de abreviaturas para enviar mensajes.

Tampoco comprendo a aquellos que, aspirando insertarse en el mundo de la música, hacen una ensalada rítmica con una aplicación digital y luego dicen en un programa radial o televisivo que es música fusión, o mencionan cualquier otro género adjetivado con términos alusivos a lo electrónico.

Tal vez sean mis oídos, pero ¿dónde quedó la elaboración musical? ¿será acaso un capricho estético mío?

No olvido al muchacho al que una señora  -bastante mayor - le pedía que caminara un poco en la guagua para aprovechar el espacio, mientras el joven hacía caso omiso (porque no oía), y marcaba con el pie derecho el sonido que reproducían los audífonos.

Son solo algunos ejemplos, los aparaticos andan por doquier y cada día se perfeccionan en diminutos soportes que no superan el tamaño de nuestra mano, pero cual consuelo ante el deslumbramiento tecnológico de esta era, recuerdo ahora a dos chicos que, de “Buena Fe”, sentenciaron en una canción:

“Y a la luz, a la sombra, en el mar o a la tierra va desnuda la
vida/ porque el sentimiento no se puede clonar/ aunque sigan labrando el camino a la gente con tecnologías, seguiremos llorando como el Neanderthal”.

Soy también optimista, espero que los aparaticos no nos hagan olvidar las esencias inexistentes tras una pantalla táctil u otro sofisticado artilugio, esas esencias solo inspiradas por la humana capacidad de razonar, para bien propio y de los demás.

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