“Soy seropositivo, recibir la noticia me fue muy difícil”, confiesa este paciente a quien en lo adelante llamaremos Daniel.
Le diagnosticaron VIH hace 18 años. Era donante de sangre voluntario, y ante de uno de sus aportes los análisis salieron alterados. Su vida cambió totalmente.
El VIH apareció a principio de los años 80 y acabó con la vida de miles de personas. Durante mucho tiempo el miedo y desconocimiento alrededor de esta enfermedad de transmisión sexual conllevó a que los enfermos diagnosticados con la patología fueran discriminados. Entonces, para borrar el estigma, se asumió el primero de diciembre como Día Internacional de Lucha contra el Sida.
Daniel brinda su testimonio en un esfuerzo más por la prevención.
¿Daniel, cómo contrajiste el virus?
“Yo era promiscuo. Tenía una novia hoy y otra mañana. Como siempre, uno piensa que no le va a pasar nada malo, y no me protegí. Cuando me buscaron para hacerme la prueba de confirmación me impactó, pero que el resultado se ratificara fue mucho peor.
Mi vida cambió totalmente. En aquel entonces era más difícil vivir con VIH. La sociedad no lo aceptaba y era común sentirse rechazado.
Los primeros años fueron los peores, no recibía tratamiento porque era asintomático, hasta el 2002, cuando en un chequeo me salió que estaba empeorando, la carga viral me había subido y mis defensas bajaban, entonces comencé a ser tratado con retrovirales y a recibir consejería.
¿Cambió tu vida a partir de ese momento?
Sí, fue más estable. Empecé a investigar y estudiar sobre mi enfermedad, pues sabía que tendría que vivir con ella por el resto de mi vida. Así aprendí a cuidarme más y mejor, para eso los servicios de consejería de la provincia me ayudaron mucho.
Desde entonces siempre he tenido relaciones estables y con protección, hasta hace nueve años que conocí a la que hoy es mi esposa, que además, es una mujer sana.
Vivir con VIH habrá dejado cicatrices…
Muchas. Cuando me diagnosticaron el virus se me cerraron muchas puertas. Viví experiencias muy tristes de discriminación: con vecinos, en centros de trabajo, incluso en instituciones de salud.
En aquel entonces existía el Sistema de Atención Sanitaria, que la gente conocía como sanatorio, donde se internaba, a tiempo completo, a los pacientes seropositivos para darles tratamiento. Había que estar lejos de la familia, y eso hacía todo más difícil.
Fue una época muy dura, en la cual había que ser muy fuerte para sobreponerse a las injusticias y los maltratos que podían sucederte simplemente por ser portador del VIH.
Por suerte eso ha cambiado mucho y actualmente no existe tanta ignorancia, aunque siempre queda quien te recuerde los viejos y malos tiempos.
¿Cuál fue el proceso o cómo llegaste a aceptar el convivir con el VIH?
Principalmente gracias al apoyo incondicional de mi familia y mis amigos. Ellos me dieron la fuerza y determinación para seguir adelante y aceptar mi nueva realidad. También mi religión yoruba, la cual practico desde hace 15 años, fue un pilar que me sirvió de bastón para no caer y mi refugio en los momentos difíciles, tener fe en algo te ayuda mucho.
¿Qué planes tienes para el futuro?
Seguir viviendo tranquilo y lo más saludable posible. Aprender más sobre el Sida, porque cada día surgen terapias sobre esta enfermedad y tratar de ayudar a los nuevos casos diagnosticados con VIH en Guantánamo para que su inserción en la sociedad sea más fácil y no sufran lo que yo padecí.
Y por supuesto, seguir cooperando con la educación sexual de las personas, tanto sanas como seropositivas, para que piensen más en su salud y en la tranquilidad de sus familias que son quienes más lo sufren, y que sepan que con Sida se vive, pero una sexualidad responsable te dará una existencia más larga y feliz.