Me sonríe como solo puede hacerlo un hombre sano, aunque en realidad no lo sea. A sus 71 años, Winston Oslé Campdesuñer es sobreviviente de un infarto sorpresivo, "en un día en que tenía hasta razones para la alegría", en mayo de 2010.
Desde entonces, comenzó otra vida y el gimnasio de Rehabilitación cardiaca del Hospital General Dr. Agostinho Neto, en Guantánamo, donde nos encontramos, forma parte inseparable del nuevo Él. El viejo, reconoce, no tenía hábitos muy saludables: se ejercitaba un día o dos, y comía lo que aparecía.
"Llegué arrastrándome, cansado al punto de detenerme varias veces para descansar en un tramo cortísimo –desde la entrada del hospital hasta el área de la consulta de cardiología, en el segundo piso-, y ahora hago 15 minutos de trote, otros 15 de bicicleta, ocho de estera, igual tiempo en los escalones, 60 cuclillas y las mismas repeticiones de abdominales".
Mayo de 2010. Como si hubiera vuelto a nacer, me digo, y descubro que cada paciente que padeció un infarto atesora día, mes, año y circunstancias. "Se acuerdan porque es un momento en el que realmente pudieron morirse", tercia la cardióloga Varinia Montero, quien tendrá muchas más velas en esta historia.
Las historias, en el gimnasio, son muchas y justifican el marcado entusiasmo con que hombres y mujeres, casi todos en la medianía de la edad, asumen los ejercicios en equipos que tuvieron mejores tiempos, ante la mirada siempre curiosa de los paseantes.
Tienen nombres. Georgelina Fernández, tiene 58 años, un infarto el 20 de marzo de 2013 y tres stent coronarios posteriores para expandir sus arterias. Asume con seriedad su cambio de vida para bien propio y de su familia, algo que recuerda sobre todo a la hora de la cocina. Los ejercicios, tres veces a la semana. Se siente bien y varias personas, sin ponerse de acuerdo, dicen que se ve más joven.
También pueden responder al nombre de Noel Fernández, ser médico especialista en quemado y cirugía reconstructiva, y padecer una cardiopatía isquémica que lo obligó a someterse a una operación de revascularización, de la cual se recupera, en parte, gracias a la rehabilitación cardíaca. Del gimnasio, me dice, irá a su sala, y en la tarde, correrá dos kilómetros a buen paso.
Levántate..., y anda
Un infarto, asegura la especialista en segundo grado en Cardiología y Máster en Urgencias Médicas Varinia Montero, a cargo también del equipo que se dedica a la Rehabilitación cardiaca, es lo más cerca que se puede estar de la muerte, pero no hay enfermedad del corazón que no sea desgastante, terrible.
La buena noticia, me adelanta, es que un cambio sencillo en el estilo de vida reduce la posibilidad de padecer enfermedades cardiacas –de las cuales las más frecuentes son las cardiopatías isquémicas y, dentro de ellas, el infarto-, y entre los pacientes, la de muerte por esa causa.
Son elecciones cardiosaludables: hacer ejercicios, disminuir el consumo de sal, grasas, azúcar y alimentos industrializados, el control de la presión arterial y la glicemia; y de factores de riesgo que van desde la genética y la edad, al colesterol alto, la diabetes mellitus, el hábito de fumar, la obesidad y el sedentarismo.
"Como adultos, podemos introducir esas modificaciones, comer más vegetales, ejercitarnos regularmente al menos 30 minutos, tomarnos un jugo natural en vez de un refresco en lata..., y además inculcar eso en nuestros hijos, que crecen prefiriendo un helado a una ensalada de habichuelas", insiste.
"Es la esencia del Día Mundial del Corazón, que celebramos este jueves con un festival deportivo recreativo en el gimnasio biosaludable del reparto Caribe al que asistieron pacientes, casas de abuelos y profesores del Combinado Plaza".
Si llegara la enfermedad, además de los tratamientos farmacológicos y quirúrgicos, según el caso, la doctora pone sus esperanzas en el pequeño gimnasio que, me dice el licenciado en Cultura Física Rolando Carbonell, permanece lleno todas las mañanas de lunes a viernes.
En él, desde hace una década recae el control de los ejercicios, la intensidad. "Es un trabajo duro y de mucho estudio. A estas alturas, sé dar primeros auxilios, reconocer síntomas y qué conducta adoptar, si un paciente que se siente mal necesita ser llevado a una consulta o al cuerpo de guardia..., pero me gusta".
Tan difícil como reconfortante. "Uno llega a enamorarse de la Rehabilitación, insiste finalmente Varinia. Los cambios son milagrosos, ver cómo una persona como Winston, que no podía caminar prácticamente, pasado un tiempo es capaz de sentirse bien, de correr".
Winston, precisamente, es el protagonista del mejor chiste del mundo relacionado con la rehabilitación cardiaca, si los hubiera: cuenta el bonachón que un buen día se largó a correr tras una guagua delante de otra persona que entonces no logró distinguir hasta que, ya abordando el ómnibus y notablemente agotado, espetó ante la frescura del anciano: "Puro, ¿pero usted hace ejercicio, eh?".