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Jesús Menéndez Larrondo, líder de los trabajadores azucareros cubanos, el “General de las Cañas”, nació el 14 de diciembre de 1911, en el pueblo de Encrucijada, antigua provincia de Las Villas, en el seno de una familia de trabajadores descendientes de combatientes mambises.

Fue enemigo de las injusticias, e inició las luchas sindicales en defensa de los derechos de los trabajadores, primero en su comarca y luego en todo el país. Identificado desde muy temprano con la ideología comunista, llegó a convertirse, en poco tiempo, en el principal dirigente azucarero de Cuba, y líder de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros.

En solo siete años (de 1940 a 1947) logró arrancarle a la oligarquía dominante 631 millones de dólares a favor de los trabajadores de la industria azucarera. Sus conquistas más significativas fueron el Diferencial Azucarero, la Caja de Retiro Azucarero y la Cláusula de Garantía, beneficiosas para la economía cubana y para el ingreso familiar de los trabajadores. También logró el pago de horas extras, la elevación del salario a los trabajadores azucareros, su inclusión en el retiro, la higienización de los bateyes en los centrales y otras medidas de carácter social.

Con solo 37 años de edad, el 22 de enero de 1948, la traición y el crimen cegaron su vida, unaa de las más valiosas de este pueblo. Fue asesinado por el capitán de la Guardia Rural, Joaquín Casillas Lumpuy, bajo las órdenes del Gobierno estadounidense, ya que Jesús Menéndez ponía en peligro sus intereses en la Isla.

Aunque murió en Manzanillo hace 74 años, el militante comunista y combativo líder que, en la defensa de los intereses de los trabajadores azucareros atesoró una rica trayectoria revolucionaria, aún tiene mucho que hacer y aportar a la causa por la que entregó sus mayores energías, y hasta su vida, porque su legado pervive en todos los cubanos. Al cumplirse un aniversario más de su vil asesinato, los cubanos lo recordamos, porque fue un gran hombre, que supo interpretar la prédica martiana, y quiso y logró echar su suerte con los pobres de la tierra.

Se cumplió el fatal designio. Nicolás Guillén lo inmortalizó en su Elegía a Jesús Menéndez: “¿Quién vio caer a Jesús? Nadie lo viera, ni aun su asesino. Quedó en pie, rodeado de cañas insurrectas, de cañas coléricas (…) Jesús no está en el cielo, sino en la tierra; no demanda oraciones, sino lucha; no quiere sacerdotes, sino compañeros; no erige iglesias, sino sindicatos. Nadie lo podrá matar”.

El sepelio de Jesús Menéndez constituyó una impresionante demostración de duelo popular. Las ideas sociales y políticas por las que luchó y murió se confirman hoy en la obra de la Revolución cubana.

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