¡Hola, amigos de Contigo! Hay relatos que, generación tras generación, han sobrevivido en la memoria popular cubana. Las leyendas y mitos no solo nos cuentan historias fantásticas, también son un reflejo de cómo nuestra gente ha interpretado el mundo natural, los ríos, las cuevas y los misterios de la vida cotidiana.
En ese universo de leyendas, uno de los que más ha perdurado en la memoria popular es el güije o jigüe, personaje que el investigador Samuel Feijóo recoge con detalle en su libro Mitología cubana. A través de testimonios y relatos orales de distintas regiones del país, Feijóo muestra cómo este ser fantástico, mitad espíritu y mitad criatura del agua, se ha convertido en símbolo del folclor nacional y en una de las leyendas más representativas de nuestra cultura.
Entre cuentos y leyendas
El güije, o jigüe, es uno de los personajes más pintorescos de la mitología cubana. Se le describe como un ser pequeño, oscuro, de figura humana, que habita en los ríos, pocetas y cuevas. En la tradición popular es inquieto, juguetón y, a veces, malicioso. Forma parte del imaginario campesino desde hace siglos y ha dejado huellas en distintas regiones de la isla, donde su nombre y sus travesuras se recuerdan de maneras diversas.
En la provincia de Las Villas, por ejemplo, se cuentan historias de güijes que aparecen de noche en los ríos. Se les teme porque suelen asustar a los pescadores o a quienes se acercan a bañarse en los manantiales. Allí el mito conserva la idea de que el agua es su casa y de que nadie está del todo seguro si se aventura en sus dominios.
Más hacia el oriente cubano, los relatos sobre el güije se vuelven aún más vivos. Feijóo recoge la famosa historia del “güije de Tabajó”, en la que hombres de la zona, como Isidoro Gómez y Librado Suárez, narraron cómo lo enfrentaron a tiros en una cueva. Esa versión lo muestra no solo como un espíritu travieso, sino como una presencia tan fuerte que la gente se organizaba para combatirlo.
En otros lugares, como Camagüey y Ciego de Ávila, el güije es temido en las lagunas y cañadas. Algunos testimonios recogidos por Feijóo cuentan que allí no se le enfrentaba, sino que se buscaba evitarlo: la gente prefería rodear un río o aplazar una salida al campo si sospechaba que el güije rondaba por los alrededores.
También en la región de Matanzas aparecen leyendas de güijes ligados a cuevas. Estas versiones refuerzan su conexión con los espacios naturales más misteriosos, esos lugares donde la oscuridad y el agua invitan a imaginar seres ocultos. El mito, de esa forma, se ajusta al paisaje y a la vida diaria de cada zona del país, siempre rodeado de respeto y temor.
Lo interesante es que Feijóo no se limita a recoger las voces cubanas. Señala que el güije tiene “parientes” en otras tradiciones populares de América Latina: seres semejantes ligados a los ríos y manantiales. En Colombia se le conoce como el Ribiel, como Sacy en Brasil, Y-Póra en Paraguayo y Mohan en Colombia. Estos personajes comparten con el güije cubano la pequeñez, el carácter inquieto y su vínculo con el agua o con espacios naturales misteriosos.
Además, Feijóo establece una conexión con el trasgo europeo, un duende travieso de la tradición española. Esa relación muestra cómo el mito viajó, se transformó y terminó adaptándose al paisaje y la sensibilidad de los campesinos cubanos. De esa forma, el güije no es un ser aislado, sino parte de una gran familia de leyendas que, aunque cambian de nombre y de matices, expresan la misma idea: la presencia de lo sobrenatural en la naturaleza que rodea a las comunidades.
Ese recorrido muestra cómo el güije, más allá de ser una figura del folclor cubano, se inserta en una tradición cultural mucho más amplia. Cada país lo llama de manera distinta, pero en todos late la misma necesidad: explicar con un mito la fuerza y el misterio de la naturaleza. Contar sus historias, entonces, no solo es rescatar una parte de nuestra memoria popular, sino también reconocernos en la cultura compartida de la región.