¡Hola, amigos de Contigo! ¡Qué placer encontrarnos de nuevo! Hoy celebraremos el Día de las Madres, que en nuestro país aconteció este domingo.
Las madres son la fuente primaria de amor, el amor incondicional que nos guía y protege en todo momento. En su abrazo hallamos consuelo, en su sonrisa esperanza y en su amor el más preciado tesoro.
En esta ocasión, como regalo a las madres guantanameras, compartimos con ustedes un fragmento del libro Corazón, novela que narra las experiencias en la escuela de un niño llamado Enrique y sus relaciones con sus compañeros, del reconocido escritor italiano Edmundo de Amicis, con la esperanza de que lo disfruten.
Mi madre
Yo pensaba en tu madre cuando hace unos años, estando tú enfermo, pasó toda la noche inclinada sobre tu cama observando tu respiración, vertiendo lágrimas de angustia y temblando de miedo por creer que iba a perderte; yo temía que llegase a enloquecer de pena, y ante tal posibilidad experimenté cierta ojeriza hacia ti.
¡No ofendas nunca en lo más mínimo, ni siquiera con el pensamiento, a tu madre, que gustosamente daría un año de felicidad por evitarte una hora de dolor, que sería capaz de mendigar por ti y se dejaría matar por salvarte la vida!
(...) Considera también que te aguardan en la vida muchos días amargos, y el más triste de todos será aquél en que pierdas a tu madre. Cuando ya seas un hombre hecho y derecho y estés probado en toda clase de contrariedades, la invocarás mil veces, oprimido por el inmenso deseo de volver a oír su voz por un momento y verle abrir de nuevo sus brazos para arrojarte en ellos sollozando, como tierno niño carente de protección y de consuelo.
¡Cómo te acordarás entonces de todos los sinsabores que le hubieras ocasionado, y con qué remordimientos los irás expiando todos! No esperes tranquilidad en tu vida si hubieres entristecido a tu madre. Te arrepentirás, le pedirás perdón, venerarás su memoria, pero todo será inútil, pues la conciencia no te dejará vivir en paz; su bondadosa y dulce imagen tendrá siempre para ti una expresión de tristeza y de reconvención que torturará tu alma.
¡Mucho cuidado! Se trata del más sagrado de los afectos humanos. ¡Desgraciado del que lo pisotea! El asesino que respeta a su madre aun tiene algo de honrado y de noble en su corazón; el hombre más ilustre que la haga sufrir y la ofenda no será más que una vil criatura. Que no salga de tu boca jamás una palabra dura para la que te ha dado el ser. Y si alguna se te escapa, no sea el temor a tu padre, sino un impulso del alma lo que te haga arrojarte a sus pies, suplicándole que con el beso del perdón borre de tu frente la mancha de la ingratitud.