La actriz Virginia López Arnaud mereció recientemente el premio Guamo Honorífico, en reconocimiento de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en Guantánamo a sus cuantiosos aportes a la escena local, al quehacer comunitario y la formación de las noveles generaciones del territorio en cerca de 45 años como profesional.
La guantanamera quien además ostenta el Diploma Nicolás Guillén 2006 y el Premio Juglar Honorífico (2020) que otorgan la Uneac nacionalmente, sobresalió entre los tres nominados, sin embargo, para ella el mayor regalo ha sido saberse útil en estas décadas de trabajo en el teatro, así lo confiesa a Venceremos.
Todos los caminos van a las tablas
Virginia tiene el mérito de haber sido la primera actriz profesional graduada de la Escuela Nacional de Arte (ENA) en llegar a Guantánamo y con esa responsabilidad cargó toda su vida: debía contribuir a la profesionalización de la manifestación en el territorio y a ello se dedicaría en cuerpo y alma; en ese entonces, ya se había entregado por completo al teatro.
“Me enamoré de la actuación con mi madre, ella trabajó en filmes como Manuela, era aficionada, pero trabaja de corazón. Sus obras en el Teatro del Pueblo (hoy Guiñol) siempre me atrajeron y ella además me regalaba libros de dramaturgos como Henrik Johan Ibsen (autor de Casa de Muñecas) yo los disfrutaba muchísimo”, comenta Virginia al rememorar los primeros indicios de su pasión por los escenarios.
Según aclara, siempre fue algo tímida, de hecho aún lo es, solamente es totalmente desinhibida sobre el tabloncillo.
“Cuando estaba en el pre, vinieron a hacer captaciones para la ENA y yo tenía mis temores, hice las pruebas ¡y pasé! Entonces inicié los estudios en el año 1972 y fue un periodo difícil, sobre todo porque debía quedarme en La Habana y yo era muy apegada a la familia. De ese año mío fueron actores como Jorge Rían, Fernando Echeverría, Hilda Gilda Pérez y Carmen Fragoso.
Luego de terminar estudios Virginia se integró al grupo Escambray en 1976, esa experiencia para ella fue vital pues devino una suerte de academia para entender la responsabilidad tan grande que representa el trabajo actoral.
“Con el Escambray viví momentos inolvidables, participando en el Festival Mundial de Teatro de Caracas de 1978 y aprendiendo la importancia del trabajo comunitario para niños, niñas y adultos. Años después regresé a Guantánamo y me vinculé al Cabildo Teatral Guantánamo bajo la dirección del actor Raúl Pomares, quien me impulsó a dirigir mi primer espectáculo Hierro, declamar en una plaza gigantesca, impartir clases de actuación, canto, asesorar grupos…
“En 1980 me propusieron dirigir el Cabildo Teatral y posteriormente fui la especialista de teatro en el Consejo de las Artes Escénicas. En 1989 incluso representé artísticamente a Cuba en Polonia. Siempre traté de dar lo mejor donde estuviese, pero sin renunciar jamás a realizar mis obras teatrales, así surgieron múltiples creaciones como El Macho y el Guanajo y El Retablo de las Maravillas, presentadas la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa.
Después del Cabildo, la ya experimentada artista se unió a Ury Rodríguez, un pequeño a quien admiraba desde niño cuando le vio actuar en una obra de aficionados. De la unión de ambos creadores surgió el grupo Cabiosile, devenido luego Teatro Rostro que incluyó el arte de la animación de títeres.
“Con Ury la empatía fue casi instantánea, nos separamos del Cabildo porque queríamos probar nuevas técnicas, alejadas del teatro de relaciones que solíamos hacer. Juntos conformamos la Compañía de teatro Dramático Campanario y en 2010 creamos el proyecto La Barca, una apuesta por la narración oral como forma distinta de hacer en nuestro actual contexto.
“También con Ury protagonicé el proyecto Laboratorio que llevó la obra Guajiro a los cuatro los vientos a una zona de difícil acceso no electrificada, y que contó con la colaboración de la antropóloga norteamericana Laura Freddy”.
La participación en eventos nacionales como el Festival de Narración Oral Palabra Viva, de Las Tunas, y la Fiesta Iberoamericana, en Holguín, dieron fe más adelante de la trascendencia de la actriz local y nacionalmente.
Merecida recompensa
Virginia es directora general, filóloga graduada de la Universidad de Oriente, miembro de la Uneac. Ha representado a los teatristas cubanos en Panamá, Martinica, Guadalupe, en la pantalla grande y la televisión. De hecho muchos la ven aún como la Abuelita Mirta, que salía en la revista del Mediodía del Telecentro Solvisión.
Profesora de actuación e interpretación de cantantes, pedagoga en la Escuela de Instructores de Arte, tallerista sobre Narración Oral, López Arnaud constituye hoy referente en la creación escénica guantanamera, en especial por ese activismo que demuestra siempre, ese deseo incesante de innovar, desafiando las adversidades de estos casi 45 años de labor para y por Guantánamo, que deberá congratularla siempre por ser sencillamente ella.