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olgaOlga, la incansable promotora cultural. La conocí en busca de historias de vida, desde entonces no logro sacarla de mi cabeza, cuesta creer que existe una persona con tamaña sensibilidad y empatía. Olga Denia Pelegrín Orduño ha sido, por mucho, de mis más interesantes entrevistadas. Mujer espléndida.

Olguita, como le dicen los muchos, vive en el 3 Norte entre Máximo Gómez y Martí, en la ciudad de Guantánamo, en una casita sencilla, en construcción (desde hace años). Allí ha sudado la vida para hacerse de un hogar ¡y como le falta! Pero ella luce radiante, de hecho, al ver llegar a la prensa (así nos dicen a veces) engalana la salita que tiene y alerta:

“Voy a preparar un jugo. Ojalá me hubieses avisado antes, para hacer merienda, almuerzo, comida ¡¿qué sé yo?! Algo para celebrar esta sorpresa”.

Nunca antes la había visto -aclaro- pero es tan jaranera que le sigo el juego y le aseguro que la próxima vez hasta bailará y brindaremos, con lo que sea, pero por ahora, vamos a conversar.

Olga usa un atuendo hermoso, delicado, colorido, a través de él se percibe su delgadez. Llegué a pesar 120 libras -me comenta la guajira de las serranías, sí porque proviene del campo, del Valle de Caujerí, en San Antonio del Sur, de donde salió niña, pero jamás olvida ni desdeña ese origen humilde.

¿Ya bailaba usted? ¿En el Valle? -pregunto a esta instructora de danza, y aclara que no, que era una bebé entonces. “Siempre fui aficionada al arte -explica la interpelada sentada frente a mí- incluso integré una brigada local que recorría los campamentos y centrales azucareros para promover la cultura.

“En los 80 me enteré de que iban a abrir un curso emergente de instructores de arte y me incorporé de inmediato. En esa época entraron las colegas Sinorka Valdivieso, Nilda Ramírez, Mirlania Rodríguez, Miriam Montalvo, Orvis Morgan (de Los Cossiá), y otros valiosos compañeros, que cumplen misiones extraordinarias casi desde el anonimato.

“Me gradué en el 82 como segundo mejor expediente de la provincia. Por eso me dejaron en la ciudad, específicamente en la escuela Conrado Benítez, donde trabajé 14 años. Luego pasé a colaborar con el Ministerio del Interior, estuve en la Brigada de La Frontera Orden Antonio Maceo seis años, incluso en un contingente agrícola, que casi me cuesta el matrimonio…

¿Cómo así? -interrumpo.

“Es que no paraba en la casa, estaba una semana fuera y pocos días dándole calor al hogar. Mientras estuve en la Brigada trabajaba en el campo por la mañana y en la noche difundía la cultura entre los obreros y la comunidad. Aquel fue un llamado de Fidel Castro, de la Revolución, y ellos están para mí primero que todo” -sonríe y continúa la historia.

“También cumplí misión en Venezuela, en La zona roja, así le decían porque constantemente había tiroteos y violencia. En varias ocasiones me dediqué a tapar huecos de bala en la pared, ¡¿quién dijo que iba a ir tan lejos a montar solo piezas de danza?! Fui, incluso, alfabetizadora y tengo el diploma de destacada en la Misión Robinson II, ¡te mostraré!- detiene la charla para buscar el manojo de papeles- Tengo más de 100 reconocimientos aquí”.

Reviso un documento con más de diez páginas, su currículum. Hay fotos, largas listas de estímulos, nombres de obras armadas por ella. “Ay, he hablado mucho, tú me indicas cuando debo parar, es que realmente estoy orgullosa de mi trabajo, y casi ni te platico de aquello que se ha vuelto parte imprescindible de mí, el trabajo cultural en las prisiones.

Ah sí, usted lleva más de 30 años como instructora de arte en el sistema penitenciario -le comento a modo de pie forzado.

“Son 32 -aclara- y ahora que lo pienso ¡cómo pasa el tiempo! Tengo 62 años (susurra). Pero volviendo a lo que hablábamos, cuando me propusieron la idea de atender artísticamente a reos, aquello me tomó de sorpresa. ¿Qué fue lo primero que hice? Un diagnóstico, para conocer la personalidad de aquellos con quienes iba a trabajar y ver cómo me las arreglaría para motivarlos.

“Óigame y qué felicidad la mía, porque con mis técnicas logré reeducar en valores a hombres y mujeres que a veces la sociedad da por perdidos -Olguita me mira, no suelo ser incrédulo, pero…- A ver, te explico:

“Lo mío es Batalla de Ideas, cuando sé que alguien está deprimido o indisciplinado, monto mi grupo y los pongo a todos a cantar, bailar, declamar y yo con ellos. Sudamos, reímos, lloramos si hay que llorar, pero cuando terminan conmigo ya los problemas están en segundo plano y les pongo tarea, un poema sobre Fidel Castro, una canción, algo que los haga sentirse valorados”.

“También promuevo el intercambio entre reos, civiles (familiares) y oficiales, eso favorece la armonía y contribuye a la formación del hombre. Claro que no hago todo sola, somos un equipo encargado del proyecto Vivir tiene sentido, soy la única instructora de arte, pero me acompañan los lideres espontáneos de allí, que dominan la pintura, la escritura, la música y juntos armamos la fiesta.

“Soy feliz, defiendo mi historia, las tradiciones a través de la danza, hago lo que amo, tengo dos hijos que adoro, aunque ahora mismo vivo sola”, repite mi interlocutora, mientras anoto el nombre de los cuatro grupos de aficionados creados por ella en prisiones, y hasta hay uno de oficiales: Imagen, que ha ganado cinco veces el Gran Premio en Festivales Nacionales del Ministerio del Interior.

Por la obra incansable de esta fémina, en 2020 se le propuso la Réplica del Machete de Máximo Gómez, pero la COVID-19 lo impidió. Ese hubiese sido el máximo lauro otorgado a Olga Denia Pelegrín Orduño, que no es vanguardia nacional, ni ostenta ninguna medalla, ni el sello de la ciudad, ni La Fama, solo el agradecimiento de todos a quienes ha servido.

“A veces me detienen en la parada. ¡Vivir tiene sentido! gritan y sé que los conozco, ahí entiendo por qué no me quiero retirar, primero porque no tengo relevo acá (si me voy alguien debe mantener vivo este trabajo) y segundo, pues he sido muy activa, mi espíritu puede dar más. Oye, yo todavía toco el silbato a las nueve de la noche para que el vecindario aplauda a los médicos. Además, si el Comandante en Jefe nunca se retiró, ¿por qué voy a hacerlo yo?”