Alicia Álvarez Nápoles esperaba impaciente la Feria Internacional del Libro en Guantánamo, por eso del 26 al 29 de mayo fue de las primeras en tomar la calle Pedro A Pérez entre Prado y Emilio Giró en busca de la literatura de su preferencia y también la de sus amigos.
“Vine el jueves y compré todo lo que pude, pero igual volví para verificar que nada se me escapara. Lamentablemente había pocos textos, sagas como Las crónicas de Narnia estaban incompletas (sacaron solo la tercera), además existía una irrisoria disparidad de precios, textos clásicos como Frankenstein eran muy baratos (20 pesos) y los de colorear costaban 25, cuando debiera ser menos y más si tenían pocas hojas” afirma Álvarez Nápoles.
Como Alicia, Geovanys Reyes Mendoza no se perdió un instante del regreso de la Feria guantanamera, tras dos intensos años de pandemia.
“Para los niños y adolescentes he visto una variedad de ofertas que creía no sería posible. Incluso vi libros que en otras ediciones del evento no había encontrado, de Miguel Barnet, de Oscar Wild...”, detalla Geovanys.
El capítulo XXX de la Feria Internacional de Libro sin dudas ha suscitado disímiles criterios, sobre todo añoranza para quien está acostumbrado a encontrar no solo en el día, sino también en la noche, actividades colaterales más allá de la literatura... conciertos o actuaciones de los artistas en el parque José Martí, la plaza 11 de Abril y la Casa de la Cultura, por ejemplo.
Vale reconocer que en esas jornadas se realizó el evento Nivio Fernádez, el Bolereando, el espacio Primeras Notas de la Enseñanza Artística, proyecciones cinematográficas, puestas teatrales y un concierto de música electrónica y poesía, a cargo de la Asociación Hermanos Saiz, pero se pudo hacer más.
La escasez de novedades, la ínfima cantidad de ejemplares de El Principito o La Edad de Oro (disponibles con una edición de lujo, hermosa, en la carpa de Artex, pero a cuenta gotas según manifestaron lectores como Máximo Verus Félix), y también la falta de gestión de venta de algunas libreras, que se limitaban al canjeo de libros por dinero (algo que no es nuevo), menoscabó la calidad del más importante momento de las editoriales cubanas.
Asimismo, se extrañó la presencia de México en Guantánamo, apenas representada el día 26, en el coloquio México, Historia y Cultura, desde el Centro de Superación para la Cultura. Algo increíble teniendo aquí un programa radial como Bajo el cielo de México, dedicado exclusivamente a ese país hace décadas.
Sería injusto pintar solo de gris un evento que tuvo muchas otras virtudes, en primer lugar porque sí logró cierta movilización popular durante las cuatro jornadas que se extendió. Además, organizó un programa teórico y de presentaciones de libros, realmente plausible y coherente con los fines y las dedicatorias de la Feria: el panel sobre Carilda Oliver, el Indio Naborí, Cecilia Valdés, Ismaelillo, pero también sobre el historiador Luis Figueras, como uno de los homenajeados a nivel local, así lo demostraron.
La presencia del crítico teatral, ensayista, profesor, editor y director de la Biblioteca Nacional de Cuba, Omar Valiño fue otra fortaleza de la Feria, sobre todo para dialogar cobre los retos del sistema de bibliotecas en el país, conocer más de las publicaciones de teatro, aún insuficientes en el Alto Oriente Cubano; acercarnos a la crítica como elemento vital para el arte y nutrirnos de la sapiencia de uno de los intelectuales más reconocidos del archipiélago.
Habría que significar la invitación del tunero Raúl Leyva Pupo, decimista y un peculiar defensor del legado de Indio Naborí (a cuyo centenario de natalicio se dedica la Feria).
Pese a todos los contratiempos y pasados estos días, se impone agradecer que sí, que hubo Feria del Libro en Guantánamo, que nuestros autores locales, poetas, novelistas, decimistas, historiadores fueron por mucho protagonistas de intensas y meritorias jornadas de diálogo directo con el pueblo en escuelas, penitenciarías, las universidades, centros laborales...
Signifíquese la gestión de los trabajadores de los Joven Club de Computación, con ofertas de libros en digital, Artex con ventas de manuscritos, pero también de suvenires, café, postales... y claro está hay que reconocer la labor del Centro provincial de Libro y la Literatura, que sorteando las carencias materiales y pese a las falencias humanas, logró consumar esta fiesta del libro y la lectura para beneplácito de muchos que por largo tiempo la habían esperado.