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1 PaulaPaula Villalón, una de las defensoras del bolero como forma de sanación.

Miénteme, decía la joven al compás de la letra de Lucho Gatica, mientras a su lado el amante le susurraba promesas de amor. ¡Bésame, bésame mucho! gritaban los ojos desaforados de la chica, cegada de pasión.

 

Ella, divorciada hace unos meses; él, trotamundos de los que mejor sabe engatusar, nunca más volverían a encontrarse, pero ese instante de exaltación quedaría grabado en sus mentes, como aquellas canciones idílicas que en la noche hicieron suyas a viva voz: Sabor a mí, Qué sabes tú, Veinte años

 

¡Quién niega que la música haya sido el mayor testigo de los amores, desamores, engaños… de todos los tiempos! Incluso hoy, hay quien prefiere declarar su afecto hacia los otros con las grafías de algún compositor.

 

De los géneros que se prestan para ese tipo de confidencias es, quizás, el bolero el que más y mejor sirve a los fines de los amantes (los imposibles y perdidos), para reflejar los celos, las traiciones, las incomprensiones, los odios reprimidos y las reconciliaciones, todo tiene cabida en esa música, nacida en Cuba y adoptada en varios lares de América Latina, donde hoy se aspira a otorgarle el título de Patrimonio de la Humanidad.

 

Boleristas guantanameros

 

El bolero nació a mediados del siglo XIX, de la mano del cantautor Pepe Sánchez en Santiago de Cuba, acompañado por la guitarra y la percusión. Entre cantinas, peñas y serenatas su temática romántica lo hizo aceptable para muchos; la aparición de nuevas tecnologías como la radio y las grabaciones favorecieron la difusión por doquier, y la tierra del Guaso no fue la excepción.

 

Dice el musicólogo José Cuenca Sosa que la presencia del bolero aquí se remonta casi al propio inicio del género, de la mano de veteranos trovadores como Benito Odio, cuyo nombre prestigia la actual Casa de la trova.

 

“Además hubo grandes compositores locales: Rafael Inciarte y Luis Morlote; el célebre pianista Lilí Martínez, de ellos son temas como Nos estamos alejando, Eso sí se llama querer, Todo lo tengo ya… que están en el repertorio de artistas y agrupaciones a nivel nacional.

 

“Los intelectuales Angelina Kerr y Pedro Caverdós, también se dedicaron a escribir canciones de ese tipo y de hecho, Angelina se ganó casi a finales del siglo XX, con el tema De nuevo aquí, el primer Premio del Concurso Nacional del creador musical, el evento más importante de los creadores en Cuba que existía antes del Adolfo Guzmán”, rememora el investigador.

 

Cuenca Sosa explica que de esta provincia surgieron grandes intérpretes, quienes salieron al mundo en busca de otros escenarios y alcanzaron fama internacional. Es el caso de Bertha Dupuy, natural de Jamaica, Manuel Tames, que en 1960 fue escogida por la prensa especializada como la Mejor cancionera del país. Su éxito Total, de la autoría de Ricardo García Perdomo, aún resuena en las arenas foráneas.

 

Guantánamo supo hacer suyo el género, precisamente por el lenguaje universal que posee y su ductilidad al empastar con otros géneros como el son, tal es el caso de Lágrimas negras, de Miguel Matamoros, pero hubo de todo: bolero mambo, bolero-jazz, bolero-cha, blues, feelling, y su relación con la trova es indiscutible. Recordemos a Sindo Garay con su clásico La tarde, y temas de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés… Hasta influyó notablemente en la bachata”, significa Cuenca.

2 NoelNoel Nicot, bolerista confeso, también compone e, incluso, uno de sus temas figuró en un álbum grabado y lanzado en Alemania.

Tradición que pervive

 

Dicen que todo solista o, al menos, buena parte de ellos en Cuba, lleva al escenario alguna vez un bolero, el hecho es que como música romántica y cubanísima, no envejeció, evolucionó, se adaptó y se multiplicó.

 

En Guantánamo hay nombres imprescindibles a la hora de hablar del tema: Lina Zamora, Noel Nicot, Eddie Chararán, Isvia Aledanis, Paula Villalón, e incluso Iván Quindós, como máximo representante del movimiento de tríos que han defendido mucho ese peculiar canto.

 

De los cantores, Félix Noel Nicot Casamayor admite que desde pequeño sintió crecer en sí el alma de bolerista. “Apenas tenía algún centavo, iba corriendo hasta la victrola de San Lino y Carretera para escuchar, al menos, cinco boleros.

 

“En 1974 comencé a cantar profesionalmente, y prefería defender temas de autores guantanameros: No te puedo olvidar, de Caverdós; De nuevo aquí, de Angelina Kerr… en aquel tiempo el reparto Santa María poseía instalaciones como Bayatiquirí y el Hanoi, que priorizaban en su programación ese estilo, y las personas acudían masivamente.

 

“También había entre la población cultura general de apreciación de la música romántica: el Nevada, el Kumora, el piano bar… eran sitios para cantar, oír y disfrutar en pareja al ritmo de blues, jazz, feelling, y claro que el bolero jamás faltó. Esos sitios hoy perdieron su esencia, los administrativos prefirieron empezar a reproducir temas grabados y no pagar a cantantes en vivo; ahora apenas tenemos un espacio en la Casa de la trova, donde a las 8:00 pm con el colega Israel Soria rememoramos los viejos tiempos”, lamenta Nicot Casamayor.

 

Noel Nicot asegura que, a la par, la visibilidad del género ha disminuido mucho, en la TV y la radio; cuando se habla de él sobresalen nombres como César Portillo de la Luz, Bola de Nieve, José Antonio Méndez, Elena Burke, Omara Portuondo… pero hasta Nat King Cole “bebió” del bolero. Toda esta historia pasada es muy rica y se puede contar más y mejor.

 

Por suerte, en Guantánamo existen espacios ganados, sostenidos en el tiempo que afianzan a públicos de todas las edades y contribuyen a ponderar en el gusto, la preferencia por el bolero, y transmitirlo generacionalmente. Ejemplo de ello es el Bolereando, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en la provincia, impulsado hace más de tres décadas por la versátil cantante Paula Villalón.

 

“Es un privilegio para el territorio tener una audiencia fiel que sigue a los artistas que, en su repertorio, cultivan el bolero. El patio de la Uneac cada tercer sábado se llena y tratamos siempre de convidar a otros intérpretes e instrumentistas para ganar aliados en la difícil tarea de preservar lo originario.

 

“Con el Bolereando confirmé que existe un movimiento de aficionados jóvenes que en sus competencias y concursos cantan boleros, con nuevos bríos y mezclas, pero mantienen vivo el género; por eso creo que nunca morirá, porque esas historias humanas que narra, rodeadas de sentimientos, recuerdos buenos o malos, conectan con la sociedad, con la humanidad”, agrega Villalón.

 

El bolero es poesía cantada. Dice Paula que “esa armonía que logra entre la buena música, la melodía y la letra, es meritorio de resaltar y defender. Debemos ganar otros escenarios o recuperar los viejos: las serenatas en la calle, los bares, el café cantante, u otros sitios más íntimos.

 

“En Guantánamo hemos luchado y mantenido el bolero, incluso con una producción moderna activa. Tenemos autores como Alba Babastro y Edgar Vero, guantanamero residente en La Habana, entre otros muchos que me proponen temas que oigo, sigo y selecciono para llevar a escena y transmitir ese sentimiento del escriba; eso es primordial para un buen bolerista, comunicar con su voz el mensaje de cada obra musical”, afirma.

 

Cuestiones pendientes

 

En 2021 el bolero fue declarado Patrimonio inmaterial de la nación cubana. Hay quien considera que hace mucho tiempo lo era, pero ya se oficializó y ello implica mayor compromiso con este elemento típico de la mayor de las Antillas.

 

Justo cuando asistimos a una demoledora oleada de colonización cultural, que impone patrones e ideologías ajenas, basadas en el consumismo, el mercantilismo y otros elementos vacíos, carentes de espíritu, resulta un aliciente para los hombres y mujeres de este terruño, contar con recursos propios consolidados por la tradición, sin embargo, de cara al futuro se necesita mayor esfuerzo para la perdurabilidad de este símbolo de nuestra cubanía.

 

La enseñanza artística debe acercarse más a estas expresiones de la música popular e integrarlas a los programas docentes, pues si bien hubo maestros como Adalberto Álvarez, Joaquín Betancourt y Conrado Monier que contribuyeron a la toma de conciencia al respecto, aún falta incorporar esos contenidos de forma orgánica al corpus metodológico de nuestras escuelas.

 

Si somos una potencia en la música popular, ¿por qué dejar a la espontaneidad o acciones esporádicas el fomento de géneros como el bolero? También hay que romper esos dañinos patrones que definen a buena parte de la música cubana de antes, como “recuerdos del ayer”, por eso los jóvenes la ven como vieja, sin atractivo. La música no tiene edad, es buena o mala.

 

Los investigadores de la manifestación abogan, igualmente, por realizar con sistematicidad y profundidad los estudios de públicos, de gustos y preferencias, para planificar programaciones, eventos u otras acciones promocionales, en distintos soportes, y comprobar que sean efectivos.

 

De nada valen los esfuerzos del Estado o de un grupo de especialistas y cultores por defender lo autóctono, si no se sensibiliza al pueblo. Debemos tocar el alma, las fibras sensibles del ser humano y cautivarlo, como hicieron los boleristas de antaño.