La escultura de Enriqueta Favez se encuentra ubicada en el bulevar de Aguilera, específicamente entre las calles Los Maceo y Calixto García.
Los últimos rayos del sol se desparraman Aguilera abajo, hasta su rostro. El doctor Enrique Favez -nacido Henriette, en Lausana, Suiza, en 1791- lleva apuro, se adivina en la expresión recia, en el maletín a punto de oscilar, en la mano casi posada sobre la espalda de bronce, por estos días llena de flores.
Las primeras, las ha colocado el embajador de Suiza en Cuba, Excelentísimo Señor Stefano Vescovi, diplomáticos, Markus Glatz, representante de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, Jorge Núñez, presidente de la Unión de Escritores y Artistas (Uneac) en Guantánamo, y el autor de la obra, José Manuel Villa Soberón, Premio Nacional de Artes Plásticas 2008 y merecedor, horas antes, del Cemí de Gran Tierra, símbolo de la provincia.
Siguen otros directivos provinciales del Partido y el Gobierno, y enseguida el pueblo, hombres, mujeres, niños que colocan las flores donde pueden, en el maletín, a los pies de la mujer vestida como perfecto caballero, se hacen fotos, sonríen, ajenos a la carrera imaginaria, a los mundos recorridos y por recorrer de Enriqueta.
Un largo y tormentoso camino la trajo hasta estos lares. “Lausana, París, Alemania, Rusia, España, Guadalupe, Cuba, México y, finalmente, Nueva Orleans”, enumera el embajador sobre esta mujer “que es suiza, pero fundamentalmente una ciudadana de aquí”.
“Fue de esta tierra, fue el doctor Enrique Favez, que puso sus conocimientos para salvar vidas y ayudar a los necesitados. Enseñó a leer y escribir a libertos y esclavos. Pero tuvo que hacerlo tras aquel traje de hombre, la juzgaron por ello, le hicieron creer que era un insulto a la sociedad y la castigaron también por amar a otra mujer”, siguió Vescovi.
Las palabras abrieron, el propio día 29 de septiembre, las puertas a la exposición itinerante Entre los géneros y los mundos, expuesta en la galería La Celosía, de la Uneac, con curaduría de Neida Peñalver, del Museo Biblioteca Servando Cabrera, y el Museo Cantonal de Arqueología e Historia de la Universidad de Ginebra.
Es una ruta por sus mundos. Desde la chica de 15 años casada con un oficial francés, viuda solo tres años después, estudiante de Medicina en la Sorbona ya con una identidad masculina, cirujano del ejército francés durante las Guerras Napoléonicas, y médico en Cuba, esposo de Juana de León, guantanamera y mestiza; descubierta y juzgada por “usar ropa de hombre”, exiliada a Nueva Orleans como sor Magdalena en una congregación religiosa, médico siempre, hasta su muerte en 1856.
La exposición, que contiene una versión más pequeña de las estatuas que ya “caminan” por la Alameda de Paula, en La Habana, y el bulevar de Aguilera de Guantánamo, es un repaso de representaciones, hechos, cartas, documentos del proceso legal que enfrentó en La Habana, recopilados por el historiador Dr. Julio César González Pagés, autor de Por andar vestida de hombre.
“Es historia de Suiza, de Cuba, de las mujeres. Es feminismo”, había dicho la curadora a la entrada y no podía ser más cierto: Enriqueta es una figura que trasciende cualquier límite vano, un ser de primeras veces, irremediablemente transgresoras: la primera mujer que ejerció la Medicina en Cuba, una pionera de la colaboración Suiza-Cuba.
Justo para celebrar la solidaridad entre el país helvético y el Archipiélago, y el respeto a la diversidad y los derechos LGBTQIA+, se fundió por iniciativa de los europeos el bronce con la imagen de tamaño natural de una mujer esbelta y rostro recio -de Enriqueta, en realidad, no se conservan retratos.
El camino de las esculturas, como la vida misma del ser en que se inspiran, no ha estado exento de polémicas: proyectada para Baracoa -donde la Favez ejerció la Medicina por más de dos años, se casó, y fue presa-, es colocada, finalmente, en una región que también la acogió, aunque más desconocida.
Y aquí anda el doctor apurado, terco, siempre de camino hacia algún sitio. Una parte de su vida novelesca junto a nosotros, componiendo el paisaje de la ciudad del Guaso. De compañía de nuestros propios personajes, la mujer que, descubierta, juzgada y exiliada en Nueva Orleans, todavía escribía al amor de su vida:
“Hoy estuve a punto de emprender el último de mis viajes y todos estos papeles me recuerdan un pasado escandaloso del cual no me arrepiento y espero que tú tampoco. Juana, no sé si podremos vernos algún día, pero estoy seguro que, de hacerlo, estaría de nuevo dispuesto a sufrir a tu lado.
Te quiere
Enrique”.