Imprimir

1Todas las instituciones deben contribuir a la formación de un sujeto crítico capaz de diferenciar lo bueno y malo. Amanda dice que la única canción de trova que conoce es El necio, de Silvio Rodríguez; “es la que más reproducen en la escuela durante los actos”. Algo parecido asegura Samuel, para quien la música cubana se reduce a “lo repartero”, o sea, el reggaetón, aunque reconoce su contenido muchas veces obsceno.

 

 

 Yoandri apenas recuerda alguna película cubana. Por su parte, Silvia nunca ha ido a una galería, pero su cuerpo parece un lienzo de arte contemporáneo comercial, cargado de dibujos animados, carabelas, iconografías foráneas… así están, así viven estos jóvenes, ajenos a lo institucionalmente conocido como política cultural, esa que aboga por defender los valores y resaltar lo mejor y más auténtico del arte y la literatura cubanos.

 

 

 Algunos dirán que el problema está en la desmemoria, en la falta de referentes y de una efectiva formación, pero la inadecuada regulación y control de la programación y la ignorancia popular, e incluso, institucional, de las normas que rigen nuestra política cultural, también inciden en que fenómenos como la banalidad y el pseudoarte proliferen abiertamente.

 

 

 ¿Quién es el responsable de liderar esta batalla campal por defender productos artísticos que aporten a la construcción de la identidad del cubano?

 

Por encargo social, el Ministerio de Cultura, sus direcciones provinciales, municipales y demás dependencias, deben promover y proteger la cultura nacional en cada una de sus manifestaciones; igualmente, fomentar la creación artística y literaria, y luchar contra la colonización y la extranjerización.

 

La resolución 41 del 2012 establece claramente los principios que regulan el trabajo de la institucionalidad a favor del arte, la literatura, las tradiciones culturales, sin embargo, del dicho al hecho hay grandes brechas, ejemplos de ello se suceden cotidianamente en Guantánamo.

 

En medio de un panorama en el que afloran nuevas formas de gestión económica y la globalización es cada vez más palpable (dado el acceso a Internet y el consumo alternativo del paquete semanal, por solo citar dos conocidos ejemplos), las direcciones de Cultura apenas cuentan con cuerpos de inspectores y funcionarios para asegurar el cumplimiento de lo regulado.

 

Bernardo Betancourt, jefe del Cuerpo de inspectores de Cultura, explica que en los últimos tiempos detectaron entidades que seLa ColmenitaLas ofertas para niños, adolescentes y jóvenes deben aportar a su crecimiento espiritual y educativo. escudaban en la promoción sin pago para contratar artistas aficionados, sobre todo, del género urbano, y obtener ganancias fáciles, libres de impuestos. Ese proceso se daba mientras los artistas profesionales carecían de espacios para presentarse, una de las causas de que migren en búsqueda de mejores opciones.

 

 

Adalberto Suárez Subirot, director del Centro provincial de la Música Lilí Martínez Griñán, asegura que en el Guaso esa situación es recurrente en el sector privado. Los artistas pertenecientes al catálogo de esa entidad no son atractivos para los fines e intereses de ese sector, quienes prefieren apostar por “creadores independientes”, dejando margen a la ilegalidad.

 

Similar problemática enfrentan los profesionales de las artes escénicas, solo visibles en los teatros y salas del territorio, donde hoy la asistencia del público es cada vez menor.

 

La comercialización y la promoción son precisamente algunas de las variables que entran a jugar en la ecuación y, además, han sido de las demandas más recurrentes de la vanguardia creativa guantanamera en cuantos congresos, asambleas y demás espacios de debate se realizaron durante los últimos años.

 

Pareciera algo insoluble para la Dirección provincial de Cultura, pues tampoco cuenta con medios legales para ejercer presión a quienes deciden, por cuenta propia, qué producto es más funcional para su negocio y/o espacios.

 

El discurso Palabras a los intelectuales, de Fidel Castro, es el documento rector de esa llamada política cultural, pero la realidad es que decir que con solo ese texto se resume el papel de la cultura y los múltiples elementos simbólicos que tributan a la identidad nacional, es caer en una retórica reduccionista, que además deja brechas a la subjetividad y a la inadecuada interpretación de tan importante herramienta sociocultural.

 

Contexto y pretextos

 

En 2018 se aprobó, entre protestas y vítores, el decreto 349, lo más parecido a una ley para regular la producción artística nacional. Según una publicación en el medio digital Cubadebate, "la vulgaridad y la obscenidad estaban entrando por la puerta ancha de algunos hogares cubanos" y en dicho texto estaba la solución.

 

Baile PlazaEn ocasiones las propuestas culturales promueven lo banal, el mal gusto y valores ajenos a nuestra sociedad. El Decreto 349 establecía que ninguna entidad tiene la autorización para proyectar elementos artísticos que promuevan la misoginia, el racismo o cualquier tipo de discriminación, violencia, y la vulgaridad. Un viejo reclamo de muchos intelectuales preocupados por la creciente invasión filistea, mercantilista y demagógica a la que asistimos. No obstante, la normativa no fue ni es la solución a tales inquietudes.

 

Dairon Martínez Tejeda, presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Guantánamo, reflexiona sobre otras cuestiones que mellan la vida cultural.

 

“Partiendo del propio concepto de recreación que manejamos como sociedad, resulta preocupante que, en lugares públicos y privados se tiende a potenciar más la promoción de la música, ignorando otras áreas del crecimiento espiritual”.

 

Jorge Núñez Mote, presidente provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, añade otro elemento a revisar en las entidades estales y no estatales: “Últimamente optan por adornar sus locales con temáticas de Santa Claus, Halloween y otras festividades extranjeras.

 

“Venden refrescos Fanta, Pepsi, cerveza importada, todo proveniente del exterior, porque la producción nacional es baja y eso también genera una transformación cultural, nuevos elementos simbólicos y valores. Antes convivían nuestras tradiciones con Santa Claus y no nos preocupaba, pero llegó el momento en que solo quedó Santa Claus y eso sí es un problema real”, enfatiza.

 

¡¿Colonización cultural, ahora?!

 

Decía Fernando Ortiz que Cuba es un ajiaco cultural, precisamente por la confluencia de espiritualidades, tradiciones, etnias que existen en el tejido social de la Mayor de las Antillas. Varios años después, la realidad indica que el proceso de transculturación no se detuvo en el tiempo, seguimos asimilando nuevas estéticas, valores, símbolos, a veces de forma acrítica, pero igual ya considerados nuestros.

 

La creciente polémica contra la colonización cultural abre los debates sobre cuán colonizados realmente estamos y qué hemos8946 Changui guantanamo cuba acnDefender nuestras tradiciones sigue siendo un imperativo. hecho o hacemos para preservarnos “puros” (aunque realmente no lo seamos).

 

Del pasado aprendimos que viejos métodos, como la censura a géneros extranjeros para proteger lo tradicional, resultan contraproducentes. Nunca debió pensarse que la solución era suprimir una propuesta para resaltar otra, pues esas prácticas solo generaron desconfianza en las autoridades, quienes ignoraban que las nuevas tendencias también formarían parte de la cultura nacional.

 

Los tiempos cambian y las personas con ellos, en un mundo hiperconectado los referentes se multiplican más allá de lo que alguna vez definimos como “lo cubano”. Las nuevas generaciones, bombardeadas cada vez más con productos inservibles, necesitan otro enfoque en su tratamiento contra el fenómeno de la colonización cultural o, más bien, a favor de la defensa de su identidad.

 

Hoy en nuestras instituciones es deficiente la visión educativa eficaz que haga partícipe al público infantil, adolescente y joven de la solución a los problemas de la cultura, ellos son creadores de sentido y valores, y no meros consumidores.

 

Debemos actuar ahora cuando, incluso, en las escuelas se asiste a actividades que incentivan el pseudoarte simple y vacío, importa solo la epidermis del fenómeno, y todo sucede, a veces, desapercibido o ante los ojos apacibles de las entidades y de los decisores en materia de política cultural, la cual va más allá de lo artístico y literario, pues transversaliza la sociedad.

 

El panorama es complicado, pero no insalvable. En estos tiempos de revolución, de cambios constantes, no podemos dar la pelea por perdida, depende de nuestra voluntad intransigente y de la capacidad de reinventarnos como sociedad, el que mañana podamos contar con personas dignas a plenitud, como lo establece la máxima de José Martí refrendada en nuestra Constitución.